El rey de las nubes

Traiciones y abandono

Volteé a verlo, porque la curiosidad me destrozaba de una forma atroz. Me desgarraba por dentro como una bacteria mortal en la carne humana. Él se alejó progresivamente y abrió la boca con lentitud, como superando cada barrera que mi frágil ser de forma ilusa levantaba. Y ahí, continuó.

Se echó a reír a carcajadas, cayendo de espalda en la acera que pisábamos hace minutos.

Me levanté de inmediato y lo observé con un desagrado indescriptible.

—Disculpa, disculpa —repitió—, es que me causó demasiada risa.

—Ajá, ya veo.

Estaba listo para irme pero me detuvo llamándome un par de veces. Al mismo tiempo, reiteraba una y otra vez su disculpa. Se levantó de la acera y caminó hacia mí sobando su barriga para calmar el dolor que le causaba reírse tanto y tan fuerte.

—Hablaba en serio, ¿sabes? —dijo, sin abandonar su sonrisa pícara.

—Te quedarás con las ganas porque ya tengo pareja, ¿te lo recuerdo?

—Eso me da igual, ¿te lo recuerdo? —manifestó, aun con esa misma sonrisa en el rostro—. Pero no te voy a presionar ni a obligar a nada. Ya te abrí la posibilidad, tú la tomarás tarde o temprano. Ese es el Elvis que conozco.

Me quedé en mi lugar paralizado. Esta vez temblaba, pero del enfado, o el fiasco, no lo sabía con exactitud. Por el fuego en mi interior. No quería pensarlo, no deseaba darle la razón, sin embargo, ¿la tenía?

—No, José Manuel, ya no.

Mis palabras se perdieron con la brisa fría que nos azotó en ese momento, apagando mis llamas. Obviamente, sin dar crédito a lo que decía, extendió su mano.

—Préstame tu teléfono.

No sé para qué lo pidió si lo tomó él mismo de mi bolsillo. Vi cómo tecleaba un número telefónico y me mostró la pantalla una vez guardó el contacto. Este decía ''Josémanu''.

»Listo. Justo como solías decirme. Nada ha cambiado, ¿no?

Tomé mi celular y, sin más, se dio la vuelta y se fue andando a la reunión de Andrés y los otros. Me sentí indignado. Pensé en borrar el contacto una vez se hubiese perdido entre la cuadra de la calle siguiente. Pero no lo hice.

Al día siguiente, me sentí completamente devastado al despertar y no tener a Fabián junto a mí. Podría ofrecerme una solución clara a todo ese asunto de la noche anterior. Darme una perspectiva distinta. Pero en su ausencia, debía encontrar yo la forma de manejarlo.

Desperté como usualmente hago; me preparé para comenzar el día, bajé las escaleras y todo parecía ser normal, pero no me sentía cómodo con el desconocimiento de personas que significan algo para mí.

Fabián aún no aparecía; no podía seguir fastidiando a Javier, Susana mantenía un perfil muy bajo conmigo y Teo... Me dolía su indiferencia. Incluso encontrándome sentado en el sofá de la sala, mirando al suelo rústico y sucio, la imagen de su sonrisa lograba romperme.

Es decir; no dejaba de pensar en Fabián, pero tenía tantas cosas en la cabeza, tanto en qué pensar. Desconocía su paradero, y si al menos, quisiera dirigirme la palabra. La última vez que le vi no estaba molesto, pero esa mirada obstinada me indicaba que hablaba en serio cuando me pidió irme de la funeraria. Lo recuerdo molesto, hastiado e irritado con todo lo que ocurría a su alrededor.

Evidentemente, aun si volviera a comunicarse conmigo, no podía ahogarlo con todos mis problemas. Sé que había dicho hace tiempo que no le importaría ayudarme en lo absoluto, no obstante, la situación en la que me encontraba era muy diferente. La intervención de Josémanu en mi vida anunciaba una guerra sangrienta en el campo de batalla de mi vida. Luego de pensarlo mejor, no era algo que quisiera compartir con Fabián luego de conocer todos los conflictos por los que debiera estar pasando. No podría también sumarle los míos.

Necesitaba arreglar las cosas con Teo. Debía admitirlo, me hacía falta. Lo necesitaba a mi lado. No dudé en intentar llamarle. Mi corazón latía fuerte y sin parar al oír el pitido del repique del teléfono. La primera vez no contestó. La llamada se desvió al buzón. No me rendí y traté una vez más. Finalmente, antes de quedarme sin labios por mis dientes inquietos, escuché su voz encantadora pero firme al otro lado de la línea.

Antes de siquiera hablar, alcancé a oír como hacía callar a alguien más, un sshhh, por momentos, imperceptible.

—Teo... Hola, amigo —no hubo respuesta, y me preocupé que no la hubiera en los segundos siguientes—. ¿Estás ocupado?

Hola, Elvis —respondió luego de suspirar—. Sí, estoy algo ocupado, ¿por qué?

—Es que, bueno, supongo que Susana ya te contó que volví, y, quería verte.

De su lado de la línea escuché varios ruidos distintos entre sí; el escándalo revelaba que posiblemente estuviera en un espacio abierto.

Como te dije, ahora mismo estoy ocupado.

Al mismo tiempo, decidí salir de inmediato de la casa. Durante unos segundos no dije nada y me encaminé con prisa a bajar la colina.

»¿Me estás escuchando?

—S-sí. Estoy yendo a tu casa para conversar, porque sé que dices que estás ocupado cuando no quieres ver a alguien.

No, Elvis, de verdad estoy en algo. Ni siquiera me encuentro en casa.

—Por favor, Teo, es muy importante lo que debo decirte. Necesito hablar con alguien.

¿Conmigo? ¿Por qué no con...? —se detuvo en seco. Oí cómo respiró hondo.

—¿Por qué no hablo con Fabián? —dije, esperando que fuera eso a lo que se refería—. Deseo verte a ti, Teo.

Mientras me apresuraba bajando la colina, pensé en hacer que me dijera dónde se hallaba para poder finalmente arreglar las cosas con él. Era lo único que me quedaba mientras me encontraba solo.

»Por fa, dime dónde estás.

Estoy en el parque cerca de tu casa, pero...

—Gracias, ya estoy llegando hasta allá.

Colgué, justo porque alcancé a ver el autobús en la parada al pie de la colina y corrí con todas mis fuerzas hasta poder subirme en él. La hiperventilación valdría la pena con tal de poder ver a Teo otra vez y tratar de arreglar las cosas.



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En el texto hay: juvenil, romance, lgbt

Editado: 22.05.2024

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