Las visitas de mamá Julieta y papá Samuel siempre me animaban, aunque nunca podían pasar juntos. Me daba cuenta que poco a poco estaban mucho más cariñosos y amables conmigo y yo con ellos. Mamá Julieta se mostraba dulce, atenta, preguntaba si estaba comiendo bien y que cada día que pasaba me veía más saludable. Aunque yo sabía que era para hacerme sentirme mejor.
Mientras, papá Samuel, aunque se preocupaba por las mismas cuestiones, también me contaba cuentos que pensaba que me distraerían de todo. "Las historias son un boleto gratis a la imaginación", dice. Era cierto. Siempre al contarme historias, cierro los ojos y me imagino dentro de ellas. Eran historias muy locas, de vaqueros alienígenas o astronautas del fondo del océano; no, no tenía mucho sentido. Creo que en ese momento descubrí algo que teníamos en común.
A los demás les encantaba cuando comenzaba a contar historias, también salían de esas cuatro paredes en un viaje a su imaginación.
Poco a poco me sentía mejor. De alguna forma estaba mejorando. El proceso fue largo y tedioso, pero poder mover de nuevo mis extremidades fue increíble. Mis amigos estaban tan emocionados como yo cuando logré levantarme de la cama. No sé qué clase de medicina habrán usado conmigo, pero luego de tanto tiempo, me sentía bien. Dentro de lo que cabe, claro. Todavía necesitaban hacerme pruebas y exámenes.
Ojalá todo hubiesen sido solo buenas noticias. Una noche debían llevarse a Laura para una operación. Las enfermeras le dijeron que se podría recuperar, podría ver de nuevo a su familia. Le mostraron un video enviado por sus padres. Pude escuchar a muchas personas deseando que volviera a casa, el ladrido de un perro, besos en el aire y muchos "te amamos". Laura estaba contentísima. Juntos le deseamos mucha suerte y le mandamos mucha fuerza. Dormimos muy felices por ella. Y al despertar, no volvió.
La esperamos todo el día y al día siguiente. Cuando la enfermera entró para ordenar su cama, preguntamos por ella. Nos dijo que se recuperó y se fue con su familia. Lo raro es que nunca nos miró a los ojos. Siempre estuvo con la cabeza hacia abajo.
Marcelo dijo que nos mintieron, pero Natalia le dijo que no, que deberíamos creerle. Que Laura debía estar con su familia, riendo como siempre lo hacía. Haciendo muchos amigos fuera de ese cuarto frío. Que la imaginemos con esa vida. Entonces Marcelo tachó su deseo de nuestra lista de los sueños.
Él mismo nos dijo que tomáramos lo de la lista enserio. Que debíamos prometer que cumpliríamos todo lo que dice. Lo prometimos levantando nuestra mano derecha. Además, Natalia nos hizo prometer que cualquier otro niño que cruzara por esas puertas, les cumpliríamos sus deseo si no llegan a hacerlo mientras estén con nosotros. Y también lo prometimos.
Así fue como pasó el tiempo; en esa habitación conocimos muchos otros niños que llenaron las demás camas vacías: Enrique, Tomás, Angela, Iván, Jesús, Anadela... Y nos hicimos amigos de todos ellos. Algunos desaparecieron sin que lo supiéramos, otros se iban con una gran sonrisa. Pero a veces era una trampa; sonreían y volvían con sus padres para despedirse de nosotros, y otras veces sonreían y no volvíamos a saber de ellos. Siempre decidí creer que se encuentran bien.
Es así como llega el día que el señor doctor me dice que puedo salir del hospital. Desde hacía días que mis papás Samuel y Julieta me decían que muy pronto podré irme a vivir con ellos. Pero nunca pensé que fuera tan pronto. Esa tarde quisieron sacarme en silla de ruedas, pero estaba tan emocionado que intenté caminar, y pude hacerlo. Mis amigos aplaudieron, estaban tan alegres como yo.
No pude caminar muy bien, porque aún estaba débil por la medicación, pero podía poner un pie frente al otro con algo de ayuda. Me despedí con un abrazo a Marcelo, él se echó a reír y me dio las gracias por hablarle. Que me extrañaría mucho. Yo le respondí que, en cambio, yo no. Porque pronto lo volvería a ver.
Después abracé a Natalia y ella me dio un beso en la mejilla que me limpié con asco. Pero aun así reímos. También abracé a los nuevos niños que habían ingresado hace poco y les deseé recuperarse pronto.
Así, por fin pude salir de allí luego de tres años.
Durante el camino, logré ver por primera vez la ciudad de cerca. Era mucho más grande que desde el cuarto del hospital. Las calles siempre tenían gente, habían muchos carros de varios colores y tamaños y las nubes se veían todavía mucho más lejos que antes. Me sentía un extraterrestre.
Estuvimos en el camino por un largo rato, hasta que salimos de la ciudad. Luego fue otro rato más de solo ver carretera, hasta que llegamos a un pueblo de casas pequeñas y muy similares. ¡Justo aquí donde vivo! Me gusta vivir aquí.
La casa de mis papás Samuel y Julieta está en una alta colina donde hay casas más grandes que las de abajo. Conocí algunos vecinos que esperaban en el porche para saludarme. Y entré a la casa con mucha emoción. Es increíble lo que sentí en ese momento.
Esa primera noche en casa, ambos me desearon las buenas noches. Mi papá Samuel, como siempre, dijo que me contaría una nueva historia. He perdido la cuenta de cuántas nuevas historias me había contado. Era imposible que se les ocurriera tantas. Pero no, había algo diferente. Me dijo que era una historia de un verdadero rey. Entonces se puso a leer de un cuaderno muy viejo.
La historia de un rey que gobernó hace muchísimos años en el país del castillo en el lago, el sitio donde papá Samuel nació. La historia trata en que había un rey malvado, que trataba mal a sus súbditos, a los habitantes de sus dominios y a los animales. Un día, hubo una guerra en donde, al final, se descubrió que el verdadero rey siempre fue un aldeano, según las escrituras descubiertas por un valiente caballero que se rebeló ante el rey.
Fue así como el rey, Lorenzo Torrealba, fue escoltado por los caballeros hasta el castillo. Pelearon ferozmente por quienes aún servían al rey, muchos objetos de valor y documentos se perdieron debido a la lucha. Pero, finalmente, Lorenzo ocupó el lugar del rey y este fue decapitado. Y esa misma noche cayó una lluvia de estrellas en el cielo.