Narrado por Ariel
Estaba frente a él. Al monstruo. Al hombre que me entrenó con crueldad, que intentó romperme para hacerme su arma, que asesinó a mi madre con sus propias manos.
Y aún así, me miraba con soberbia.
—¿De verdad crees que puedes ganarme? —gruñó, su voz retumbando con poder antinatural—. ¡Soy el producto de generaciones de cazadores! ¡Ahora soy más que eso, soy lo que tú debiste haber sido!
—No. —Mis ojos brillaron con el fuego lunar—. Yo soy lo que nunca podrás ser… libre.
Corrí hacia él, y nuestras energías chocaron como estrellas colisionando. Él lanzó magia oscura, yo respondí con fuego blanco. Era una danza de poder y rabia, de pasado y redención. Cada golpe llevaba el peso de lo que me arrebató. Cada defensa, el deseo de proteger lo que amo.
Vi a Erick aparecer a mi lado, cubriéndome la espalda sin necesidad de palabras.
—Contigo hasta el fin, mi luna. —Su voz calmó el caos de mi alma por un segundo.
—Y yo contigo. —Respondí entre jadeos.
Luchamos como uno solo. Nuestros cuerpos, mentes y almas en perfecta sincronía. Por momentos creí que podíamos vencerlo. Y lo hicimos. Lo arrojamos al suelo tras un golpe combinado de luz y fuego. Su cuerpo humeaba. La energía se disipaba.
Creímos… que había terminado.
Narrado por Erick
Ariel cayó de rodillas, agotada. Me agaché con ella, la tomé entre mis brazos. La abracé con fuerza. Sus labios estaban agrietados, su cuerpo temblaba. Acaricié su rostro.
—Lo lograste —le dije con ternura—. Salvaste a todos, amor.
Ella sonrió débilmente.
—No fui solo yo… tú estuviste conmigo. Siempre lo estás.
Nos abrazamos. El campo de batalla estaba en silencio. Los guerreros empezaban a salir de su asombro. Todos observaban a su Reina Luna… a mi compañera… como la heroína que era.
Pero ese momento de paz…
Fue nuestro error.
En un instante, sentí una energía oscura alzarse tras nosotros.
—¡No…! —grité.
El abuelo de Ariel se levantó en un estallido de poder final. Una lanza negra brotó de su mano como una sombra viva, directa hacia nosotros. No tuvimos tiempo de reaccionar.
Pero ella sí.
Ariel se lanzó frente a mí, escudo de carne y fuego.
—¡No! —rugí mientras la lanza se hundía en su costado.
Su grito fue agudo, desgarrador. Su cuerpo cayó en mis brazos. Vi la sangre. Sentí cómo su energía temblaba.
—¡Ariel! ¡NO!
—Estoy… estoy bien —murmuró, apenas un susurro, mientras el fuego lunar aún palpitaba en sus pupilas.
Se levantó tambaleante. Sus piernas no respondían del todo, pero algo la empujaba.
—Aún no… termina.
Con un último rugido, Ariel canalizó todo lo que quedaba en ella. El fuego lunar se alzó como una columna de luz incandescente. Sus ojos brillaron intensamente, blancos, poderosos… divinos.
Y con un grito final, lanzó su puño envuelto en fuego directo al pecho del monstruo.
El impacto fue tan fuerte que el aire se quebró. El cuerpo del abuelo fue consumido por la luz.
No quedó nada.
Nada.
La batalla terminó.
El silencio volvió.
Ella cayó.
—¡Ariel! —la sostuve con desesperación. Su cuerpo estaba frío, sus labios pálidos.
Su padre corrió. Nicolás también. Toda la manada formó un círculo a su alrededor. Algunos lloraban. Otros rezaban.
—Estoy… bien… —alcanzó a decir con una sonrisa rota, tratando de alzarse.
—No hables, amor. Resiste. —Sostenía su mano como si con eso pudiera evitar que se fuera.
Pero sus ojos… sus hermosos ojos comenzaron a cerrarse.
—No… por favor, Ariel… no cierres los ojos… quédate conmigo —susurré con la voz rota.
Sus dedos apretaron los míos una última vez.
—Siempre… contigo… —susurró apenas.
Y entonces…
La oscuridad la envolvió.