El Rey y su Luna No Cazadora

capitulo 6

Ariel:

El bosque siempre me llena de paz… pero hoy fue diferente.
Sentí una conexión. No solo con la naturaleza… sino con él.

Después de mi paseo con el lobo blanco —o mejor dicho, con Erick, porque ya sé que es él—, regresé a casa con una sonrisa tonta en el rostro.
Dormí bien, aunque mi mente no dejó de repetirme su nombre una y otra vez.

Hoy tengo turno de mañana en la cafetería. Me alisto, me recojo el cabello en una coleta alta, me pongo mi uniforme y salgo con un café en mano. El aire está fresco y el cielo ligeramente nublado, pero eso no me molesta. Me gusta el clima así.

Al llegar, Estelita me saluda como siempre, con ese cariño que me recuerda a los abuelos que nunca tuve. Le sonrío, entro, dejo mi bolso en la parte trasera, y empiezo a preparar el área para los primeros clientes.

A media mañana, el local está lleno. Es uno de esos días en que los pedidos no paran, y entre cafés, pasteles y sonrisas forzadas, siento que no he tenido ni un segundo para respirar.

Y entonces… la campanita de la puerta suena.

Levanto la mirada por costumbre, y ahí está.
Él.

Erick.

Entra como si el lugar no pudiera contenerlo. Alto, seguro, y con esa presencia que hace que el mundo se quede en silencio por unos segundos. Mis manos tiemblan apenas un poco, pero trato de mantener la compostura. Me acerco al mostrador y lo saludo como si no me hubiese derretido ayer en el bosque.

—Hola, bienvenido. ¿Qué deseas pedir? —le digo, tratando de sonar profesional.

Él me mira con esos ojos grises que parecen leer todo lo que intento esconder, y sonríe. Esa maldita sonrisa…

—Hola, Ariel. Me alegra verte otra vez —dice, con voz tranquila pero firme.

Mi corazón da un salto.

—Igualmente, Erick. ¿Qué te apetece hoy?

—Lo que tú me recomiendes —responde, sin apartar los ojos de los míos.

Sonrío, un poco nerviosa pero divertida.

—Bueno, entonces te prepararé un capuchino con un toque de canela. Es uno de mis favoritos… y va bien con la lluvia que se viene.

—Perfecto. Confío en tu buen gusto.

Le preparo la bebida tratando de no derramar nada (lo cual sería típico de mí con los nervios), y se la entrego con una servilleta doblada con cuidado.

—Aquí tienes.

—Gracias —dice mientras toma un sorbo—. Está delicioso. Tienes buen ojo para esto. ¿Llevas mucho trabajando aquí?

—Unos seis meses —respondo, apoyándome en el mostrador mientras me permito bajar un poco la guardia—. Es algo temporal, mientras consigo algo en lo que me gradué.

—¿Y qué estudiaste?

—Bueno… dos cosas, en realidad. Contabilidad y Medicina —respondo, esperando que no me mire raro.

Pero, en lugar de eso, sonríe más.

—Interesante combinación. Inteligente… y compasiva.

¿Está coqueteando?

—Digamos que me cuesta elegir. Me gustan ambas, aunque no tienen nada que ver —digo, encogiéndome de hombros.

—Yo creo que dicen mucho de ti —responde, y sus ojos brillan—. Una mente ordenada… y un corazón enorme.

Ok. Confirmado. Está coqueteando.
Y yo no sé cómo no me estoy derritiendo aquí mismo.

—¿Y tú? —le pregunto, intentando disimular lo que me está haciendo sentir—. ¿A qué te dedicas?

—Mmm… digamos que tengo cierta responsabilidad familiar. Mucha gente depende de mí —responde, enigmático.

Siento que hay mucho más detrás de esa respuesta… pero no lo presiono. Hay algo en él que me dice que no es cualquier persona.

Pasamos unos minutos hablando. Me hace reír, me escucha con atención, y por primera vez en mucho tiempo, siento que alguien me ve de verdad. No como la chica que huye. No como la que se esconde. Me ve como yo.

Entonces, cuando ya creo que va a despedirse, se inclina un poco hacia mí y, con esa voz suave pero decidida, dice:

—Ariel… ¿saldrías conmigo?

Mi mundo se detiene por un segundo.

—¿Una cita? —pregunto, con una pequeña sonrisa y el corazón latiéndome en los oídos.

—Sí. Tú y yo. Hoy, mañana… cuando tú quieras. Solo tú y yo, sin café de por medio.

Lo miro. Dudo unos segundos… no porque no quiera, sino porque tengo miedo de volver a sentir algo tan fuerte. Pero al mismo tiempo, algo me dice que con él, puedo bajar la guardia.

—Está bien —respondo finalmente, con una sonrisa—. Acepto.

Sus ojos brillan. El suyo es un gesto pequeño, pero se nota la alegría.

—Entonces paso por ti mañana, si te parece. Después de tu turno.

—Perfecto —respondo.

Erick se despide con esa sonrisa que se está volviendo adictiva. Lo veo salir por la puerta, y cuando ya no lo tengo a la vista, me apoyo en el mostrador con una sonrisa boba.

¿Qué estás haciendo conmigo, Erick Hunt...?

Y por primera vez en mucho tiempo, la idea de abrir mi corazón ya no me asusta tanto.




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