El Rey y su Luna No Cazadora

capitulo 12

La noche fue extrañamente tranquila.

Después de tanto caos, tanta verdad revelada y tantas emociones flotando en el aire como hojas al viento, estar en casa de Erick era… reconfortante.

O tal vez no era su casa.

Tal vez era él.

Me prestó una camiseta suya —gigante en mí, claro— y me preparó una taza de té de canela mientras me sentaba en uno de los sillones frente a una chimenea que ardía suavemente.

—¿Quieres que me quede? —me preguntó, con un tono más tierno que posesivo.

—Sí —le respondí sin pensarlo demasiado—. Pero necesito avisarle a mi papá. Debe estar desesperado.

Él asintió, tomó su celular y me lo extendió.
Llamé.

—¿Ariel? —la voz de mi padre sonó cortada, cargada de ansiedad—. ¿Estás bien?

—Sí, papi. Estoy bien. Estoy con Erick.

—¿Quién es Erick?

—Mi… —tomé aire—. Mi mate.

Un silencio. Luego una respiración pesada del otro lado.

—¿Él te ha protegido?

—Sí. Y me salvó.

—Entonces… confío en ti, mi pequeña. Llámame en la mañana. Por favor.

—Lo haré.

Colgué. Me abracé las piernas, mirando el fuego.
Erick se sentó a mi lado, sin decir palabra, solo extendió el brazo y me atrajo hacia su pecho.
Y así, entre su aroma y el calor de la chimenea, me dormí.

Desperté con la luz del sol colándose entre las cortinas.
Erick aún dormía, abrazándome con la calma de quien siente que, por fin, todo está en su lugar.

Pero yo sabía que aún faltaban piezas por acomodar.

Me vestí y me senté en el borde de la cama.

—¿Estás bien? —preguntó con voz ronca al notarme despierta.

—Sí… solo que necesito ir a casa. Mi papá está tranquilo porque lo llamé, pero no va a dormir bien hasta verme. Quiero contarle todo, de frente. Y quiero presentártelo.

Erick asintió. No discutió. No presionó.
Solo dijo:

—Te acompaño.

El camino a casa fue silencioso, pero no incómodo.
Mi pecho estaba más liviano. Como si todas las verdades que había guardado durante años por fin se hubieran desatado, y ahora solo quedara vivir con ellas.

Cuando vi nuestra pequeña casa al final del camino, sentí una punzada en el corazón. Esa mezcla de raíces y alas, de querer quedarte y querer volar.

Papá salió apenas escuchó el motor del auto.
Cuando me vio, me envolvió en un abrazo que dolió… en el mejor sentido.

—Mi niña —murmuró, acariciándome el cabello—. Pensé que te había perdido también.

—Nunca, papi. Nunca me vas a perder.

Me separé suavemente y le tomé la mano.

—Papá… él es Erick. El alfa. Mi mate.

Papá lo observó. La tensión era palpable.

Erick bajó la cabeza, en gesto de respeto.

—Gracias por protegerla —dijo papá al fin—. Por no rechazarla.

—No hay nada que rechazar —respondió Erick con seguridad—. Ariel es lo mejor que me ha pasado. Y no dejaré que nada la toque.

Papá asintió, con los ojos húmedos.
Por primera vez, vi en él al guerrero cansado… y al padre que empieza a soltar.

Nos sentamos en la sala. Les conté todo. Desde el primer encuentro hasta los cazadores.
Papá no interrumpió. Solo escuchó, con la mirada perdida en los recuerdos.

Y entonces… lo dije.

—Papá… quiero irme a vivir con Erick. A su manada.

Sentí cómo su corazón se apretaba en ese instante.
Pero también lo vi luchar contra sí mismo… y vencer.

—Lo sabía desde el momento en que naciste —murmuró—. Que algún día no me pertenecerías solo a mí.

Mientras lo abrazaba, mi mente se fue a otro lugar.

Mis pensamientos.

Yo siempre supe lo que era. Papá y mamá nunca me lo ocultaron. Sabía que corría más rápido que las otras niñas. Que mis sentidos eran más agudos. Que mi instinto era otro.

Pero también sabía que no era completa. No era una loba total. Tampoco humana del todo.

Una mitad que flota entre dos mundos.

Y por eso… jamás creí que tendría un mate. Que alguien me miraría con esos ojos. Que el lazo me alcanzaría.

Porque ¿cómo podría la diosa otorgarle un alma gemela a algo que nunca debió existir?

Pero ahora… con Erick al otro lado del salón, hablándole a mi padre con respeto, con cuidado, con esa fuerza tranquila…

Ahora creo.

No porque el destino me lo haya dado.

Sino porque él me eligió también.




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