“Amor en la Mira”
Narrado por Lyanna y Elian
Lyanna (Loba Beta)
Recuerdo el olor del metal quemando mi piel.
Recuerdo el dolor.
Y el miedo.
La trampa de hierro había atravesado mi pierna. Intenté liberar mi forma humana, pero estaba débil.
Los cazadores estaban cerca.
Pensé que moriría.
Y entonces… lo vi.
Joven, con el ceño fruncido y un arma en la mano. Tenía la mirada de un asesino entrenado.
Pero no disparó.
Se acercó lentamente. Vio mis ojos dorados, y en lugar de matarme…
Se detuvo.
—“¿Por qué no lo haces?” —le pregunté, jadeando de dolor.
—“No lo sé…” —susurró él—. “No puedo.”
Cuando nuestras miradas se cruzaron, sentí ese tirón en el pecho. Ese brillo invisible.
La marca de la diosa.
Él era mi mate.
Y yo… era su enemiga.
Elian (Cazador)
Toda mi vida me entrenaron para matarlos.
Los licántropos. Las aberraciones. Los monstruos.
Mi padre me enseñó que eran traidores por naturaleza. Peligrosos. Salvajes.
Y sin embargo, cuando la vi, herida entre las hojas, suplicando con los ojos y el cuerpo tembloroso…
No vi una bestia.
Vi a una mujer.
Hermosa. Orgullosa. Valiente, incluso en su debilidad.
Y algo dentro de mí despertó.
Ni el arma ni las órdenes importaron más.
La cargué. La curé.
Y desde ese día, mi vida cambió.
Nos vimos en secreto.
En los límites del bosque, en ruinas antiguas, en cavernas húmedas donde la luna no nos encontraba.
Ella me hablaba de su manada.
Yo le contaba mis dudas. Mis miedos. Mis cicatrices.
Poco a poco, el odio que nos enseñaron se convirtió en curiosidad, luego en confianza, y finalmente en amor.
Lyanna
Nunca pensé que una loba beta encontraría su mate en un cazador.
Era casi un chiste cruel del destino.
Pero el vínculo… no puede romperse.
Al principio quise negarlo. Pensé en mi manada, en las reglas, en el peligro.
Pero cada vez que lo veía, que olía su piel, que escuchaba su voz… mi lobo se calmaba.
Él era mi hogar.
No importaba que su mundo me quisiera muerta.
Elian
Cuando Lyanna me dijo que estaba embarazada…
tuve miedo.
No por mí.
Por ella.
Por nuestra hija.
Sabía lo que diría mi padre.
Sabía lo que haría.
Y no me equivoqué.
Cuando lo supo, su rostro se volvió piedra.
—“Has deshonrado tu sangre,” —escupió—.
—“Pero tu error puede convertirse en un regalo. La niña… esa aberración híbrida… puede ser un arma. Entrenada desde niña. Condicionada. Perfecta.”
Yo me negué. Quise pelear, protegerlas, huir.
—“No las tocarás.” —le grité.
Y esa misma noche, desaparecimos.
Vivimos escondidos. De manada en manada. Luego en ciudades humanas.
Siempre corriendo. Siempre alerta.
Pero felices.
Porque estábamos juntos.
Lyanna
Ariel era luz.
Pequeña, curiosa, fuerte.
Tenía mis ojos y los de su padre, era una mezcla hermosa y perfecta de ambos.
La entrené, sí.
Le enseñé a correr, a sentir la tierra, a identificar olores, a protegerse.
Darian también lo hizo.
Pero con cuidado. Sin violencia. Sin odio.
La educamos para vivir. No para matar.
Pero sabíamos que no podríamos esconderla para siempre.
Y entonces, un día… todo cambió.
Elian
Fue una mañana común. Fui por provisiones.
Al regresar…
ella ya no estaba.
Mi Lyanna. Mi compañera.
Mi mate.
No hubo sangre.
No hubo señales de lucha.
Solo… silencio.
Y mi hija, dormida, intacta, sin recuerdos.
Era como si alguien la hubiera arrancado del mundo sin dejar rastro.
La busqué. La grité.
La recé.
Nunca volví a encontrarla.
Hasta hoy, sigo sin saber qué le hicieron.
Si sufrió.
Si la cazaron.
Si la escondieron.
O si simplemente la apagaron como una vela.
Pero lo que sí supe… fue que debía proteger a nuestra hija a toda costa.
Ariel no sería un arma.
No sería un experimento.
No sería lo que ellos querían.
Sería libre.
Y por ella, quemaría el mundo entero si fuera necesario.