Ariel:
No recordaba la última vez que me sentí así.
Nerviosa, emocionada… viva.
Y todo por él.
Desde que acepté la cita, no he podido pensar en otra cosa. Erick tiene esa presencia que te atrapa, pero también una ternura que no esperaba. Me cuesta creer que un hombre así exista. Y lo peor —o lo mejor— es que me hace sentir vista, entendida, protegida… sin sentirme prisionera.
Cuando llegué al restaurante y lo vi esperándome, el corazón casi se me sale del pecho. Estaba… impecable, elegante y sereno. Y cuando me miró, con esos ojos grises y esa sonrisa suave, sentí que el aire me faltaba.
La noche fue perfecta. Me hizo reír, me escuchó, me contó sobre su empresa… y lo que más me sorprendió fue descubrir su lado humano. Publicidad ecológica, protección de bosques, apoyo a comunidades sostenibles… Nunca pensé que un hombre con tanta fuerza tuviera un corazón tan conectado con la naturaleza.
Y sin embargo… hay algo más. Algo que me pica en la piel.
Una sensación que no desaparece.
Como si… algo estuviera por romperse.
—Gracias por traerme —le digo mientras caminamos por el jardín iluminado—. Pensé que sería incómodo… pero me siento segura contigo.
Él se detiene. Me mira como si esas palabras significaran el mundo para él.
Y lo entiendo. Porque yo también lo siento.
Por un momento, pienso que me va a besar.
Y entonces…
Crack.
Un crujido. Instintivo. Preciso. Peligroso.
Erick se coloca frente a mí en un parpadeo. Su cuerpo tenso. Sus ojos afilados.
Yo también me congelo.
Porque conozco ese sonido.
Y sé lo que significa.
Flashback – Hace 14 años
Tenía ocho años la primera vez que disparé.
No era un juego.
Mi abuelo me decía:
—“Apunta al corazón, Ariel. Si dudas, mueres. Si fallas, alguien más muere.”
Yo no quería aprender. Lloraba. Me escondía. Pero él siempre me encontraba. Siempre.
No lo sabía entonces… pero ahora lo entiendo. Él sabía quién era yo.
Sabía que mi madre era una loba.
Sabía que su propio hijo —mi padre— se había apareado con una criatura sobrenatural.
Y por eso me crió con tanto miedo y violencia disfrazados de disciplina.
Quería hacer de mí un arma.
Mitad humana. Mitad loba. Una cazadora perfecta.
Me entrenó con cuchillos, dardos, rifles, combate cuerpo a cuerpo.
No como una niña. Sino como una máquina.
Una guerrera destinada a destruir lo que él más odiaba: los licántropos.
—“Tú serás nuestra clave para ganar esta guerra.” —me repetía.
Pero cuando mi madre murió, papá me sacó de todo eso.
Huimos. Cambiamos de nombres, de ciudades, de vida.
Nunca volví a hablar del pasado. Ni siquiera con papá.
Me prometí enterrarlo.
Ser normal.
Pero mi sangre… mi sangre recuerda.
De vuelta en el jardín, me doy cuenta: no están solos.
Los cazadores están aquí.
Y lo peor… son de los míos.
—Erick —susurro—. Nos encontraron.
No me pregunta cómo lo sé. Solo asiente. Ya lo sabe también.
De entre los arbustos, cuatro hombres aparecen. Trajes tácticos, armas modificadas. Sus ojos nos escanean.
Uno de ellos me mira directo a la cara.
—“La híbrida. Confirmado. Es ella.”
Erick gruñe. Literalmente. No sé si lo notó. Pero su voz salió con un temblor salvaje.
—Atrás de mí —me dice.
—No.
Lo digo con calma. Pero con la determinación de alguien que ya no quiere huir.
Mis manos tiemblan solo por un segundo. Luego, el cuerpo reacciona como si nunca hubiera olvidado.
Doy un paso al frente. Miro al cazador que me apunta.
—Hola, Marco. Dile a mi abuelo que ya no tengo ocho años.
Él duda. Y esa fracción de segundo es mía.
Giro, desarmo, golpeo el costado.
Uno menos.
Erick arremete contra dos más. Es veloz, una fuerza brutal que ni siquiera los cazadores más entrenados pueden igualar.
El último intenta disparar. No lo dejo.
Lo desarmo. Giro el cuerpo. Rodillazo. Codazo. Lo dejo en el suelo.
Mis músculos responden con precisión. Mis sentidos están alerta.
Estoy despierta.
Y él… Erick… me está mirando con sorpresa. Pero no con miedo.
Sino con orgullo. Y algo más… deseo salvaje.
El lugar queda en silencio. Tres cazadores inconscientes. Uno huyendo.
Mi respiración está agitada. Siento la adrenalina correr por mis venas.
—¿Estás bien? —me pregunta Erick, acercándose.
—Sí —respondo. Y lo miro directo a los ojos—. Pero ya no puedo esconderme más.
Él se acerca, me toma de la mano. La suya es cálida, firme.
—No importa lo que seas, Ariel. Eres mía. Y no dejaré que nadie vuelva a usarte como un arma.
Y por primera vez…
Yo también dejo de temerle a lo que soy.
Porque si tengo que enfrentar al mundo como mitad lobo… mitad cazadora…
lo haré.
Pero lo haré a su lado.