Ariel está inquieta.
Lo supe en el momento exacto en que su respiración cambió en medio de la noche.
Se movió entre las sábanas como si algo la persiguiera, y cuando despertó, su pulso estaba fuera de control.
La abracé, pero ella no dijo nada… hasta esta mañana.
Ahora está frente a mí, temblando.
Sus ojos —uno miel, el otro verde— lucen más oscuros, como si la noche aún habitara en ellos.
Y cuando habla, siento cómo el suelo bajo mis pies se resquebraja.
—Soñé con ella —dice, su voz quebrada—. La Diosa Luna vino a mí, Erick… y me lo mostró todo.
Apenas puedo tragar saliva.
—¿Qué te mostró, amor?
Y entonces… me lo cuenta.
Con cada palabra, cada imagen que describe, el nudo en mi pecho se hace más grande.
Mi manada…
Nuestra manada.
En llamas.
Mi hermana muerta.
Nicolás sin vida.
Su padre cayendo.
Y yo…
derrotado.
Muerto.
No por un cazador.
No por una criatura común.
Sino por algo mucho peor.
Una aberración.
La fusión maldita del linaje de su madre y la oscuridad de su abuelo.
Magia negra.
Poder impuro.
Mi instinto me grita que lo crea. Que cada palabra que pronuncia Ariel no es una pesadilla, sino una advertencia.
Un presagio real.
La abrazo de inmediato.
Fuerte. Como si pudiera protegerla del destino solo con mi cuerpo.
—Mi vida… —susurro contra su cabello—. Gracias por contármelo. Pero escucha bien lo que voy a decirte: no vamos a dejarnos vencer. No ahora. No así.
Ella me aprieta con más fuerza.
—No quiero perderlos, Erick. No quiero perderte a ti.
—Y no lo harás —le juro, aunque mi corazón también tiemble—. No mientras respire.
No se lo digo, pero el miedo está ahí, enroscado en mi pecho como una serpiente de hielo.
No por mí.
Nunca por mí.
Pero pensar en ver a Ariel caer…
Ver a mi hermana gritar por ayuda…
A Nicolás sin respuesta…
A su padre muriendo sin poder hacer nada…
Eso sí me rompe.
Soy un Rey Alfa.
He enfrentado guerras, desafíos de manada, rebeliones, amenazas sobrenaturales…
Pero esta vez…
esta vez es distinto.
—Vamos a reunir al consejo —le digo, acariciando su mejilla—. Pero sin alarmarlos aún. Primero investigaremos. Analizaremos cualquier pista que pueda indicarnos qué hizo tu abuelo y cómo detenerlo.
—La diosa dijo que puedo torcer el destino… pero que habrá un precio. —susurra, con los ojos vidriosos.
—Lo pagaremos juntos —respondo sin dudarlo—. No estás sola, Ariel. Nunca más.
Ella asiente lentamente, su frente contra mi pecho.
Y en silencio, sé que ambos pensamos lo mismo.
La guerra viene.
Y no será como ninguna otra.
Pero si este va a ser el fin…
que nos encuentren luchando juntos.