El Rey y su Luna No Cazadora

capitulo 24

La guerra no llegó.
Estalló.

Los límites de la manada ardían con magia oscura.
Púrpura y negra, como si la tierra sangrara corrupción.
Los cazadores no venían solos… eso ya lo sabíamos.
Pero no estábamos preparados para lo que trajeron con ellos.

Brujos.
Invocadores.
Y algo más.

Bestias hechas de sombra.
Criaturas que no respiraban, no rugían… susurraban.

Me lancé al frente, Ranga y yo en sincronía perfecta, atravesando los primeros círculos de combate.
El suelo temblaba bajo cada salto.
Mis garras cortaban el aire como cuchillas.

Podía sentirlos.
Ariel.
Su padre.
Mi manada.

Y también al enemigo.
El líder de los cazadores no había llegado aún… pero su energía la sentía en la distancia, como un cuchillo esperando el momento de hundirse.

Los cazadores humanos eran letales, pero predecibles.
Los brujos, en cambio… impredecibles.
Jugaban con la oscuridad como si fuera arcilla, abriendo grietas bajo los pies, lanzando hechizos de encierro y proyectiles mágicos.

Uno de ellos invocó algo que jamás había visto.
Un lobo… hecho de humo, con ojos vacíos y una boca sin fin.
Pero no tenía alma.
Ni esencia.
Solo maldad.

Vi a Alix, mi hermana, luchando contra dos de ellos.
Vi a Nicolás derribar a un brujo de un golpe con sus garras.

Y entonces lo vi.

Elian.

Luchaba como si aún tuviera treinta años.
Sus reflejos intactos.
Sus movimientos precisos.
Una lanza de plata en cada mano.

Pero no estaba solo.

Una de esas criaturas lo rodeaba.
Un ser invocado, con extremidades torcidas y una mandíbula desencajada, parecida a un ciervo desollado.
No era natural.

—¡Elian! —grité por el vínculo, aunque sabía que estaba lejos de oírme.

Corrí, pero no llegué a tiempo.

El monstruo se abalanzó sobre él, y aunque Elian logró clavarle una lanza en el cuello, una de las garras lo alcanzó en el costado, desgarrando carne y hueso.
Él cayó con un rugido de dolor que me heló la sangre.

Ariel.

Ella lo sintió.
La marca entre nosotros ardió.
Su grito estalló por el campo de batalla como un trueno.

Vi su figura corriendo hacia su padre, y yo también me abrí paso con furia ciega.
Uno a uno, los enemigos caían a mi paso.

Cuando llegué, ella ya estaba cubriendo a Elian con su cuerpo, los ojos bañados en lágrimas y rabia.

—¡Papá! ¡Papá, mírame! ¡Quédate conmigo!

Elian estaba consciente, pero pálido, su respiración corta.
Una herida de ese tipo… si hubiera sido más profunda, lo habría matado.
Pero su corazón aún latía.

—No… no llores, pequeña… no es… nada —intentó bromear, pero su voz falló.

Me arrodillé junto a ellos y rasgué mi muñeca, dejando que unas gotas de mi sangre —como alfa— cayeran en la herida.

La magia de la sangre de un Rey Alfa no curaba por completo, pero fortalecía.
Elian se tensó por el dolor, pero sus ojos volvieron a brillar ligeramente.

—Vamos a sacarte de aquí —dije con voz firme—. Ya viene el segundo frente, resistiremos.

En ese momento, una explosión sacudió el bosque detrás de nosotros.
Una figura se levantó entre el humo.

Él.
El líder de los cazadores.
El abuelo de Ariel.

Envuelto en una capa negra, con un bastón hecho de hueso de licántropo y runas grabadas en el pecho.
Sus ojos brillaban con locura contenida.

—¡Ariel! —su voz retumbó como una profecía—. ¿Así es como agradeces tu linaje? ¿Acostándote con una bestia? ¡Tu sangre es sagrada, niña!

Ariel se levantó, con los ojos cargados de furia.

—No.
Mi sangre es mía.
Y no soy tu arma.

Las llamas comenzaron a elevarse a nuestro alrededor.
Rugidos de ambos bandos sacudían el bosque.

Elian respiraba con dificultad, pero vivo.
Ariel, de pie, parecía más loba que humana.
Y yo… yo sentí que el tiempo se detenía.

La guerra había comenzado.

Pero esto… esto era personal.




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