El Rey y su Luna No Cazadora

capitulo 18

Desde que Ariel encontró esa flecha en el bosque, la paz se ha vuelto un espejismo.
No lo digo por miedo.
Yo no le temo a la guerra.
He nacido, luchado y sangrado por mi manada durante siglos.
Pero ahora… ahora tengo algo más que proteger.

Tengo a ella.

Y eso lo cambia todo.

—¡Otra vez! —rugí desde el centro del campo de entrenamiento.

Ariel giró en el aire, utilizando el impulso de su salto para caer de pie, apuntando con precisión una daga hacia el blanco de práctica.

Centro.
Perfecto.

—¿Estás segura de que no eres un lobo completo? —le pregunté, acercándome con una sonrisa orgullosa.

—A estas alturas, ya ni yo misma sé lo que soy —respondió, respirando agitada, con las mejillas encendidas—. Pero sea lo que sea, no pienso ser menos que cualquiera de ustedes.

Tenía fuego en los ojos. Y yo me derretía ante él.

Los guerreros la miraban con respeto. Algunos, incluso con admiración silenciosa.
No solo porque era mi mate, sino porque se estaba ganando su lugar con sudor y coraje.

Pasaron las horas entre rutinas, estrategias y simulacros. Ariel absorbía todo con una rapidez impresionante, como si una parte dormida de ella despertara a cada golpe, a cada maniobra.
La energía del bosque parecía responderle. La naturaleza la reconocía.

Era salvajemente hermosa.
Poderosa.
Y mía.

Ya en la noche, regresamos a mi cabaña.
Ella se quitó la chaqueta con un suspiro largo y se dejó caer en el sofá, los músculos visiblemente tensos.

—Estás agotada —murmuré, acercándome con una taza caliente.

—Y satisfecha. —Tomó el té y sonrió—. No sabía que podía hacer todo eso.

Me senté junto a ella.

—Yo sí. Desde el momento en que te vi enfrentarte a esos cazadores sin dudar, supe que eras más de lo que imaginabas.

Me miró con esa mezcla suya entre desafío y ternura.

—¿Y tú? ¿No estás agotado?

—No tanto como tú… pero sí deseando algo —respondí, con la voz más baja, más íntima.

Se mordió el labio.
Y ese gesto encendió todo en mí.

Nos quedamos en silencio, pero nuestros cuerpos ya se hablaban sin palabras.
El ambiente se volvió más denso, más íntimo.
Solo la tenue luz de la chimenea iluminaba la habitación.

—Erick —susurró, poniéndose sobre mí con las piernas a cada lado—. Quiero esto. Te quiero a ti.

—¿Estás segura?

—Te deseo. En cuerpo, alma… y todo lo que venga después.

El mundo desapareció.
Nuestros labios se encontraron con urgencia y hambre contenida.
Mis manos recorrieron su espalda, su cintura, su piel suave que vibraba bajo mis dedos.

La llevé a la cama con cuidado, pero con firmeza.

La noche se volvió fuego.
Sudor, jadeos, caricias lentas…
Ella era mía. Y yo era completamente suyo.

No hubo prisas.
Solo piel, amor, y el reconocimiento del alma.

En el clímax de nuestro encuentro, cuando ambos estábamos tan perdidos el uno en el otro que no existía nada más, sentí el momento.

Mi lobo rugió dentro de mí.
Mi cuerpo tembló.
Y mi alma gritó su nombre.

Con suavidad, acaricié su cuello.

—¿Puedo marcarte, mi luna?

Sus ojos brillaban con lágrimas y deseo.

—Sí, Erick. Mírame. Soy tuya.

Incliné el rostro y, con reverencia, la marqué.
Mis colmillos perforaron su piel, no con violencia, sino con la entrega más sagrada.
Un hilo dorado de energía se extendió entre nosotros.

Y entonces la sentí… dentro de mí.
Su esencia.
Su fuerza.
Su alma.

Estábamos unidos.
Más allá de la carne.
Más allá del tiempo.
Mate. Para siempre.

Ella gimió mi nombre, y en esa noche ardiente y sagrada…
nos convertimos en uno.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.