El rey de las nubes

Cuarta carta

Ahora tengo once años. Le avisé a papá Samuel que ya escribí todos mis recuerdos importantes hasta ahora. Lo está viendo. Le gustó. Me puse feliz. Escribo esto en un cuaderno parecido al suyo. Pero ahora él lo hace en cartas. Les pone estampillas verdes bonitas.

Mi hermanito Javier también quería un cuaderno, pero él no escribe muy bien. Él vino a vivir con nosotros porque no tiene papás, como yo. Me emocioné mucho cuando llegó, aunque él es muy asustadizo y casi siempre se lo lleva una señora, creo que se dice sicoterapeuta. Cuando vuelven, ella les dice a mis papás Samuel y Julieta cómo se ha comportado, si come o no y que le cuesta aprender. Esperaré a que quiera jugar conmigo.

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Comencé la escuela hace unas semanas. Nunca había ido a una. Mis padres Samuel y Julieta consiguieron que un maestro viniera a casa. Pero yo les pedí demasiadas veces que quería ir a la escuela como todos los demás. Después de hablar entre ellos y con el señor doctor por mucho, mucho tiempo; por fin me dejaron ir.

Desde el principio quise hacer amigos, pero ninguno de esos niños son como mis amigos del hospital. Algunos se molestan entre ellos, hacen enojar a la maestra y son escandalosos. Aunque quiero ser como ellos en la parte de gritar, correr, hacer bromas y divertirme, pero no puedo.

Lo intenté la primera semana de clases. Todo iba bien. Pero un día en que jugaba en el recreo, bum, me caí. No sé qué pasó después pero desperté en la enfermería. Llamaron a mis padres Samuel y Julieta y llegaron luego de un rato. Estaban asustados de que me hubiese ocurrido algo. Después me trajeron a casa y me explicaron que no podía hacer ninguna actividad física. Mi cuerpo no soporta de alguna forma que me agite tanto y colapso en una convulsión que si no me tratan a tiempo sería peligroso.

Entonces sí, ahora todos en la escuela me ven como una bomba, como si fuera a explotar en cualquier momento. Ya solo me hablan para pedirme el borrador y el sacapuntas. Me siento en el salón durante el recreo, no puedo hacer nada más que estudiar. Y ahora, el hijo de nuestro vecino me vigila a cada rato. Él estudia en la misma escuela que yo, pero es más grande.

En casa tampoco es diferente, me gustaría jugar en el enorme patio que tenemos, pero no puedo correr mucho, así que solo camino en círculos. Mis padres Samuel y Julieta salen casi todos los días; al trabajo o a hacer otras cosas. También cuando quedo solo, porque a mi hermanito se lo sigue llevando esa señora, el hijo del vecino me "cuida" desde la parte de atrás de la casa. Puf, es un fastidio.

Aparte de todo, no sé de Natalia o Marcelo porque están muy lejos para ir a visitarles seguido. La última vez fue hace meses. Escribir es la única forma de sentir que alguien está conmigo.

Me he sentido muy solo. Aunque nunca dejo que mis papás Samuel y Julieta me vean tristes. Ellos son muy buenos conmigo. Tengo que sonreír mucho para que vean que están haciendo un buen trabajo. Es más, cuando me duele el cuerpo y la cabeza hago como si no sintiera nada. Les pido que me den medicina porque les miento diciendo que sabe muy rico. Perdón, no me gusta mentir.

Creo que es peor cuando me atacan los dolores antes de dormir o mientras lo hago. Debo quedarme callado hasta la mañana siguiente. No quiero que se preocupen más por mí, por eso debo ser fuerte y sonreír mucho. Todo el dolor pasará pronto, es lo que siempre me dice mi mamá Julieta.

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Han pasado muchos días desde que escribí lo de arriba.

Le pedí a mi papá Samuel que me enseñara algunos juegos para distraerme mientras no están. Me enseñó a armar aviones de papel, pude volar una cometa y armé con él una margarita con papeles de colores y se la regalé a mamá Julieta. Se puso muy contenta. Él también lo estaba. Siempre están felices cuando me ven sonreír.

Hoy quiero jugar algo diferente. Se supone que tengo que estudiar para el examen de matemáticas pero ahora mismo no tengo ganas. Voy a salir a ver qué se me ocurre.

Traje el cuaderno conmigo. Es tan pequeño que es muy cómodo para llevarlo a cualquier lado. El de mi papá Samuel es más grande, lo guarda en su habitación.

Ojalá hubiera un columpio en el árbol gigante. Sería muy divertido.

El hijo del vecino me saludó. Creo que quiere asegurarse de que estoy bien.

Le pregunté si no conoce de algún juego. Me dijo que cuando era más niño jugaba a lo que quería ser cuando fuera grande. Yo aún no lo sé. Ser un rey sería divertido, como el rey de la familia Torrealba. Pero no tengo castillo ni una corona, caballeros ni nada. Volveré a preguntarle a ver qué me dice.

¡Hoy fue un día súper divertido! Ya es de noche y debería dormir, pero tengo que escribir esto. El hijo del vecino y yo jugamos mucho toda la tarde. Me convertí en un verdadero rey. Él me armó una corona muy rápido con algunas ramas del árbol grande y le enredó algunas hojas. Mi bastón era otra rama larga que arrancó cuando se cayó intentando conseguir más hojas. Fue muy gracioso.

Aún me falta un castillo, un trono, caballeros y un pueblo lleno de aldeanos. Le pedí si me podía hacer algo de eso con más ramas pero me dijo que era dificilísimo. Entonces me pidió usar la imaginación, dijo que siempre podía tener muchas cosas con solo cerrar los ojos e imaginarlo.

Pero era algo complicado, entonces se me ocurrió jugar a que todavía era un aldeano que debía recuperar la corona. Le dije que fuera el rey malvado y estuvimos luchando para conseguir mi puesto de rey. Fue una batalla muy explosiva. Y tanto así, que el rey malvado me ganó. Me puse molesto porque es difícil jugar si no puedo moverme mucho para no enfermarme, pero mañana después de la escuela jugaremos otra vez.

¡Pronto conseguiré la corona!

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Hoy intenté quitarle la corona al rey malvado, pero no pude. Mañana sé que podré.

No pude quitarle la corona. Corre mucho y sabe que yo no puedo hacerlo.



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En el texto hay: juvenil, romance, lgbt

Editado: 22.05.2024

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