El Rey Maldito

Capítulo 9

La nieve volaba detrás de ellos como un rastro de ceniza.

Eiran y Varek corrían entre los árboles en zigzag, intentando perder a los vacíos que los seguían como una jauría desatada. Tras ellos, los jinetes avanzaban con furia, las armaduras chocando, las flechas silbando entre los troncos.

—¡No podemos llevarlos a la granja! —la voz de Varek retumbó por el enlace mental, grave y cortante—. ¡Si seguimos recto los guiarás hacia ella!

—¡Lo sé! —rugió Eiran, el veneno quemándole bajo la piel—. ¡Pero no se detienen!

Los vacíos eran como sombras con hambre. Las flechas envenenadas se clavaban en los troncos.

La vista de Eiran comenzaba a enturbiarse por el veneno, pero aun así corría, arrasando nieve y tierra.

Un lobo vacío lo alcanzó por el flanco. Ambos rodaron entre la nieve, gruñendo, chocando garras y dientes. Eiran lo partió contra un tronco y siguió corriendo.

Varek lo adelantó. —¡Por aquí! —aulló, desviándose hacia un claro.

Eiran lo siguió…

…pero el olor llegó antes que la visión.

La granja.

—¡NO! —rugió Eiran con desesperación.

Los jinetes emergieron del bosque como sombras montadas. Los vacíos se dispersaron alrededor, olfateando… avanzando.

Un grito entonces quebró el aire.

—¡EIRAN!

Era Mara. Había salido a buscarlo.

—¡MARA, NO! —rugió Eiran con el corazón desgarrándose.

Un vacío —un felino de pelaje hierro— se lanzó hacia ella.

Eiran interceptó el salto, sus garras leoninas desgarrando la garganta de la criatura. El rugido que soltó hizo temblar la tierra. Sangre negra salpicó su melena.

Y cuando Eiran giró hacia ella, forzó su cuerpo a encogerse, volviendo a la forma humana entre espasmos de huesos y piel-

Mara lo vio. El miedo la paralizó. —A-aléjate… —susurró, sin respirar—. Eres… eres un…

Ella retrocedió un paso.
Dos.

—Mara, mírame —Eiran avanzo hacia ella muy despacio extendiendo sus brazos —. Soy… soy yo, por favor… vuelve al refugio. — suplico con angustia en su pecho.

Varek, se vió rodeado por vacíos, peleaba solo. Arcos tensados apuntaban hacia él. Una flecha envenenada se hundió en su costado. Aun así, seguía luchando.

Mara era una libre asustada y en lugar de correr hacia el interior de la cabaña corrió lejos de ella. Erien maldijo y fue detrás suyo. Pero un Jinete le bloqueo el paso alzando su espada para cortarla. Ella dio un paso atrás y su pie se atascó, mientras Eiren rugió transformándose nuevamente en su forma animal salto sobre Mara hacia el jinete y lo derribo de su caballo. Este relincho y salió corriendo.

Un león negro, colosal, con los ojos de oro líquido ardiendo arranco el casco del jinete, para después destrozar su cara con sus fuertes fauces.

La sangre fresca goteando de sus colmillos y salpico la nieve.

—Eres… un monstruo… — declaro Mara mientras busca liberar su pie. Eren se tensó. Esas palabras le dolieron más que las flechas o si quiera las garras de sus oponentes.

El aire se quebró.

La madre de Mara salió corriendo del refugio, llorando. El padre detrás de ella. El pequeño hermano, con la cara llena de lágrimas y nieve, gritando por su hermana.

—¡MARA, VUELVE! —la llamó su madre con la voz rota—. ¡HIJA, POR FAVOR!

—¡No puedo sacarlo! —gritó Mara de pronto, alarmada. Mirando al león negro de ojos dorados avanzando hacia ella —¡Aléjate monstruo!

Eiran sintió que algo en él moría con esa palabra.

El padre corrió hacia ella. Pero un jinete lo interceptó. Eiren no alcanzo a reaccionar y la espada corto el pecho del hombre. Mara grito con dolor igual que su madre mientras cargaba al niño y busca huir de una bestia que se lanzó hacia ellos.

—Eiran… protégelos… —alcanzó a enviar por el vínculo Varek, su voz débil, antes de caer de costado, demasiadas flechas y heridas abiertas por las bestias.

Eiran sintió el aire salírsele del pecho. Sus sentidos se abrumaron cuando una rfaga de flechas lo impactaron adormeciendo su cuerpo.

La madre de Mara corría con el niño en brazos cuando una flecha la alcanzo por la espalda. El niño rodo lejos de sus brazos y ella trato de arrastrarse hacia él, pero una bestia de pelaje naranja y manchas negras lo alcanzo primero y lo sacudió como un muñeco de trapo.

Eiran lanzó un alarido infernal, un rugido que no pertenecía a ningún animal conocido.
Su cuerpo se arqueó hacia atrás, los huesos crujieron como madera al partirse, y la transformación lo devoró desde el interior.

Su piel se abrió paso entre su pelaje obscuro. Su forma leonida se estiró y se ensanchó. Emergiendo su forma homínida, la verdadera naturaleza de un hijo de Darn’Vek.

Un coloso de pelaje negro, más oscuro que la noche, con hombros del tamaño de un toro y un pecho que vibraba con cada respiración salvaje. De su mandíbula inferior sobresalían colmillos largos, enormes, tan prominentes como los de una morsa, curvados y brutales, brillando con saliva y sangre. Los ojos dorados ardían como metal fundido. Eran fuego líquido encerrado en un cuerpo que ya no conocía la calma humana.

Su espalda se curvó ligeramente hacia adelante, la postura propia de un depredador bípedo. El pelaje se volvió más grueso, más erizado, como si respondiera al llamado de la guerra misma.

Sus patas enormes, pesadas, cargadas de garras negras tan largas como cuchillos, que se hundían en la nieve como si fuera mantequilla.

El monstruo avanzó arrastrando el peso de su poder. Cada paso hacía vibrar la tierra.

Y avanzó hacia Mara.

Ella, al verlo así, dejó escapar un grito desgarrado. Su cuerpo entero tembló y, con un esfuerzo desesperado, logró zafarse de la zanja.

Cayó sobre la nieve. Se arrastró lejos, llorando, jadeando, raspando sus manos en la nieve helada mientras intentaba apartarse de él.

Eiran quería protegerla. Quería llegar a ella. Pero su forma homínida era demasiado salvaje, demasiado feroz para transmitir ternura alguna. Su presencia parecía un presagio de muerte.




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