Nos detuvimos en una estación de servicio a llenar el tanque. No faltaba mucho para llegar a nuestro destino e intenté llamar a Elvis como había hecho hace unos minutos. Ni siquiera lograba una conexión a la red. Por la ventanilla, le pregunté a Tony cómo pudo llamar a Chema con tan mala recepción de señal. Y es que era bien sabido que Costa de Oro tiene una pésima conexión de datos.
—La llamada ni duró mucho. Además, se entrecortaba demasiado —confesó.
Eso eliminaba mi intención de comunicarme con Elvis por celular.
—Por eso apagué los datos y solo escucho música —dijo Sofía entre sus adentros. Como si quisiera dirigirse a mí pero algo evitaba que lo hiciera directamente—. No hay mucho que se pueda hacer con el teléfono en este viaje.
—De alguna forma es bueno, ¿no? ¡Nada como disfrutar sin el estorbo del celular y vivir la vida real! —exclamó Tony, mientras alejaba el surtidor de combustible del carro y lo colocaba en su lugar.
—Es verdad. A Sofía le hacía falta una experiencia así porque se la pasa ausente metida en el celular. Debería haberlo dejado mas bien. ¿Por qué no lo dejaste? —Andrés la molestaba de forma amistosa.
No obstante, la chica no respondió. Parece ser que continuó escuchando música por su cuenta.
»Bah, siempre es igual.
Tony, que entraba en el carro, y yo nos reímos de la interacción entre ambos. Por fin puso en marcha el carro y continuamos. Enseguida, alcanzamos a leer la señalización de que nos acercábamos a la salida, en donde se encontraba el camino a Costa de Oro a escasos kilómetros.
—Ya falta poco —murmuré.
—Teo, disculpa —Tony llamó mi atención, admirando sus ojos cafés por el retrovisor una vez más—. Tal vez te suene raro, pero de aquí no te bajas hasta que no termines la historia. No puedo con tanto suspenso.
—¡Coño, si eres chismoso! —reaccionó Andrés en respuesta—. Se suponía que era un asunto que me correspondía a mí y tú estás incluso más interesado.
Las risas no se hicieron esperar entre los tres.
—Claro, claro. Ya continúo la historia. Al fin y al cabo queda lo más fuerte de todo.
Durante las vacaciones antes del inicio del quinto y último año escolar, notaba que algo no estaba bien con Elvis. Digo, ya de por sí su actitud había cambiado desde la llegada de José Manuel. Pero algo más lo había hecho. Ahora siempre nos reuníamos bajo algún techo, nada de jugar afuera. «Ya estábamos muy grande para payasadas», me decía. Vivía ensimismado en su teléfono. Una vez me enseñó una página para adultos que José Manuel le había mostrado; con chicas voluptuosas y actos que poco me habían invadido la imaginación.
Elvis me había aventajado mucho más en cuanto a temas sexuales. No tenía idea en qué momento había ocurrido eso, pero no lucía muy natural. En otras ocasiones que se encontraba solo conmigo, se veía muy triste o pensativo. Se mostraba excesivamente preocupado por el futuro, su apariencia, la hipocresía de las personas y más. Son temas que no nos planteábamos mucho, pero cuando lo hacía, describía una imagen poco esperanzadora y lúgubre.
Ese no era el Elvis que conocía. Pero en esos momentos, desconocía por completo el porqué había tomado esa actitud. Más aún porque José Manuel ya no estaba tan presente como antes. Al menos, no que yo supiera.
El primer día de clases me pegó como un balde de agua fría. Tantas materias y trabajos por hacer. No sabía cómo estar al pendiente de todo. Esto, en cambio, no parecía preocuparle mucho a mi mejor amigo. Este estuvo casi toda la mañana junto a José Manuel, pero algo raro había entre ellos. Siempre el moreno lo mantenía a raya, invadía de más su espacio personal; tocándole de forma sugestiva, manteniendo su cuerpo muy junto al de él. Fuera de que no parecía molestarle a Elvis, no era muy bien visto.
La chica bonita comenzó a juntarse más conmigo poco a poco, y de cierta manera, llamaba mi atención progresivamente. Nos juntábamos a estudiar, a comer y a conversar. Lamentablemente, Elvis nunca me reveló la verdad de lo que sucedía por más que insistiera, y eso logró distanciarnos un poco. Él se mantenía con José Manuel mientras que yo con la chica bonita.
A mediados del año, logré enterarme de otra fiesta en la que Elvis estaría. Esta vez era en casa de Lucas, el cual le rogué que me dejara ir. Se veía inseguro y no quería ceder, pero luego de hacerle un par de favores con una compañera que le interesaba, me envió la ubicación al celular, como forma de invitación.
Esa tarde le comenté el plan a la chica bonita, pero ella se negó rotundamente a que fuera. Recibí dos o tres notas de voz en donde me daba razones para no ir y formas de manipulación que hoy en día puedo notar. En ese entonces, logró persuadirme y consideré no ir. No obstante, esa misma noche, una fotografía en redes de Lucas me mostró que ella estaba en la fiesta y, como pude, me dirigí rápido hasta allá.
La puerta del frente estaba abierta, pero la de la casa estaba cerrada con seguro. Había que entrar por una puerta al fondo del garaje, que conducía a un pasillo que llegaba al patio trasero. Era espacioso, completamente de suelo de concreto, con muchas plantas junto a las paredes y una veintena de personas. La música estaba alta desde la casa, pero hasta afuera se oía lo suficiente para no gritar al hablar.
Muchos de los presentes ya los había visto antes. Al fondo y en el suelo, recostados de la pared, estaban Elvis y José Manuel. Este mantenía la cabeza sobre el hombro de mi amigo y reía junto al grupo. Si bien Elvis parecía divertirse, lo notaba algo ido; le costaba mantener los ojos abiertos y su rostro demostraba decaimiento.
Antes de que pudiera llegar a él, la chica bonita me encaró. Aunque pensé que se enojaría por verme allí, estaba feliz. Me abrazó por varios segundos y me ofreció de su trago. Bebí casi por obligación luego de tanta insistencia. Recuerdo que sabía raro. Pero no pude identificarlo a tiempo pues ella se tragó todo el contenido. «¿Dónde está Lucas?», pregunté para zafarme de ella. Contestó que también lo andaba buscando. Me dio un beso en la mejilla y se alejó hacia la casa.