Nicolás
La sangre y la magia lo cubren todo.
Nunca había visto una batalla así…
Tampoco una loba así.
Ariel.
Mi cuñada.
La compañera del Rey.
La que todos esperábamos… pero no sabíamos que necesitábamos.
Desde mi posición entre los guerreros, puedo verla.
Erguida, frente a ese maldito anciano que la creó, la moldeó, la rompió en mil pedazos solo para querer usarla como arma.
Y aún así… ella brilla.
No hay rastro de miedo en sus ojos.
Solo furia.
Furia limpia. Furia de justicia.
Furia de luna.
Su energía vibra en el aire como si el bosque entero la reconociera.
Sus pasos dejan huellas ardientes.
Y su voz… su voz es como un aullido ancestral que activa algo dormido en todos nosotros.
—¡NO TE PERTENEZCO! —le grita a su abuelo, su tono más fuerte que la explosión más brutal.
Y entonces arremete.
No necesita transformarse completamente. Su forma híbrida —entre humana y loba— es majestuosa. Sus colmillos brillan, sus ojos resplandecen, su cabello ondea como fuego en plena tormenta.
El viejo lanza hechizos, cuchillas imbuidas con runas, gritos cargados de odio.
Pero no le sirven.
Porque ella ya no es la niña a la que golpeó.
Ni la chica que huyó.
Es la Reina Luna.
La diosa la eligió.
Y vaya que no se equivocó.
Ariel gira, esquiva, golpea.
Sus movimientos son puro arte.
No hay duda, no hay vacilación.
Solo certeza.
Siento cómo todos la observamos.
No como un espectáculo…
Sino como una guía.
Un faro en la oscuridad.
Incluso los lobos heridos se levantan solo para verla.
Como si su presencia les devolviera las fuerzas.
Mi luna, Alix, a mi lado, murmura apenas audible:
—La diosa está aquí…
Y tiene razón.
La siento.
En el aire.
En la tierra.
En Ariel.
Entonces sucede.
Un destello.
Un rugido.
Y un grito ahogado.
El viejo cae.
Herido.
Derrotado.
Humillado.
Abuelo de Ariel
No…
No puede ser.
No puede ser.
Ella era mía.
Mi arma.
Mi legado.
Mi venganza contra los malditos lobos que me arrebataron a mi hijo…
Pero ahora…
Me mira como si yo fuera el monstruo.
Como si todo lo que hice fuera por codicia.
¡Yo lo hice por orden!
Por pureza.
¡Por control!
Pero ella…
Ella es como su madre.
La misma mirada, la misma fuerza, la misma condenada compasión convertida en furia.
Mi hechizo no funcionó.
La cadena de runas… se rompió.
Ella rompió mi círculo.
Mi legado.
Siento mi costado arder.
Un tajo profundo. Sangre por todas partes.
Mi pierna no me responde.
Mis soldados… mis brujos…
Mis bestias…
Todos muertos.
Ariel me mira.
Podría matarme.
Pero no lo hace.
—Vete —dice—. Y llévate contigo tu odio. Que sea lo último que abraces antes de morir.
Y me voy.
Arrastrándome.
Sangrando.
Roto.
El bosque me escupe.
La luna me rechaza.
Y mi nombre…
Mi nombre pronto será olvidado.
Porque ella…
Ella ya no es solo suya.
Es de todos.
La Reina de la Luna.