Ha pasado un tiempo desde aquel día en el que sentí que el mundo se derrumbaba bajo mis pies.
La sangre fría, el silencio ensordecedor, su cuerpo en mis brazos… pensé que la perdería. Pensé que la Diosa se la llevaría y con ella, mi alma también. No hay palabra suficiente que describa el dolor que sentí cuando sus ojos se cerraron. Jamás había tenido miedo, no así… no por mí, sino por ella. Por mi Luna.
Pero… regresó.
Mi luna regresó a mí, más fuerte, más luminosa, más sagrada.
Desde entonces, todo ha cambiado.
No solo fue el regreso de Ariel, fue su renacer como lo que verdaderamente es: la elegida de la Diosa. Fue presentada oficialmente como mi Luna, la Reina Luna, ante las demás manadas. Las palabras no bastaron para describir la ceremonia: los representantes llegaron desde todos los rincones del mundo sobrenatural, y cuando ella caminó por el sendero iluminado por la luz lunar, cada uno de ellos se levantó en señal de respeto.
Al verla, se inclinaron sin que nadie lo ordenara.
La reconocieron.
La aceptaron.
La admiraron.
Mi corazón estallaba de orgullo. No solo por haberla encontrado, sino por lo que significa. Ariel no es solo mi mate, es el símbolo viviente del equilibrio. Una hija de dos mundos, una llama que la oscuridad no pudo extinguir.
La manada, después de la guerra, necesitaba tiempo para sanar.
Y Ariel… fue ese tiempo.
Fue esa esperanza.
Poco a poco las risas volvieron a escucharse entre los árboles. Las patrullas dejaron de sentirse como preparación para el desastre. Las noches dejaron de doler.
Ahora solo se respira paz.
Sé que no será así para siempre. Las guerras nunca desaparecen del todo. Las sombras siempre buscan una grieta por donde colarse. Pero esta vez, no les tememos.
Esta vez estamos listos.
El padre de Ariel, Elian, está completamente recuperado. Lo veo cada mañana correr por el campo con energía renovada. Se ha convertido no solo en un consejero invaluable, sino en un pilar emocional para todos, especialmente para mi Luna.
Cada vez que Ariel lo mira, sus ojos brillan de felicidad. Es la niña que se siente segura porque su héroe está bien.
Y yo… bueno, yo me siento completo.
A veces me despierto solo para mirarla dormir. Para recordar que está aquí. Que está viva. Que su pecho sube y baja con cada respiración. Que su olor, esa mezcla perfecta de chocolate, lluvia y canela, sigue siendo mi hogar.
La abrazo más fuerte. La beso más profundo.
Y cada día, cuando nuestros ojos se encuentran, sin importar lo que hayamos hecho o vivido, sabemos que todo está como debe ser.
Aún queda mucho camino.
Pero no lo recorreré solo.
Mi luna está a mi lado.
Y el mundo, al fin, vuelve a girar en paz.