Estuve en el baño un rato más después de la llamada con Teo. No quería pensar en lo que me dijo pero no podía evitarlo. Me bebí de un tirón el vaso que me dieron pero no ayudó en lo absoluto. Me lavé el rostro repetidas veces, como si eso fuera a desaparecer todo lo malo. Mi enojo se hizo presente. El lavabo y las paredes sufrieron por ello. Todo era cierto. ¿Cómo no podía haberme dado cuenta?
Sé que Teo no hablaría así normalmente, así que estaba más que claro que le dolió mucho más de lo que quería pretender. Imaginaba un escenario en donde Teo estaría llorando por decirme todo eso, él es muy dulce aun cuando se molestaba. Daba igual, ya nos habíamos dicho todo eso. Quería pensar que era más que lo que Teo me dijo, aunque creo que solo me engañaba a mí mismo.
Tocaron a la puerta e intentaron entrar. Yo salí sin fijarme de quién se trataba. Intenté poner mi mente en blanco saliendo al jardín delantero para tomar aire fresco. Caminé en círculo y con respiraciones profundas. Por suerte no había mucha gente, solo estaban tres muchachos sentados en una esquina. Entre ellos, la chica que se perdió con Rosa hace un rato. Estaban fumando, claramente no era cigarrillo común. Conocía perfectamente el olor.
Le pregunté a la chica por Rosa. Me sonrió tontamente con ojos chinitos. Me extendió el porro pero lo rechacé, no estaba de humor y menos con esas personas. Pregunté una vez más por Rosa y me dijo por fin que estaba en el patio con los demás. Pensé que quizás ya se encontraba más a gusto; digo, no me había perseguido ni escuchado llantos. Supuse que podría irme de nuevo a casa, no estaba tan lejos, al menos.
Regresé al patio para decirle a Rosa que me iría. Quería estar con Fabián y tal vez conversar un poco sobre lo que me dijo Teo.
Esa zona de la casa también apestaba. Bueno, no me extrañaba, a decir verdad. Al ver a Rosa riendo casi sin aliento y sentada junto al grupo, no se me cruzó por la cabeza que ella también probara esas cosas. Pensé que solo era por el humo. Cuando me vio, me llamó con euforia, y me pidió sentarme junto a ella. No le hice el feo y me aproximé, me arrodillé y enseguida le pidió el porro a una de sus amigas.
—Ten, siéntate y disfrutemos la noche tan linda —dijo, alargando las palabras.
—No, gracias, Rosa. Mira, veo que estás divirtiéndote y creo que es mejor que yo vuelva a la posada.
—¡Eeelvis, quédate, por faavor! Tú nos caes biennn a todos, ¿verdad, muchachos?
Todos me pidieron de forma graciosa que me quedara con ellos.
—Al menos un ratito más, ¿sí? —dijo Valeria.
Decidí sentarme con ellos, y todos aplaudieron. Tomé el porro y, cuando Rosa se distrajo, lo pasé al chico a mi lado. Este, en respuesta, me entregó un vaso del alcohol que protegía celosamente entre sus piernas. Enseguida vi que estaban jugando a la botella. Valeria la giró con el menor esfuerzo posible y señaló al tal Martín. Los chamos repetían el nombre del tipo con rugidos.
La chica castaña se abalanzó sin pensarlo y se besaron por unos quince segundos. De reojo, observé a Rosa, pero esta no parecía afectada en lo absoluto. Parece ser que aceptó la realidad. Ella me miró con una sonrisa que yo le devolví orgulloso.
Le tocaba el turno del chico a mi lado, este la giró con fuerza y me señaló a mí por azares del destino. Antes de siquiera protestar, este rechazó totalmente la idea. «Naaada personal, perooo no te conozco, che». Es válido, ni siquiera dije nada, solo asentí. Al girarla de nuevo, la botella apuntó entre un chico con rasgos levemente asiáticos y una chica robusta.
Supuse que le daría vuelta una vez más pero todos rieron, y al unísono gritaron: «¡Beso triple!». El chico a mi lado me pidió resguardar su botella y rápidamente se arrastró hasta llegar con los otros dos, dándose juntos un beso con algunos gemidos forzosos, como aminorando la incomodidad que pudiera surgir.
«Mis compañeros jamás habrían jugado de esta forma», pensé. Cosas de instituto de pueblo, creo. En fin, que me tocaba el turno y decidí pasar. Obviamente no me dejarían, estuvieron un rato suplicando que le diera vuelta a la botella pero repetí unas cuantas veces que tenía pareja y que no besaría a nadie. Cuando por fin se cansaron, le indicaron a Rosa que le diera vuelta, por ser la próxima.
Se excedió un poco con la fuerza y aventó la botella fuera del círculo. Cuando la fueron a buscar, le ordenaron que lo hiciera con menos intensidad. Mala idea. Le dio vueltas y la botella me señaló a mí. Me negué, por supuesto. No quería hacerlo. Todos le insistían hacerlo, que me besara.
—Ya les dije que tengo una pareja, ¿qué no entienden? —les reclamé.
A nadie parecía importarle, claro, sus cerebros no estaban muy lúcidos que digamos. Incluso con alcohol en mi sistema, sabía muy bien lo que hacía. No podía decir lo mismo de Rosa. Valeria se levantó y se aproximó hacia mí, por mi espalda. El chico a mi lado también se acercó. Les estuve explicando lentamente el porqué no quería hacerlo, e incluso les amenacé con que si continuaban insistiendo, me iría sin más.
Sin venir a cuento, Rosa estampa su cara contra la mía, golpeándome la frente por accidente. Y sin darme cuenta, se abalanza hacia mí y juntos caemos al suelo, obviamente, mientras me daba un beso muy mal ejecutado. La aparté de mí y me puse de pie frente a todos.
—¿¡Qué carajos, maldita sea!? ¿¡Qué mierda!? —grité, lleno de furia.
Todas las risas y el ambiente relajado se esfumó. El eco de la música que provenía de la sala era lo único que lograba no hacer ver la escena más tensa de lo que ya era. Sabía que estaba furioso, lo sabía. Y sentí algo en mi rostro. Aproximé la yema de mis dedos, y ahí supe, que también me rompí.
—Elvis, discúlpame, es solamente un juego, yo solo...
—Rosa, cállate, por favor —escuché mi propia voz quebrarse.
Tengo una particularidad y es que cuando me enojo mucho, demasiado, mi cuerpo entero comienza a temblar. No puedo controlarlo. Me hace ver más débil de lo que quisiera, y lo detesto aún más.