Todo era luz… y a la vez oscuridad.
El plano astral no era un lugar. Era una sensación, un peso en el alma, un eco en la sangre. Sabía que no estaba muerta, pero tampoco viva. Era como si la esencia de mi ser estuviera suspendida en el tiempo, en espera… de algo más.
—Hija de la luna… es momento de que demuestres tu alma.
La voz de la Diosa resonó dentro de mí. No hablaba con palabras, hablaba con el corazón. Con cada latido me acercaba más a lo que sería mi prueba.
Frente a mí, tres puertas. Una de fuego. Una de sombra. Una de agua.
—Fuerza. Miedo. Verdad. Elige. Enfréntalas todas. Solo así estarás lista.
Tomé aire… o lo que fuera que se respirara en este plano. Cerré los ojos. Y avancé.
Primera prueba: Fuego.
El fuego me rodeó. Ardía sin quemar, pero me enfrentó con mi propia furia. Vi rostros conocidos: enemigos, traidores… y a mí misma. Mi rostro reflejaba odio, venganza.
—¿Eres capaz de dominar el fuego que arde dentro de ti? —susurró la Diosa.
Caí de rodillas. Respiré profundamente. No quería venganza. Quería justicia. Quería proteger. Quería amar. El fuego se apagó. Superado.
Segunda prueba: Sombra.
Oscuridad total. Estaba sola… otra vez.
—¿Qué temes, Ariel?
—Perderlos… perderlo a él… no ser suficiente…
Las voces de mis miedos eran tan fuertes que dolían. Vi a Erick alejándose. Vi a mi padre caer. Vi la manada destruida.
—¡NO! —grité—. ¡No dejaré que el miedo me controle!
Luz. Superado.
Tercera prueba: Agua.
Me vi a mí misma como niña. Pequeña, indefensa, con los ojos llorosos. Vi a mi madre y a mi padre, entrenándome, guiándome… incluso vi a mi abuelo, cruel y despiadado.
Pero al fondo del agua, la verdad: quién soy.
Mitad luz. Mitad sombra. Mitad humana. Mitad loba.
Completa.
Abrí los ojos y la Diosa Luna estaba de nuevo frente a mí.
—Has sido digna. Has vencido tus sombras, dominado tu fuego, aceptado tu verdad. Por ello, tendrás una recompensa que trasciende la muerte…
Y entonces… ella apareció.
Mi madre.
Alta, de cabellos castaños como los míos, ojos intensos llenos de amor. Me miró como si nunca me hubiera dejado. Corrí a ella sin pensarlo. Me fundí en su abrazo y sentí que mi alma volvía a estar completa, aunque fuera por un instante.
—Mamá…
—Mi niña… mi luna hermosa. Qué mujer tan increíble te has convertido.
Lloramos en silencio. No hacían falta palabras. Nos abrazamos con el corazón.
—¿Estás orgullosa de mí?
—Mucho más de lo que puedes imaginar. No solo por ser fuerte, sino por ser amorosa, compasiva, justa. Eres más que todo lo que esperé.
—Papá… él te extraña todos los días. Sufre aún.
Mi madre sonrió con ternura.
—Dile… dile que lo amo. Que fue y siempre será lo mejor que me pasó en la vida. Que estoy orgullosa del gran padre que ha sido desde que no estoy. Que sea feliz… porque lo merece. Y que yo siempre lo estaré esperando. Siempre.
Nos abrazamos una última vez. Su energía se fundió con la mía… y la Diosa habló de nuevo.
—Es hora de regresar. Has renacido, hija mía. Ahora portas la marca sagrada, símbolo del equilibrio entre la fuerza, la luz… y el sacrificio.
Una marca luminosa surgió en mi piel, sobre el corazón. Era un símbolo lunar, antiguo, y latía con poder ancestral.
Y entonces… todo se volvió blanco.
Mundo físico.
Un respiro.
Un jadeo.
Un latido.
Abrí los ojos.
Erick estaba ahí, a mi lado. Su rostro lleno de lágrimas. Su alma sostenida por un hilo de esperanza que se volvía realidad.
—Ariel… —susurró. Me tomó la mano y la apretó contra su corazón—. Estás de vuelta…
Vi su rostro, su amor… la manada detrás, mi padre llorando en silencio, de rodillas, al ver que su hija despertaba.
Estaba débil, sí. Pero algo en mí era nuevo. Más fuerte. Más completo.
La marca brilló tenuemente bajo mi piel. Y todos lo sintieron. Algo había cambiado.
La Reina Luna…
había regresado.