Ariel:
Era un nuevo día en la ciudad y... ¡ay, por Dios! ¡Voy a llegar tarde!
No me he presentado: me llamo Ariel Prescott, tengo 22 años y vivo con mi padre en Vancouver, Canadá. Solo somos él y yo. Mi madre murió cuando era pequeña; a decir verdad, no la recuerdo mucho, pero mi padre dice que soy su viva imagen.
Nos quedamos solos, él y yo, contra el mundo. Yo soy su pequeña, y él es mi mundo. Es el mejor papá que me pudo tocar: me protege mucho. A veces siento que es demasiado, aunque lo entiendo. Extraña a mi madre, y dice que soy lo único que le queda de ella.
Pero basta de hablar de mí. ¡Ohhh, como les decía, voy a llegar tarde a mi turno en la cafetería! Trabajo allí desde hace seis meses. La paga es buena y me ayuda con mis gastos, mientras sigo buscando trabajo en mi profesión.
Me gradué de la universidad hace ocho meses, pero encontrar empleo recién salida no es fácil, así que me tocó buscar algo temporal para sostenerme. Amo a mi padre, pero puedo encargarme de mis gastos. Aunque él insiste en que no le molesta ayudarme, a mí me gusta ser independiente. No me rendiré buscando un empleo que me apasione.
A decir verdad, tengo dos carreras: contabilidad y —aunque parezca lo opuesto— también medicina. Sí, ya sé, no tienen nada que ver, pero no pude decidirme: me encantan ambas.
En fin, mientras iba pensando en todo eso durante el trayecto al trabajo... ya llegué. Los dueños de la cafetería son una pareja de ancianos adorables, como los abuelos que siempre quise tener.
—¡Hola, Estela! ¿Cómo estás? ¿Qué tal ha estado el día?
—Bien, mi niña. Ha estado un poco agitado, nos vendrá bien tu ayuda. ¿Y tú qué tal?
—Bien, Estelita. Me quedé dormida otra vez... ya sabes que la cama es mi amiga.
—Ay, mi niña, eres muy perezosa.
—Pues sí, voy a trabajar, Estelita.
—Ve, cariño.
Entro a la zona de descanso, guardo mis cosas y me pongo el uniforme. Salgo lista para empezar. Ya llevo cinco horas y la cafetería ha estado muy movida todo el día. Estoy un poco cansada, pero puedo seguir.
Descanso unos 15 minutos, me como un sándwich de pollo con jugo, y regreso a mi turno. Ya estoy recogiendo; faltan cinco minutos para salir. Me quito el uniforme, me peino un poco. Ha sido un día largo y estoy agotada. Me despido de Estelita:
—Estelita, me voy a casa.
—Adiós, mi niña. Salúdame a tu padre.
—Sí, Estelita. ¡Adiós!
Hoy no vino Rony. Se llama Ronald, pero le digo así de cariño. Es como un abuelo para mí, al igual que Estelita.
Salgo rumbo a casa. Vivimos en una pequeña casita acogedora, cerca de un hermoso bosque. Es un poco alejada, pero no la cambiaría por nada: me encanta la naturaleza. Crecí cerca de ella.
Estoy llegando y veo a mi papá entrar.
—¡Hola, papi! ¿Cómo te fue?
—Hola, pequeña. Bien, mi amor. ¿Y a ti?
—Bien, papi. Estoy cansada... y con hambre.
—Traje pizza, mi pequeña, de la que te gusta.
—¡Gracias, papi! Vamos a comer que ya no aguanto el hambre.
Entramos, comimos y vimos televisión un rato. A mi papá le gustan las mismas series y películas que a mí, y siempre trata de pasar tiempo conmigo.
Me voy perdiendo en el sueño... poco a poco me quedé rendida en el sofá.