—¿Y este se piensa quedar ahí viendo? —bufó José Manuel.
—Disculpa, no sabía que Elvis te pidió estar a solas —dije, al no ver reacción alguna, se me ocurrió añadir algo más—. Estaba fastidiado, entonces pensé que estaría mejor con ustedes.
—Dejemos que se quede —Elvis estiró sus brazos y procedió a darme un breve vistazo—. Pero no intervengas, ¿sí?
Asentí con un murmullo. De alguna forma, el cuarto disminuyó sus dimensiones, encerrándonos en un cubo sin ventanas al exterior. Algo iba a acontecer, pero no lograba interpretar qué tenía pensando mi mejor amigo. Desde mi perspectiva, los tres estábamos en extremos casi simétricos, formando una especie de triángulo entre nuestros cuerpos y mentes. A partir de ese momento, observé en silencio lo que estaba ocurriendo.
—¿Qué querías decirme, Elvis?
Desde mi punto de vista, José Manuel intentaba mantener un tono rudo, sin mucho éxito. Su ceño estaba fruncido, denotando seriedad ante el asunto. Mantenía los brazos por detrás de él, apoyados del colchón de la cama, así pretendía lucir como que todo estaba bajo su control.
—Quiero que hablemos de nosotros. De ti y de mí.
Por su parte, Elvis no intentaba ocultar nada. Se notaba la dificultad que le suponía liberar las palabras de su boca. A pesar de ello, su postura era firme. Estaba seguro de querer tener esta conversación. Parecía querer desprenderse de algo. Un sentimiento, un dolor... Algo encerrado en lo más profundo de sí.
José Manuel soltó una suave risita burlesca. No se tomaba en serio la situación. Puede que se encontrara nervioso, no lo sabría decir con exactitud. Agitó las manos en alto con aparente confusión, sugiriendo que no tenía idea de a qué se refería.
»Te propongo algo sencillo. Dime qué piensas de mí.
Rascó su cabeza rapada. Resopló por la nariz. Se cruzó de brazos. Pero no hubo respuesta.
—Me caes bien. ¿Qué quieres que te diga?
—¿Qué pasa? ¿Necesitas algo para soltarte un poco?
Elvis sacó de su bolsillo algo que parecía ser un osito gominola. José Manuel arqueó una ceja, manteniendo una sonrisa cómplice.
—¿Cuándo me lo quitaste?
—No importa —Elvis partió en dos el caramelo—. Toma el cuerpo, yo la cabeza.
Yo me recliné hacia adelante, estuve a poco de levantarme y aproximarme a ellos para protestar. No obstante, Elvis levantó su mano, deteniéndome sin palabras. No sabía qué iba a pasar, pero decidí confiar, así que volví a sentarme.
Ellos, sin dejar de mirarse, comieron la gomita. No pasó mucho tiempo en el que no dijeron nada. Creo que estuvieron intercambiando gestos con el rostro. Elvis se acercó a José Manuel, a muy pocos metros entre sí. No debió ser un simple dulce. En ese instante, miraron a su alrededor y rieron a la par.
»¿Recuerdas cuando siempre nos reíamos como estúpidos? O sea, como ahora, digo —expresó Elvis, observando fijamente los ojos oscuros del moreno.
—Ya te lo había dicho, pero me encanta cuando hacemos esto.
—¿Ojalá la vida siempre se sintiera así, verdad?
—Definitivamente —José Manuel dejó de maravillarse con lo que sea que estuviese viendo en su entorno, y se enfocó en la mirada inalterable de Elvis—. Pero tú no piensas así, ¿verdad?
Elvis negó con la cabeza, con lentos y suaves movimientos.
»¿Por qué?
—Mejor volvemos a la dinámica del principio. ¿Qué piensas de mí?
—Eres un tipazo. ¡Tienes muchas cosas buenas, muchas! Y pienso... —detuvo su excitación para relajar sus músculos, pero mantener una sonrisa apagada—. Pienso que podemos ser grandes juntos.
—Recuerdo que siempre me lo decías. Que si me quedaba contigo, seríamos más que cualquiera. Destruiríamos a todos con la mirada. Pero solo nos sentíamos invencibles usando estas cosas, ¿no? ¿Cómo te sentías al volver a la realidad?
—Esta es la verdadera realidad.
Elvis negó con la cabeza.
—En la realidad, no somos más que nadie. Por eso quiero hablar contigo de esto, quiero ayudarte.
—¿Ayudarme? —resopló al mismo tiempo que ponía los ojos en blanco—. ¿Con qué?
—Tú lo sabes.
No hubo más que silencio por unos segundos. José Manuel hizo tronar los huesos del cuello.
»Ahora déjame decirte lo que pienso de ti. Eres una muy buena persona, Josémanu. Pero sé que no tuviste una infancia feliz y, aunque no lo creas, llegué a tenerte la suficiente estima como para intentar ayudarte. Obviamente sin éxito.
—¿Qué quieres decir?
—Me arrastraste contigo. Y nunca pude perdonarte por eso.
—¿Qué significa eso? —no pude contenerme y pregunté.
Aunque no me miró, Elvis prosiguió.
—Me hiciste creer todo en lo que tú creías: que la vida no es más que dolor, que un futuro incierto no puede traer nada bueno, que en todo lo que debería confiar es en aquello que nos es negado y que nos hace huir de la realidad por unos momentos. Probar drogas nos hacía sentir invencibles. Beber alcohol nos distorsionaba los sentidos. El sexo nos hacía sentir deseados, queridos, amados. Pero no con el amor convencional, ese el que repetías que no existe, que es un invento para mantenernos como ingenuos ignorantes. Prácticamente me lavaste el cerebro.
—No puse una pistola en tu cabeza para seguirme, Elvis. No me puedes culpar de nada.
—Tus acciones tienen consecuencias. No solo en ti, también en los demás.
José Manuel apartó toda risa irónica en su rostro. Se acercó a Elvis con cierta indignación.
—¿Entonces me conoces muy bien, eh? ¿Aun así piensas que puedes darme lecciones de vida? Tú no sabes nada, Elvis. ¿Qué intentas, analizar mi perfil psicológico?
Elvis tragó saliva y se reclinó hacia atrás para mantener distancia. Sin embargo, José Manuel le agarró del brazo para volver a tenerlo cerca.
»¿Cuestionas cómo soporto toda la mierda de mi vida y crees que todo va a ser mejor? Como afronto la realidad es mi problema.