El Rey y su Luna No Cazadora

capitulo 15

Desde que Ariel llegó, todo en mí cambió.

Mi mundo era ordenado, estructurado, gobernado por el deber…
Y ahora, con solo una sonrisa suya, me encontraba deseando cosas que ni siquiera sabía que necesitaba.

Ranga no dejaba de ronronear desde que amanecimos.
Literalmente.

“Llévala a correr.”
“No te olvides de las flores.”
“¿Ya le dijiste que su cabello huele a miel?”
“¡HAZ ALGO!”

—Hermano, cálmate —le respondí en mi mente, sonriendo mientras me abrochaba la camisa—. Vamos paso a paso.

Pero lo cierto es que lo entendía. Yo también ansiaba cada segundo con ella.
Y aunque el ataque del infiltrado había activado todas nuestras alarmas…
Hoy decidí regalarle un día sin tensión.
Un momento solo para nosotros.

Toqué la puerta de su cabaña justo después del mediodía. Ella salió con una blusa verde musgo y jeans oscuros. Su cabello caía en suaves ondas hasta la cintura.

—¿Lista para una caminata? —pregunté, ofreciéndole mi brazo.

Ella arqueó una ceja con una sonrisa divertida.
—¿Solo una caminata?

—Por ahora… sí. Pero no garantizo que Ranga no quiera tomar el control y correr contigo entre los árboles.

Soltó una risita y aceptó mi brazo.

Caminar con ella por el bosque me hizo olvidar el tiempo.
Sus preguntas eran curiosas, su mente ágil.
Quería saber todo sobre la manada, sobre los árboles sagrados, sobre las marcas lunares, y hasta por qué los lobos aman tanto la carne asada.

—¿Es genético o solo cultural? —bromeó mientras tocaba un roble enorme.

—Ambas —respondí, riendo—. Pero si mañana te despiertas con antojo de ciervo crudo… avísame.

Me miró horrorizada, luego se echó a reír.
Esa risa… es mi sonido favorito.

Después del paseo, la llevé a una pequeña pradera escondida entre los árboles.
La hierba estaba alta, el viento suave. Un lugar donde nadie nos molestaría.

Llevaba una manta y algo de comida. Lo había preparado todo.

—¿Así que el Rey Alfa también sabe hacer picnic? —preguntó sentándose.

—Te sorprendería lo que hago por ti, mi luna.

Y era verdad.

Hablamos por horas. Me contó cómo le gustaba trepar árboles de niña. Que su madre le enseñó a leer los gestos de las aves. Que su padre le preparaba chocolate caliente con malvaviscos cada vez que estaba triste.

Yo le conté que, de niño, me gustaba escribir. Que dibujaba a escondidas. Que mi madre decía que tenía “alma de artista”, aunque luego la responsabilidad me empujó a ser el líder que necesitaban.

También le conté que mi empresa, además de manejar campañas publicitarias para grandes marcas, financiaba proyectos de reforestación y apoyaba a reservas naturales.
Sus ojos brillaron con admiración sincera.

—Eso es… increíble, Erick. Jamás lo habría imaginado.

—Hay muchas cosas que no sabes de mí —le susurré, sintiéndome cada vez más desnudo emocionalmente frente a ella.

Pero no me daba miedo.
Con ella, era fácil ser yo.

El sol comenzó a caer, tiñendo el cielo de tonos naranjas y violetas.
El viento olía a lavanda y tierra.

Ariel se recostó junto a mí. Sus dedos tocaron los míos.

No necesitábamos palabras.

Y entonces… ella giró el rostro, y sus ojos se encontraron con los míos.

Uno miel. Otro verde.

Mi tormenta y mi paz.

Acercamos nuestros rostros lentamente.
Yo podía escuchar su corazón, sentir su respiración.

Y entonces la besé.

Suave.
Con devoción.
Con esa sensación de estar tocando algo sagrado.

Ella no retrocedió.
Me respondió con ternura, como si supiera que también me había estado esperando.

Nuestros labios se encontraron con la necesidad de quien ha esperado siglos.
Y aunque el beso fue breve… fue perfecto.

Nos separamos, y ella apoyó su frente en la mía.

—¿Por qué siento que mi alma deja de gritar cuando estoy contigo? —susurró.

—Porque siempre gritó por mí —respondí, acariciando su mejilla—. Y la mía por ti.

Esa noche no pasó nada más.
No lo necesitábamos.

Nos despedimos con otro beso suave y la promesa silenciosa de más momentos así.
Ranga no paró de dar vueltas de felicidad en mi mente por el resto del día.

Y yo… yo supe que ya no estaba solo.
Que, sin importar las guerras o las amenazas, mientras ella esté conmigo…

Todo será más fácil.




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