Ariel
Por fin hay paz.
Después de tanta oscuridad, de tanto dolor, de tantas heridas que pensábamos que jamás sanarían… al fin, todo ha vuelto a su lugar.
No hay más batallas, no hay más amenazas.
Solo el sonido del bosque, la risa de la manada, la voz de mi padre feliz… y el amor constante de mi alfa.
Mi hogar.
Todo en mí se siente sereno. Por primera vez en mucho tiempo, me levanto sin sentir que algo acecha. Me levanto… y lo tengo todo.
Mi alfa – mi Erick – me propuso algo un día mientras desayunábamos juntos:
—Quiero que trabajes conmigo en la empresa, en el área contable.
—¿Contable? —le pregunté, divertida—. ¿No se supone que soy tu reina, no tu contadora?
Él sonrió. Ese tipo de sonrisa que solo él tiene, donde me mira como si yo fuera el sol mismo.
—Eres ambas. Y además, todo lo que tengo es tuyo, incluida la empresa.
Acepté, claro que lo hice, pero con una condición: no quería ventajas.
Ni favoritismos, ni privilegios.
Quería ganarme mi lugar como todos los demás.
Y lo hice.
Me hice un espacio en esa empresa que ahora también es mía. Me respetan, me escuchan, me consultan. Me valoran. Porque no soy solo la Luna de un alfa… soy una mujer capaz, con preparación, con ideas y con pasión por lo que hago.
Pero no me detuve ahí.
También elegí ejercer mi segunda carrera: medicina.
Erick solo me ofreció una opción… y yo le respondí siendo yo. Quise las dos. Porque así soy: intensa, decidida, obstinada. Y también porque amo servir, sanar, cuidar.
Con la marca sagrada de la Diosa en mí, y mis conocimientos como doctora, ya casi nadie se enferma en la manada.
Curo con ciencia y con fe.
Y cada persona a la que ayudo me regala una mirada de amor y agradecimiento que me llena el alma.
Recorrer la aldea, visitar las casas, escuchar a los niños reír mientras me saludan con los ojos brillantes, es un regalo diario.
Y saber que mi padre está bien, fuerte, feliz… lo es todo.
No cambiaría esto por nada.
Ni por el pasado, ni por lo que me quitaron, ni siquiera por la idea de lo que pudo haber sido.
Porque ahora, tengo todo lo que necesito.
Erick
Mi Luna es un torbellino.
Hermosa, poderosa… imparable.
Cuando le propuse unirse a mi empresa, pensaba en darle un espacio tranquilo, estable, donde brillara con lo que tanto estudió. Pero claro, olvidé que ella nunca se queda con una sola cosa.
Me miró con esos ojos de dos colores y me dijo:
—¿Y por qué no puedo hacer las dos cosas?
—Porque te vas a agotar.
—Entonces solo asegúrate de tener café en la oficina.
Y así fue.
Ahora llega a la empresa en la mañana, organizada, puntual, con su cabello recogido y sus papeles impecables, y trabaja como si hubiera nacido para liderar. Y luego… al atardecer, la ves corriendo entre casas, entre risas, entre abrazos de los más pequeños y la gratitud de los ancianos. Como doctora. Como Luna. Como hija de la Diosa.
La gente la ve con amor, con orgullo.
La manada la honra no solo por su poder, sino por su corazón.
Y yo… la amo más cada día.
La veo sonreír después de una larga jornada, me cuenta lo que hizo, a quién ayudó, lo que aprendió ese día, lo que quiere mejorar mañana.
Es luz.
Mi luz.
Elian, su padre, también lo dice cada vez que nos reunimos en la cabaña:
—Mi hija nació para cambiarlo todo.
Y lo hizo.
Cambió su destino.
Cambió la historia de los suyos.
Y cambió el mío.
Ahora, por fin, vivimos.
Sin miedo.
Sin amenazas.
Solo ella y yo.
Mi Luna.
Mi Reina.
Mi Todo.