La prueba estuvo bien, estoy seguro que entraré. Hubo muchas preguntas de opción múltiple, gráficos y debíamos realizar dos ensayos. Aún no sé qué podría estudiar, creo que lo consultaré con mis amigos en cuanto llegue al hospital.
Ya estoy aquí. Escribo mientras camino, es muy difícil, y más si estoy temblando de la emoción de verlos otra vez.
Estoy en la habitación con Natalia, pero Marcelo no está. Le acabo de preguntar por él, pero no sabe nada desde anoche. Dice que se lo llevaron por un intenso dolor que tenía desde hace semanas. Revisé su gavetero y la lista seguía allí. La doblé y la tengo guardada en mi bolsillo.
La enfermera entró luego de varios minutos. Natalia le pregunta por Marcelo, pero solo está dando vueltas. Ya va a decir qué le...
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¿Por qué siento la noche tan fría? ¿Por qué me siento mal sin que me duela nada? ¿Por qué estoy triste sin sentirlo?
No pude seguir escribiendo por días.
Me odio. No pude despedirme. No lo veía desde hace mucho. Ya no recuerdo cómo se sentía reír junto a él o abrazarlo. Pero tampoco puedo llorar ni estar triste. Cuando me enteré, colapsé de nuevo. Menos mal estaba en el hospital.
No creí que me sucedería otra vez. Ahora Javi está asustado y duerme conmigo. Repite que tiene que cuidarme porque no quiere que me muera. Sabe que reacciono mal ante casi cualquier cosa.
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Dentro de poco tendré que irme y ya no quiero hacerlo. Deberé vivir solo en la capital y no me siento capaz. ¿Para qué molestarme? Voy a morir tarde o temprano. Así como todos esos niños del hospital, como Laura, como Marcelo, como el hijo del vecino... Todo el cuerpo me duele. Están probando otros medicamentos experimentales y estos me hacen sentir horrible. Mi cabello se ve cada vez más rojo y me aparecen pecas en partes donde no habían. Dicen que mi melanina tiene una reacción natural según la composición de los medicamentos.
Papá toca a mi puerta, no sé qué querrá, pero lo escribiré en cuanto se vaya.
Es la mañana siguiente, no pude escribir. Ya he empapado estas páginas lo suficiente con mis lágrimas.
Pero ahora creo que puedo hacerlo. Puedo escribir de lo que me habló.
Le expresé todo lo que siento. Mi frustración. Y lo único que quería era que me calmara. Eso de alguna manera me exasperaba más. Lo solté todo. Cómo nada tiene sentido. No importa cuánto trate de ver una sonrisa en donde no la hay. ¿Por qué la gente que quiero se va? Mis amigos se han ido, se han muerto. Les ocurrirá lo mismo a ellos, a mí. ¿Por qué vivir si siempre vivo con dolor? ¿Por qué se esfuerzan en que trate de ser feliz? Al final no importará.
Él me encerró en sus brazos. Me dijo: Cuando llegues a mi edad, habrás visto morir a mucha gente. Y muchos habrán sido tus amigos o familia. Terminas por aceptarlo, por aprender a sobrellevarlo. Un día dejarás este mundo, como todos nosotros. Así que asegúrate de vivir una vida por la que tus recuerdos trascenderán al más allá y puedas conservarlos.
Que te sientas triste, es de humanos. La única forma por la que te sientes tan triste, es porque antes fuiste sumamente feliz. Debes sentirte agradecido por haber sentido algo tan bueno antes. Es una tristeza por la que debes sentirte feliz. Tal vez te suene ridículo ahora, hijo, pero cuando crezcas lo entenderás.
Y antes de salir por la puerta, también dijo: O quién sabe, eres muy listo. Puede que lo llegues a entender pronto.
Fue como en una película, me ayudó de alguna manera. Pero eso no evitó que continuara sollozando.
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Medité mucho sobre lo que dijo papá. Creo que finalmente lo entendí. Decidí ponerlo a prueba anoche, una noche silenciosa. Salí sin que se dieran cuenta, hasta llegar a árbol de atrás. A poquísimos metros estaba el acantilado. Me senté en la tierra y cerré los ojos. Estuve así un par de minutos. Escuché un chasquido. Y pude ver al hijo del vecino. Le agradó verme allí. Dibujó una sonrisa en su rostro.
Hizo una reverencia y llamó con entusiasmo a otras personas que no alcanzaba a ver. Atravesaron una puerta donde el fondo era de un abismo oscuro. De allí salió Laura, justo como la recordaba. Estaba en una silla de ruedas y era empujada por mi amigo Marcelo. Se posicionaron enfrente de mí e hicieron una reverencia.
Creo que aguantaba las ganas de llorar. Un rey no debería verse débil porque no sería capaz de protegerlos. Marcelo subió las esponjosas escaleras. Daba pequeños brincos. Estaba justo como lo recordaba. Le pregunté si le dolía el cuerpo y negó con la cabeza. Se veía feliz. Yo sé que lo estaba. Ahora más que volvíamos a vernos.
Le expliqué todo lo que papá me dijo. Solo asentía con la cabeza, parecía estar de acuerdo. También le di la noticia de la universidad. Aplaudió con fuerza. Laura también lo hizo. Y le lancé una flor que hice aparecer con mi magia de rey.
Supongo que agradecí que estuvieran felices. Solo eso quería ver en sus rostros: felicidad. Es lo único que quiero para todo el mundo. Es lo único que quiero para mí.