Narrado por Ariel
No sé cuánto tiempo estuve sentada después de escuchar la verdad sobre mi madre. Tal vez minutos. Tal vez horas. El corazón me latía con fuerza, pero no de miedo, sino de determinación.
—¿Estás segura? —preguntó la anciana Mirka, la guardiana de los santuarios del norte.
—Más que nunca —respondí, firme—. Si el fuego lunar es la única forma de acabar con él, entonces lo encontraré.
Ella asintió con solemnidad. Sus ojos, opacos por la edad, aún brillaban con poder.
—El camino no será físico, Luna joven. Es un viaje espiritual. Solo las que portan sangre sagrada pueden enfrentarlo y salir completas.
No dije nada. Solo asentí. No había espacio para el miedo.
Erick me esperaba fuera del salón del consejo. Al verme, se acercó y sin palabras, me tomó de la mano. Su tacto bastaba para calmar la tormenta.
—Te escuché —dijo—. Toda la manada lo hizo.
—¿Y qué piensas?
—Pienso… —se acercó, sus labios apenas rozando los míos— que la diosa eligió bien. Que si alguien puede soportar lo que se avecina, eres tú.
Cerré los ojos por un momento y me dejé sostener por su abrazo. Era fuerte, cálido, seguro. Un ancla en medio del caos.
—¿Puedo quedarme contigo esta noche? —le pregunté en voz baja.
—Siempre —susurró contra mi frente.
Narrado por Erick
Esa noche, no hablamos mucho. No hizo falta.
Ariel se acomodó en mi pecho, sus dedos dibujando líneas distraídas en mi piel. El silencio no era incómodo. Era paz. Una calma antes de la guerra.
—¿Cómo era ella? —le pregunté de pronto.
—Mi madre…
Asintió, y por un segundo, su voz titubeó.
—Fuerte. Valiente. Tenía la misma risa que yo… eso decía papá. Y era una loba, pero también… muy humana.
—Te pareces a ella —dije, y lo supe con certeza.
—¿Y tú? —me miró—. ¿A qué le temes, Rey alfa?
La pregunta me tomó por sorpresa.
—A perderlos. A ti. A mi manada. A ver sus cuerpos caer y no poder hacer nada. A que todo esto no sea suficiente.
Ella no dijo nada. Solo me besó. Un beso lento, sin prisa. Como una promesa.
Nos entregamos al silencio, al calor mutuo. Y entre caricias suaves, suspiros compartidos y miradas que decían más que mil palabras, me sentí completo. No como rey. No como guerrero. Sino como hombre. Como su compañero.
Dormimos entrelazados. Y en sueños, vi fuego. No uno que destruía, sino que purificaba. Que ardía con el alma de una loba mitad humana, destinada a cambiarlo todo.
Narrado por Ariel
A la mañana siguiente, la luz entraba con suavidad por las cortinas.
Me vestí en silencio. Erick aún dormía, o al menos fingía hacerlo. Me incliné sobre él, besé su mejilla y susurré:
—Volveré. Con el fuego. Con el poder que necesito para protegerte a ti… y a todos.
Salí rumbo al templo del norte, guiada por Mirka. Mi alma no temblaba. No dudaba.
Porque el fuego que ardería dentro de mí… sería el que pondría fin a todo.