El Rey y su Luna No Cazadora

capitulo 35

Narrado por Ariel – Plano Astral

Todo estaba en silencio.

No había dolor, ni frío, ni calor.
Solo una luz suave que acariciaba mi piel y un susurro cálido en mi oído… una voz que reconocí incluso antes de oírla completamente.

Hija mía… lo lograste.

Abrí los ojos lentamente. El lugar era etéreo, brillante, puro. Como si caminara entre nubes doradas y estrellas plateadas. Y ahí, frente a mí, con una belleza imposible de describir, la Diosa Luna me miraba con amor infinito.

Ariel… aún cuando el precio fue alto, fuiste digna de portar el Fuego Lunar.

No podía hablar, pero mi corazón palpitaba en su presencia. No solo con respeto… con devoción.

No es momento aún de que estés aquí, hija. Tu sacrificio, tu fuerza y tu amor por tu manada han cambiado el curso del destino. Has inclinado la balanza. Has dado esperanza. Pero no… no ha llegado tu final.

La diosa se acercó, sus dedos tocando mi frente. Sentí una energía cálida que penetró cada rincón de mi alma.

Aún hay vida en ti. Aún hay historia que escribir. Aún hay amor que vivir.

Una lágrima rodó por mi mejilla. No de tristeza… sino de comprensión.

—¿Volveré…? —pregunté finalmente con voz temblorosa.

Sí, mi valiente reina. Pero no sin cicatrices. Las heridas son parte del alma. Lleva las tuyas con honor.

Una última caricia, una última mirada.

Y luego… oscuridad.

Narrado por Erick – En el mundo físico

—¡¡No!! ¡¡ARIEL!! —mi voz se rompía entre el eco del bosque y los sollozos contenidos de la manada.

El cuerpo de mi luna estaba entre mis brazos, inmóvil. El calor en su piel se desvanecía lentamente. Su respiración era casi inexistente.

Mi padre, Elías, corrió a mi lado. Aunque ya era anciano, su espíritu seguía siendo tan fuerte como siempre.

—¡Preparen el altar de sanación! ¡Traigan a la curandera del este, a Nyara! —gritó a los guerreros cercanos.

Nicolás sostenía la cabeza de Elian, el padre de Ariel, que apenas podía mantenerse en pie. Estaba llorando en silencio, con la misma expresión que yo… desesperanza.

—Ella nos salvó a todos… —murmuró mi padre con voz grave—. Ahora es nuestro turno de salvarla a ella.

La manada entera comenzó a moverse. Algunos preparaban el camino hacia el templo sagrado en el centro del territorio. Otros traían agua bendita, piedras de luna, hierbas sagradas. Todos estaban allí. Nadie la dejaba sola.

Yo no me aparté de su lado. Mi luna, mi amor, mi compañera. La veía frágil, como si se deshiciera en mis brazos.

—Quédate conmigo… por favor… —susurré, acariciando su rostro, limpiando la sangre seca de su mejilla—. No me dejes ahora, Ariel… No cuando al fin te encontré.

Mis lágrimas caían sobre su piel.

El fuego lunar que aún vibraba débilmente en ella parpadeaba como una vela al borde de extinguirse.

—¡Nyara está aquí! —gritó alguien.

La anciana bruja, envuelta en capas de terciopelo azul y plata, colocó las manos sobre Ariel sin decir palabra. Cerró los ojos y comenzó a murmurar en un idioma que no conocía. El aire se volvió denso. La tierra vibró levemente.

—Todavía hay luz en ella… pero está atrapada —dijo Nyara sin abrir los ojos—. Si la quieren de vuelta, debemos guiarla. Llamarla desde lo más profundo.

Elian se acercó con fuerza renovada.

—¡Haz lo que sea necesario! ¡Lo que cueste!

Yo me arrodillé junto al altar, sujeté la mano de mi luna con fuerza.

Ariel… vuelve. No puedo respirar sin ti. No habrá reina sin rey. No habrá guerra ganada si no es contigo a mi lado.

Mis palabras se mezclaron con el canto de los ancestros, con el poder de la luna creciente que ahora brillaba sobre nosotros.

Y por un instante…

Su dedo se movió.

—¡Lo está logrando! —gritó Nyara.

No sabíamos si lo lograría. Pero luchábamos por ella.

Porque ella luchó por todos nosotros.




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