Ariel:
Aún tengo el corazón latiendo rápido. No por Luke, aunque su presencia me alteró, sino por él…
Erick.
Qué nombre más fuerte… y a la vez, tan suave cuando sale de sus labios.
No sé qué fue eso que sentí cuando me tocó la mano. Una especie de corriente que me atravesó como un rayo cálido, pero no me asustó. Fue como si... algo dentro de mí despertara.
No entiendo qué me pasa. Apenas lo conozco, y sin embargo siento una extraña familiaridad. Como si nos hubiéramos cruzado en otra vida. ¿Suena loco, verdad?
Después de despedirme, seguí caminando hasta la cafetería. Quise convencerme de que era un simple encuentro... casual. Pero algo en su mirada, en su voz… me decía que no lo era.
Y no sé por qué, pero mientras preparaba cafés y limpiaba mesas, sentía su presencia cerca. Era como si me observara. No con incomodidad, no... más bien con calma, protección.
Y eso me hacía sentir segura.
¿Estoy enloqueciendo? ¿O esto es lo que se siente cuando conoces a alguien destinado a ti?
Intenté sacarlo de mi mente el resto del día, pero cada vez que tenía un segundo libre, lo recordaba. Su voz grave, su forma de mirarme… y esos ojos grises. Jamás había visto unos así.
Tan intensos. Tan... lobo.
Cuando terminó mi turno, salí con un suspiro. Estaba agotada, pero había algo en el ambiente, una energía que me hacía sentir viva.
Caminaba hacia casa, disfrutando del viento en mi cara, cuando lo sentí de nuevo.
Esa sensación... como si alguien me cuidara. No vi a nadie, pero lo sabía.
Erick estaba cerca.
No sé cómo lo supe. Solo lo sentí.
Llegué a casa y mi padre ya estaba ahí. Cenamos tranquilos. No mencioné a Erick. No sé por qué. Tal vez porque todavía estoy tratando de entender lo que me está pasando.
Me acosté temprano. El cansancio me venció rápido.
Y entonces, lo soñé.
Estaba en el bosque. Rodeada de árboles y luz dorada. Frente a mí, el lobo blanco. Se acercaba con calma, sin miedo. Me miraba con ternura. Y cuando lo toqué, se convirtió en él.
En Erick.
No decía nada. Solo me miraba. Y con esa mirada, lo decía todo. Me sentí segura. Protegida.
Amada.
Desperté con el corazón agitado y las mejillas encendidas. No podía dejar de pensar en él.
Me levanté, me duché, y mientras me vestía para salir, me encontré sonriendo sola.
¿Qué me estás haciendo, Erick Hunt?
Tomo mi bolso y salgo de casa. Hoy tengo turno tarde en la cafetería, así que aprovecho la mañana para caminar por el bosque.
Mi lugar favorito.
Mi escape.
Me adentro entre los árboles. Me siento en una roca, cierro los ojos y respiro. Me encanta el olor a tierra, a hojas, a vida.
Y entonces lo escucho.
Un crujido. Suave, apenas un susurro… pero sé que es él.
—¿Vas a quedarte ahí mirándome todo el día, lobito… o vas a salir? —digo, sonriendo sin abrir los ojos.
Un segundo después, lo escucho acercarse. Abro los ojos y ahí está. El lobo blanco.
Mi lobo.
—Hola de nuevo —le digo con suavidad, acariciando su cabeza—. Me alegra que hayas vuelto.
Él se sienta junto a mí, tranquilo. Me recuesto sobre él, como si lo hubiera hecho toda mi vida.
Y por un momento, el mundo se detiene.
No hay pasado. No hay miedo. No hay huida.
Solo estamos él y yo.
Y aunque no lo comprendo del todo, hay algo dentro de mí que sabe que esto…
Esto es solo el comienzo.