El Rey y su Luna No Cazadora

capitulo 33

Narrado por Nicolás

Los gritos, los rugidos, el sonido del metal chocando contra la carne, las explosiones de energía… todo era caos.

No había tiempo para pensar, solo para moverse.

Me giré justo a tiempo para atrapar con un escudo de energía un ataque dirigido a Elian. La onda de impacto me empujó varios metros atrás, pero me mantuve de pie.
No dejaría que el padre de mi Luna cayera. No mientras aún respirara.

—¡Atrás! —grité al ver un grupo de criaturas oscuras abalanzarse sobre nosotros.

No eran lobos, ni humanos, ni nada conocido. Eran híbridos. La creación del maldito abuelo. Corrompidos. Torcidos. Almas malditas envueltas en carne y odio.

—¡Elian, cúbrete! —rugí mientras corría hacia él.

Una lanza oscura, forjada con magia negra, venía directo a su corazón.

Salté.
Interpuse mi cuerpo.
Dolió. Como el mismísimo infierno. Pero no cayó.
Él no cayó.

—¡Aguanta! —grité, sangrando pero de pie—. ¡Tu hija está por llegar! ¡No mueras ahora, viejo testarudo!

Y como si la diosa misma me escuchara…

Un viento diferente nos azotó el rostro. Una oleada de energía pura y antigua barrió parte del campo de batalla.
Y entonces, la vi.

Narrado por Ariel

No llegué… volé.

El fuego lunar no era solo poder. Era velocidad, visión, fuerza. Era la esencia misma de la diosa canalizada a través de mi alma.

A lo lejos vi el cuerpo de Nicolás sangrando, apenas de pie frente a mi padre.
Y vi al monstruo que fue mi abuelo, sonriendo.

—¡Basta! —rugí, y el sonido viajó como un trueno por todo el campo.

Las criaturas se detuvieron un segundo. El cielo se encendió.
Yo era fuego.
Yo era luna.
Yo era juicio.

—¡Ariel! —escuché la voz de mi padre, cargada de esperanza, dolor y miedo.

Le dediqué una mirada firme. Él lo supo.
“Estoy lista.”

Me elevé sobre la batalla. Mis pies no tocaban el suelo. El fuego danzaba a mi alrededor.
Y entonces, lo desaté.

—Por mi madre. Por mi familia. Por mi manada. —El fuego lunar estalló en una onda expansiva de luz blanca y azul.

Las sombras gritaron. Algunas criaturas explotaron, otras se retorcieron. La energía oscura retrocedió.
El cielo pareció partirse por un segundo.

Vi al abuelo tambalearse. Su rostro reflejaba algo nuevo: miedo.

—Te dije que no debiste tocar a los míos —le dije, descendiendo con los ojos iluminados por la llama viva.

Él lanzó un rugido de rabia, pero su cuerpo temblaba.

—¡Traidora! ¡Aberración! ¡No eres más que un error de la naturaleza!

—Soy su corrección.

Y con un grito de guerra, me lancé hacia él.
La batalla… había cambiado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.