Al día siguiente, recibí una noticia que no vaticinaba nada bueno. El clima templado de esa mañana y la brisa que entraba por la ventana me lo susurraba. Ese mensaje en mi teléfono me hizo vestirme de prisa y salir bien temprano de casa. Tomé el autobús que me dejó al pie de la colina y subí tan rápido como pude.
Al llegar, un carro Century de color crema estaba allí. Toqué la puerta varias veces y un hombre fue quien me abrió. Se veía mayor aunque no tanto, bien corpulento y alto. Me presenté y dijo que ya sabía que era yo. Ariana le había dicho que estaría en camino.
—Creo que te vi ayer por aquí, ¿eras tú, verdad?
—Ajá. ¿Usted es el policía, amigo de Ariana?
Asintió. De inmediato estrechamos la mano, él con mucha más fuerza que yo.
—Soy el agente Gallardo. David, cuando no estoy de servicio, como ahora.
Dio unos cuantos pasos atrás para que pudiera entrar. Ariana salía de la cocina, limpiando su rostro con un pañuelo y sollozos de por medio. Me acerqué y le di un abrazo, le dije que lo sentía, y aunque quise decirle algo más, lo evitó hablando primero.
—Es mi culpa, todo es mi culpa —arrancó de nuevo a llorar.
—No, Ariana, ya te lo dije, no tienes responsabilidad en las acciones de los demás —dijo David, dirigiéndola hasta el sofá y sentándose juntos.
—¿Puedo saber cómo pasó?
Aunque mi pregunta fue hacia Ariana, se disculpó y corrió hasta encerrarse en el baño, y David se encargó de explicarme lo que le había contado. Dijo que ella le mandó un mensaje a Javier pidiéndole tiempo si no decide poner su vida en orden, pues ya no le prestaba atención y tampoco quería comunicarse con ella. Este nunca respondió y, pasado el rato, no le dio mayor importancia.
—Sin embargo, después de lo de la bolsa con estupefacientes, me encargué de buscar a Javier junto con un compañero. Lo encontramos después de horas, inconsciente, aparentemente por una sobredosis, en un terreno a las afueras del pueblo —pronunció serio, se oía decepcionado—. Ahora está en el hospital, como sabes, pero es un asunto delicado.
—Quiere decir que no solo tenía esa bolsita que había encontrado Ariana.
—Eso me temo. No solo queda descubrir quién se las dio, sino por qué hizo algo como eso.
Ariana ya me había contado de los anteriores problemas de Javier. Pensé en revelárselo, pero me contuve, al mismo tiempo que él continuó hablando.
»Usualmente nadie llega a ese extremo a menos que sea un caso grave de adicción. Javier siempre lo había visto como alguien muy sano y centrado. Entonces, puede que se deba a algún otro motivo, ¿tal vez atentó contra su vida? ¿O alguien más lo hizo? No lo sé, solo son especulaciones mías. Habríamos que esperar hasta que despierte.
Esto último lo dijo mientras se levantaba e iba hacia la cocina, de donde provenía un olor característico. Alguna clase de té, concluí. Todo ese asunto me llenaba de inquietud. No dejaba de pensar que todo estaba relacionado. No podía ser coincidencia que todo estuviera pasando tan seguido. Además, tenía cierto historial del pasado con las drogas y esas cosas. En el liceo siempre era frecuente ver hierba, pastillas extrañas y polvos de los que no quería saber jamás. Y todo eso se relacionaba de alguna forma con José Manuel.
Sentí un alivio enorme luego de salir del liceo y que ese malandro se haya marchado del pueblo. Sin embargo, ahora luego de saber que había vuelto, y que estos casos volvían a repetirse, no dejaba de estar cada vez más nervioso por Elvis. Mis pies no dejaron de temblar luego de haber caído en cuenta de que todo pudiera estar vinculado.
Fue entonces cuando recibí una llamada por parte de Andrés. Caminé hasta el porche, cerrando la puerta tras de mí, y contesté.
—Oye, Teo, ¿qué hay? Escucha, hablé con un pana que sabe dónde pudiera estar Chema y los demás.
—¿Dónde?
—Están en Costa de Oro.
—¡Santo! Eso está muy lejos —mi ansiedad comenzó a alterarme cada vez más—. ¿Cómo se supone que los alcance?
—Si es tan importante para ti, puedes irte con él. Tuvo un problema con su carro y por eso se retrasó, sale dentro de poco.
—¿¡Qué!? —estaba casi por protestar, pero gritó desde la otra línea.
—¡Escúchame! Me dijo que logró contactarse luego de varios intentos. Lo esperarán por hoy y cuando se reúnan, piensan seguir su viaje aún más lejos.
—Andrés, qué vergüenza, no puedo pedirle eso a alguien que no conozco.
—Tranquilo, vale, que yo le explico todo. Tú solo te montas en su carrito, te encuentras con Elvis y listo.
«Guao, qué fácil todo», pensé en forma sarcástica.
»Pero está por irse pronto. Yo voy a ir a su casa ahorita para hablar con él. Te mandaré la ubicación para que sepas llegar.
—Bueno, muchas gracias, Andrés.
Colgó sin responder a eso.
Volví adentro y noté que Ariana terminaba de beberse la taza de té que le dio David. Ahora ella se levantó y me dijo que iba a ir al hospital y que David la llevaría. Yo le respondí con que todo estaría bien, y le regalé una gran sonrisa. Les pedí por favor que me dejaran al pie de la colina, lo cual hicieron con gusto. Ahora, con la ubicación en mi celular, me encaminé hasta la casa del amigo de Andrés, que no estaba tan lejos.
¿Tenía trabajos por hacer? Sí. ¿Había plantado sesiones de estudio? También. ¿Mis padres se enfadarían por esto? Tal vez no, ellos han sido muy comprensivos durante mi trayectoria universitaria. No les he dado motivos para desconfiar de mí, por eso, ordenaba mi itinerario mentalmente para poder ponerme al día con mis estudios luego de salir de todo este problemón.
No obstante, vinieron a mi cabeza imágenes del pasado; decisiones y situaciones que me han mantenido al borde del llanto, y lo decidí. Encontrarme con Elvis era mi prioridad principal y despejé cualquier otro pensamiento que no tuviera que ver con él. Qué diablos. No me preocuparía por nada más hasta encontrarlo.