Miradas entre nosotros iban y venían. Él sabía que deseaba decirle algo. Lo dedujo al instante de ver cómo frotaba las yemas de mis manos entre sí.
—Elvis, puedes hablar conmigo, ¿lo sabes, no? ¿Sigues confiando en mí?
—Por supuesto, Teo. Es solo, bueno, hay tantas cosas que quiero entender. Necesitaba algo de tiempo para pensar. Mucho mejor si era lejos del pueblo.
—Eso lo puedo llegar a comprender. Pero, me hubiese gustado que me dijeras, que me buscaras. Siempre que estés mal, yo siempre estaré ahí. Y viceversa.
—Precisamente, una de las razones por las cuales hice esto fuiste tú. Quería quitarme una imagen espantosa de la cabeza, que te involucraba a ti y a Fabián juntos.
Elvis me contó y enumeró sobre sus sospechas y situaciones que derivaban a una apresurada conclusión de que era posible que yo tuviera algo con Fabián: Mi número en su teléfono, conversaciones que no oyó al completo, mis encuentros "a escondidas" con él y cómo le recriminé sobre su obsesión como si me molestara su relación de alguna forma. Además, mi repentina amistad con Julio, el cual ya sabía que le gustaban los chicos, le resultó mucho más sospechoso aunado a todo lo anterior.
—No, no, no. Malinterpretaste todo, Elvis —se me escapó una risa involuntaria y nerviosa al poner todas esas imágenes en mi cabeza—. Lo siento. Te lo digo como tú mejor amigo, eso no es así.
—Sí, es estúpido, lo sé. A decir verdad, no lo acepté como una posibilidad porque me resultaba sumamente extraño. No tiene mucho sentido. Aun así, muchas cosas más me tienen la cabeza hecha un desastre.
—¿Quieres iluminarme?
Una serie de golpes en la puerta nos apartó de nuestra charla. Era Andrés, quien preguntó si ya podíamos irnos. Eso mismo le pregunté a Elvis, pero él se mostró confundido.
—Hay que regresar al pueblo —dijo.
—Todavía no quiero volver.
—Elvis, vinimos a buscarte para que volviéramos —declaré, al mismo tiempo que me puse de pie.
—Pues, lo siento, Teo. Aún no.
—¿De qué está hablando? —inquirió Andrés con un tono tosco—. Viejo, vinimos hasta aquí solo para buscarte. Yo debería estar durmiendo porque tengo que trabajar esta noche.
—Calma, Andrés. Elvis, ¿qué quieres decir con que no quieres volver?
Elvis apretó los puños, cerró los ojos y sacó por encima de su camisa el collar de dije de nube.
—Desde que vine, he reflexionado sobre muchas cosas. Sobre mí, sobre Josémanu, sobre Fabián y la influencia que tuvieron ambos en mí. Ambos son las caras de una misma moneda. Conocí los dos extremos de la línea que separa la vida y la muerte. Antes de volver a casa, debo cerrar un ciclo. He pensado mucho en cómo hacerlo, pero hoy finalmente me decidí. Debo hacerlo.
No supe en ese momento adónde quería llegar Elvis con todo aquello. Andrés anunció que él necesitaba irse, y que me dejaba con Elvis a resolver sus problemas. Le pedí que nos esperara hasta la fiesta de hoy, pues era cuando se supone todo estaría bien. No dijo nada más, pues en ese momento José Manuel llegó detrás suyo.
«¿Nos vamos ya?», preguntó, específicamente a Elvis. Este me pidió que lo acompañara y accedí. Todos salimos del motel y nos reunimos con los demás muchachos que se encontraban fumando y conversando en la acera. Aunque Andrés dudó en seguirnos, el grupo le insistió tanto que aceptó.
Caminamos un buen rato por aquellas avenidas. Bajo un cielo sin nubes, con una luna reluciente, y vagas tonalidades azules y naranjas. Se acercaba la noche. Todo parecía muy relajante por allí, hasta llegar al tan afamado malecón. La música de varios carros retumbaba en un extremo. En el otro, se hallaba montada una fiesta donde la atracción principal era empaparse con agua de unas chicas en bikini que disparaban con una pistola de juguete.
El malecón se extendía hacia el norte, hasta llegar a la costa. No obstante, nosotros nos encontramos con algunos amigos de José Manuel, que nos llevaron hasta un club abierto; cubierto solo con un techo tejado, en donde hay un mueble bar en el centro y por el que se reunía una gran cantidad de personas. Había una cantidad exuberante de alcohol y diversión de varios tipos.
Elvis se soltó del agarre de José Manuel y me tomó de la muñeca. Nos separamos del grupo, atravesando el mar de gente para llegar al otro lado del bar. Las cornetas con la música estaban del lado contrario, así que aquí mi mejor amigo me habló con menos dificultad para oírle.
—¡Teo, te voy a pedir un favor muy grande! —exclamó.
—¿Qué?
—Olvida todo y disfruta de esta fiesta conmigo.
—No lo sé, Elvis, no me siento cómodo con este grupo de gente con el que andamos.
—¿Cuál? Yo solo te veo a ti.
Me tomó de las muñecas y comenzó a menearlas, simulando un baile conmigo. No tenía muchas ganas de fiestas, solo quería irme con mi mejor amigo. Yo bien sabía que la situación no era la más idónea para disfrutar una parranda con una gran cantidad de personas.
—¿Estás seguro de esto? Siento que mas bien deberíamos irnos —le expresé con duda.
—Nos iremos luego de la fiesta, lo prometo. Solo quisiera un momento divertido con mi mejor amigo. No disfrutamos juntos desde hace muchísimo. Me he sentido mal sin ti. Borremos todo eso con un bailecito casual.
La música ensordeció nuestras palabras en un santiamén, pero comprendí lo que quería decir. Quizás por ello decidió que nos alejáramos del resto. Por eso, comencé a dejarme llevar e imitar los movimientos de Elvis. Él le preguntó algo a una chica bronceada, coqueta y con pintalabios rojo y esta se aproximó a mí para bailar de forma sensual y exótica. Luego le preguntó al oído otra cosa que tampoco logré escuchar y, luego de que asintiera moviendo su cabellera dorada, tomó a un muchacho que estaba con ella del brazo.
Los cuatro nos juntamos a bailar juntos y, para rematar, la chica le gritó a su grupo de amigos que nos acompañaran. Todos se pusieron a nuestro alrededor y bailamos al compás del reguetón caribeño. Aunque la chica me robara toda la atención, siempre me fijaba en Elvis de reojo. En un punto, me hizo un gesto de que volvería pronto y se dirigió a la barra.