El rey de las nubes

Ahogado

Hice las entregas lo más rápido que pude. No recibí propina alguna por el retraso, y por supuesto, no se compadecieron de verme todo empapado por la lluvia. En fin, no me podía importar menos. Lo único que quería hacer era ir hasta la casa de Fabián para poder volver a verlo.

Tenía muchas cosas en mente durante el viaje en bici hasta la casa. Necesitaba saber si ya habría resuelto sus problemas y había decidido volver a vivir conmigo como siempre quisimos. Muchas cosas requerían una explicación.

Llegué casi sin poder ver nada por toda el agua en mis ojos. Cargaba una tembladera extrema por el viento y mis dientes castañeaban sin cesar. De todas formas, todo eso se me olvidó al derrapar con la bici por el frente de la casa y correr directo hasta la entrada. Me intenté tranquilizar para no lucir tan desesperado y toqué la puerta unas cuantas veces.

Nadie respondió a mis primeros llamados. Progresivamente, tocaba la puerta con más insistencia por si era que no me escuchaban por alguna razón. Ariana me abrió la puerta con una expresión seria, que cambió de inmediato al notarme tan mojado como la tierra misma.

Corrió adentro hasta el cuarto de lavado de la casa y volvió para envolverme con una toalla calentita. Me llevó hasta el sofá, en donde colocó otra toalla sobre el mismo, para no mojarlo al sentarme. Entre tanto, recibí regaños por haber ido con el cielo cayéndose y no haber esperado a que escampara, y creo que otras cosas más. Sinceramente no la escuché, creo que mis oídos estaban tapados por tanta agua.

No pasó mucho tiempo para que preguntara por Fabián. Mostró una expresión derrotada, al mismo tiempo que negó con la cabeza. «Te voy a preparar un té», dijo. Mientras hervía el agua, subió las escaleras. Supuse que a buscar a Fabián. Sin embargo, luego de unos segundos, bajó con Javier. Ella fue de nuevo a la cocina y él se detuvo a unos metros de mí. Se cruzó de brazos y me regaló una ligera sonrisa, como de "qué haremos contigo".

—N-no me avis-saste —reclamé como pude mientras aún temblaba y castañeaban mis dientes.

—No llegamos ni hace veinte minutos, Elvis —rio—. No pensé que tú y Ariana se encontraran y te dijera que habíamos vuelto. Se ve que no te conoce mucho. Debí decirle que si te llegaba a ver no te dijera nada.

—Qué ma-ma-malo eres.

—¿Malo? ¡Fíjate como estás temblando! —se sentó en el sillón frente a mí y reclinó su cuerpo en mi dirección—. Fabián tenía razón. El amor que le tienes es inmenso que incluso haces tonterías como esta.

—Si-si-siempre.

Ariana se acercó con el té, el cual bebí la mitad casi de un tirón. Necesitaba ese calor dentro de mí.

»¿Y Fabián? —pregunté mirando a ambos.

Ellos hicieron lo mismo. Se dieron un lento vistazo el uno al otro. Yo procedí a beber más del té porque estaba buenísimo y era lo que me hacía falta.

—Antes de eso, creo que necesitas escuchar una explicación sobre todo lo que pasó en la funeraria —sugirió.

Yo asentí, al mismo tiempo que me terminaba el té y pedía un poco más, todavía con la tembladera en el cuerpo.

Javier me reveló que esas tres personas en la funeraria que; como supuse, estaban golpeando a Fabián, eran sus hermanos. Hermanos postizos, para ser exactos. Me surgieron muchas más dudas. Una a una hilaban una sucesión de eventos que pudieron haberme aclarado demasiado.

No obstante, me atacó un dolor de cabeza de repente. Es decir, ya lo traía desde hace un rato; probablemente por la lluvia y haberme empapado tanto. Muy seguro que era por eso. En fin, que intentaba poner atención a lo que me decía Javier, pero pocas cosas me quedaron claras y no recuerdo mucho al respecto.

Estornudé un par de veces y Javier detuvo todo el parloteo. Se acercó a mí y sintió cómo la toalla, quizás, se encontraba tan o más húmeda que yo. Ariana dejó la taza en la encimera de la cocina y ambos me tumbaron en el sofá. Y así, sin más, no recuerdo qué sucedió después.

Desperté al día siguiente en mi casa. O, bueno, la casa de mis padres. Tenía un dolor de cabeza fuerte. Me encontraba engripado de una manera que jamás me había pasado. Creo recordar que escuché decir a alguien que era posible que fuera bronquitis.

Tal vez fue por la lluvia, por el contacto con alguien, o alguno de los clientes del trabajo. Ya no importa. Los días siguientes fueron borrosos. No salía de casa. Mi padre habló (¿o le gritó?) a mi jefe por hacerme trabajar bajo la lluvia, según él mismo me contó.

La cama se llegó a sentir como madera petrificada. Mi habitación se me hacía muy asfixiante. Las medicinas tenían un sabor terrible. Y ligada con mis mocos, aún más. Mis pensamientos se tornaron nublados y confusos. Y, la verdad, pocas ganas me daban de pensar o tratar de recordar. Creo que me hacía doler más la cabeza. Ni siquiera de respirar te dan ganas porque puede ser que te tragues la mucosa traicionera que aguarda a que cumplas tu función más vital.

Mi madre pocas veces entró a mi habitación para saber cómo me encontraba. Si lo hacía, no la notaba tan desapegada como antes. Supongo que los interruptores del instinto materno tuvieron algo que ver. Mi padre, estuvo conmigo en varias ocasiones, pero no se quedaba mucho tiempo. Siempre tenía algo que contarme. Cualquier cosa que le haya sucedido en el día o con quien tuvo algún tipo de charla. De hecho, una vez me contó que Teo había ido a verme, pero que yo estaba dormido. Estuvo un rato conmigo y luego se fue sin decir nada. Nadie se había percatado de que se fue.

No sé cuántos días pasaron, unos cuantos que recuerde, pero ya un día me sentí bien recuperado. Me di cuenta de que todas mis pertenencias estaban en un rincón de mi habitación, qué amables fueron al traerlas, pensé.

 Salí a la cocina como si nada hubiese pasado, y mi padre se alegró bastante. Mi madre creo que se hallaba en otro lado con Oscar, y por eso no la vi en ese momento.



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En el texto hay: juvenil, romance, lgbt

Editado: 22.05.2024

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