Desperté entre los brazos de Erick.
Su pecho subía y bajaba con un ritmo sereno, como si el mundo no pudiera tocarnos allí.
Casi creí que todo era un sueño.
Pero luego sentí su calor, el roce de sus dedos dibujando círculos suaves en mi espalda… y supe que era real.
Estábamos juntos.
—Buenos días, mi luna —susurró, con la voz rasposa por el sueño.
—Buenos días, mi alfa —respondí, sin pensar.
Y ambos sonreímos. Porque así se sentía: natural, sin esfuerzo.
Después de desayunar y compartir unos minutos más en su cabaña, le dije que debía pasar un momento por el bosque para despejarme.
Él me ofreció ir conmigo, pero le prometí que no iría lejos.
—Te alcanzaré en un rato —dijo, besándome la frente.
Me interné en el bosque, no por huir… sino porque algo dentro de mí pedía silencio.
Y en medio de la arboleda, sentí algo diferente.
Como una energía que vibraba debajo de mi piel.
Me detuve.
Respiré profundamente.
Y de repente… el viento se detuvo.
Los árboles enmudecieron. Los pájaros dejaron de cantar.
Fue entonces cuando lo vi.
Un objeto pequeño clavado en un árbol frente a mí.
Una flecha negra. Con una nota atada a ella.
La desaté temblando. El papel tenía una sola línea escrita:
“El equilibrio debe ser destruido.”
Mi sangre se congeló.
Sabía de quién venía.
Mi abuelo.
Corrí de vuelta a la cabaña, y antes de llegar me encontré con Erick que venía a buscarme. En cuanto me vio el rostro, supo que algo iba mal.
—¿Qué pasó?
—Él ya sabe dónde estamos.
Le entregué la nota. Su mandíbula se tensó al leerla.
—Ese maldito… —murmuró—. Esto es una declaración de guerra.
Asentí, pero antes de que pudiera decir más, mi cuerpo comenzó a temblar.
Como si algo dentro de mí se estuviera moviendo. Expandiendo.
—¿Ariel? ¿Qué sientes? —preguntó Erick, tomándome entre sus brazos.
—No lo sé… es como… una presión —me llevé las manos a la cabeza.
Y entonces pasó.
Por un instante, vi el bosque de forma distinta.
Los árboles, las raíces… el aire. Todo tenía una vibración, una especie de energía que no había percibido antes.
—¿Qué estás viendo, mi luna?
—Todo —susurré—. Es como si pudiera… sentir la naturaleza. Escucharla. Como si los árboles respiraran conmigo.
Una parte de mí se había despertado.
No solo era una loba.
No solo era cazadora.
Era algo más.
Una híbrida con el poder de ambos mundos.
Erick lo entendió sin que yo tuviera que explicarlo.
—Estás evolucionando, Ariel. Estás aceptando lo que eres.
Y por primera vez… no me dio miedo.
Esa noche no quise pensar en guerra.
Ni en flechas.
Ni en monstruos del pasado.
Quería solo a él.
Nos encontrábamos en su cabaña. Afuera llovía suavemente. La chimenea lanzaba un calor acogedor y anaranjado.
Él me observaba desde el sofá mientras preparaba té.
—¿Sabes? —dije, alzando la mirada—. Si me hubieran dicho hace un año que terminaría aquí… en los brazos de un Rey Alfa, con poderes raros y un abuelo asesino acechándome… no lo habría creído.
Él se rió bajo, esa risa grave que siempre me hacía estremecer.
—Y si me hubieran dicho que mi luna sería mitad loba, mitad cazadora, entrenada por demonios y aún así capaz de hacerme sentir en casa… tampoco lo habría creído.
—¿Eso somos? —pregunté— ¿Un milagro imposible?
—No, Ariel. —Se acercó lentamente—. Somos lo inevitable.
Lo que el destino reservó con paciencia.
Me abrazó por la cintura, y yo entrelacé mis brazos alrededor de su cuello.
—¿Y si mañana todo cambia? —pregunté en un susurro.
—Entonces esta noche te amo con todo lo que soy —respondió, y me besó.
Lento.
Profundo.
Ese tipo de beso que no se da con los labios, sino con el alma.
Y en medio del beso, todo lo demás desapareció.
El miedo.
La guerra.
El pasado.
Solo estábamos nosotros.
Y por un instante, el mundo estuvo bien.