Nos detuvimos frente a un bar a unos cuantos metros del arco que anunciaba la llegada a la localidad turística. Tony vociferó que estaba hambriento y que quería comer algo antes de encontrarse con los muchachos. Me preguntó si no me molestaba. Sonreí con amenidad y negué con un murmullo. Reaccionó a esto preguntando si quería que me comprara algo y por simple cortesía respondí que no, aunque en realidad me encontraba con mucha hambre.
Justo cuando Tony cerró la puerta y se encaminó al bar; Andrés salió del auto con algo de prisa para alcanzarle. Adentro quedamos Sofía y yo en silencio por unos pocos minutos. Yo observé el poblado a través de la ventanilla para evitar el incómodo momento. Todas las casas de por allí son de estilo colonial. Abundan los comercios como bares, tiendas de ropa, de artesanías, restaurantes y unos cuantos sitios nocturnos muy populares y concurridos tanto por locales como turistas que vienen a relajarse.
El sitio se encuentra a poca distancia de la playa, por eso es la trampa para turistas predilecta de esta región. Sin embargo, la seguridad y el orden público no se mantienen muy presentes que digamos. Por ello, no me pasmó ni me alteró en lo más mínimo el ver cómo una pareja inhalaba polvo blanco ni las trabajadoras nocturnas... en el día.
«Teo», me nombró Sofía, volviéndome hacia ella. Tenía su mirada puesta en mí pero en cuanto la encaré, no pudo mantener sus ojos fijos. Buscaba las palabras adecuadas y ello hacía que luciera insegura y titubeante. Mordía su labio inferior con recelo al mismo tiempo que trataba de controlar su respiración.
—¿Dime, Sofía?
Mi voz, respondiendo a su llamado, la impulsó a alzar la mirada y mantener su vista a la altura de la mía.
—Quería decirte algo.
Al terminar, se detuvo un momento. Giró su cabeza hasta observar a la distancia la entrada del bar. Como asegurándose de que aún no vinieran los muchachos. Yo asentí con un murmullo para que se enfocara de nuevo en mí.
—Te escucho —dije, cruzando los brazos.
—Yo hablé con Elvis hace un tiempo. No sé si recibiste las disculpas que te envié con él, pero, me disculpo ahora. Sabes, estuve escuchando todo desde el principio. Nunca puse música en mis audífonos.
No supe cómo reaccionar a eso, pero logró hacerme bajar la guardia.
»De verdad que no sabía muchos de los detalles que contaste, pero me quedé pensando y reconstruyendo las piezas, y no tienes por qué mentir. Así que, de corazón, me siento apenada y lo lamento mucho. ¿No me odias, verdad? Estuve insegura por si debía hablarte o no.
—No, no te odio —mostré una media sonrisa—. Ni siquiera puedo odiar a José Manuel. Es muy difícil que llegue a ese extremo.
Estiró los brazos y ambos nos abrazamos unos segundos. Al verla, dibujó por primera vez una sonrisa en su rostro. Relajó sus hombros y dejó de jugar con la manga de su blusa. Creo que mis disculpas le devolvió la paz.
—Además, quiero pedirte las gracias por no nombrarme en tu historia. Y por llamarme bonita —formó un corazón con las manos.
A decir verdad, no quería involucrarme en más problemas y al haberla nombrado, temía que se desatara una guerra. No quería que Tony y Andrés la agarraran contra ella. De cualquier forma, le devolví la expresión con calidez. En ese instante, los muchachos regresaron. Cada uno me regaló algo, un refresco de naranja y una empanada de queso. Y lo disfruté como no tienen idea.
Continuamos nuestro viaje adentrándonos más al centro del poblado. Había decenas de personas caminando a los lados de la ruta y largas filas de carros frente a nosotros que nos hacían ir lento. Las farolas, por algún motivo, se hallaban encendidas. Los niños jugaban con pistolas de agua y familias se fotografiaban frente a la fuente de la plaza mayor.
Pronto Sofía formuló una pregunta que llevaba haciéndome desde que llegamos:
—¿Y cómo encontraremos a los muchachos?
—Sí, la señal aquí es terrible, pana. He intentado llamar pero no conecta —agregó Andrés.
—Esperemos topar con ellos pronto.
Así estuvimos cerca de una hora. Por desgracia, no avanzamos mucho gracias al tráfico exagerado. Esto terminó de hartar a Tony, que buscó un estacionamiento para aparcar el carro y seguir a pie. Ya no había tanta gente en las calles, pues probablemente se encontraran en la costa. Contrario a esto, los carros continuaban casi inmóviles durante el rato que nos movimos por la avenida.
No podíamos continuar sin rumbo alguno. No había sentido en ello. Debíamos hallar una forma de contactarles. Todos al mismo tiempo intentamos llamar a distintas personas del grupo, mientras nos dirigíamos a la plaza central como punto de referencia: Tony llamaba a José Manuel, Sofía a Carla, Andrés a Víctor y yo a Elvis.
Alzábamos los celulares al cielo tanto como podíamos. Subíamos a los bancos, a los tachos de basura y Andrés incluso se subió a un árbol. Fue en ese instante, en el que le observábamos desde abajo, que expresó emoción repentina y se puso el auricular al oído. Todos le miramos expectantes mientras intentaba comprender lo que escuchaba del otro lado. «¡Listo, no te muevas de allí, ya vamos!», gritó, estirando cada sílaba de la oración. Bajé del árbol con un salto y se reunió con nosotros:
—¿Qué te dijo?
—Casi no se entendió nada, pero creo que está en un motel llamado La ostra.
—¡Yo sé dónde queda, vamos! —exclamó Tony, tomando a Sofía de la mano para correr.
Andrés también corrió tras ellos y alcancé a ver cómo rieron entre sí. No entendí por qué se echaron a correr, pero, teniendo en mente a Elvis y lo poco que me faltaba para verlo, puse los ojos en blanco y conseguí reunirme con Andrés, que rio al verme unirme a ellos.
Estuvimos así un par de cuadras, hasta avistar el motel. Desaceleramos el paso hasta llegar al mismo. Tony no se mostró exhausto en lo absoluto, a diferencia de Sofía que casi se desmayaba. Andrés y yo estábamos cansados, pero no lo suficiente como para no poder continuar. Tony se quedó en el frente llevando a Sofía a sentarse en una banca para que recobrara el aliento. Mientras tanto, Andrés y yo entramos a buscar a los muchachos.