El Reyno Porvenir.

Capítulo 1: El Alba de los Juramentos

Anthirëal, Templo de Iluminarë,

El sol de la mañana arrancaba destellos dorados y níveos del templo de Iluminarë, corazón palpitante de Anthirëal. La estructura, más que construida, parecía nacida de la propia montaña, un coloso de piedra viva y cristal solar que se alzaba desafiante hacia el cielo límpido. Sus pináculos, afilados como lanzas de luz, horadaban las nubes errantes, y sus muros, pulidos por centurias de vientos y plegarias, relucían con una pureza casi dolorosa a la vista. Hoy, como cada ciclo solar en el aniversario del Exilio, se celebraba la Renovación del Juramento de Pureza.

En el interior, la grandiosidad se tornaba sobrecogedora. Columnas de un blanco inmaculado, veteadas con filamentos de oro y plata pura, ascendían hasta perderse en la bóveda celestial pintada en el techo, donde constelaciones ancestrales narraban la génesis de los Larethian. El aire vibraba con cánticos bajos, casi guturales, entonados por un coro de sacerdotes ataviados con túnicas del color del amanecer. El aroma a incienso de lirio lunar y resina de árbol estelar impregnaba cada rincón, una fragancia diseñada para elevar el espíritu y purificar el pensamiento.
Entre la congregación de altos elfos, cuyos rostros reflejaban una serenidad impasible y una belleza cincelada por eones, se encontraba Elirien. A sus diecisiete ciclos solares, era la primera vez que presenciaba la ceremonia completa, no como una mera espectadora infantil, sino como la heredera directa de la Reina Liraëth. Su esbelta figura, envuelta en sedas ceremoniales de un azul tan profundo como el cielo crepuscular, contrastaba con la palidez de su piel y el brillo argénteo de su cabello, recogido en una intrincada trenza que descendía por su espalda. Sus ojos, de un violeta intenso, herencia directa de su linaje real, recorrían con una mezcla de asombro y creciente aprensión la vastedad del templo.

Desde su posición privilegiada, cerca del Altar de la Memoria Eterna, observaba a los dignatarios, a los magos de la corte, a los generales de las Huestes Plateadas. Todos ellos, con la mirada fija en el Sumo Prelado Theronian, cuya voz resonaba ahora con la cadencia de las eras pasadas, recitando las primeras estrofas del Juramento. Recordaban la Caída del Primer Trono, la traición ignominiosa que había fracturado su estirpe, la guerra ancestral que había sembrado la desconfianza y originado la sagrada separación de los linajes impuros, los mestizos. La palabra "mestizo" era un susurro cargado de desdén, una mancha en la crónica inmaculada de los Larethian.

Elirien había crecido con estas historias. Su instrucción en la magia lírica, capaz de tejer la realidad con canciones y versos, se entrelazaba con la historia sagrada, un tapiz de glorias y advertencias. El código de la sangre pura no era solo una ley, era el pilar de su existencia, la promesa de un futuro libre de la corrupción que, según los textos, había llevado al desastre a sus antepasados. Conocía cada ritual, cada gesto, cada inflexión de voz que componía aquella compleja sinfonía de devoción y segregación.

<<Pureza es fortaleza. Separación es supervivencia,>> repetía mentalmente las máximas inculcadas desde su más tierna infancia. Pero hoy, algo en la atmósfera la inquietaba. No era la solemnidad opresiva, ni el peso de las expectativas que recaían sobre sus jóvenes hombros. Era algo más sutil, una disonancia en la perfecta armonía de Anthirëal.

Sus ojos se desviaron de la figura imponente del Prelado hacia los vitrales ancestrales que flanqueaban la nave central. Obras maestras de artesanía que representaban escenas de la creación, de batallas olvidadas y de la ascensión de los primeros monarcas Larethian. La luz del sol se filtraba a través de ellos, tiñendo el suelo de mármol con colores vibrantes. Fue entonces cuando lo vio. En el vitral que narraba la Coronación del Primer Rey Sol, justo en el corazón de un sol radiante de cristal escarlata, una diminuta grieta, casi imperceptible, se extendía como una telaraña oscura.

Nadie más parecía haberla notado. Los cánticos continuaban, las cabezas permanecían inclinadas en respetuosa reverencia. Pero para Elirien, esa minúscula fractura en la perfección del pasado era un presagio, una nota discordante en el himno inmutable de su pueblo. Una inquietud, fría y afilada, se instaló en su pecho, marcando el inicio de su verdadera conciencia en un mundo que creía conocer.

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Oeste, Montañas Grises, Ciudad Fortaleza de Valmyr.

A cientos de leguas al oeste de Anthirëal, más allá de las Montañas Grises que rasgaban el horizonte como los dientes de una bestia dormida, el amanecer besaba la ciudad-fortaleza de Valmyr de una manera muy distinta. Aquí no había templos de cristal solar ni cánticos ancestrales. Valmyr era una urbe de piedra oscura, bronce y acero, un bastión de funcionalidad y pragmatismo incrustado en un valle barrido por vientos constantes. Sus torres no eran pináculos ornamentales, sino atalayas de vigilancia y emisores arcanotécnicos, cuyas puntas a veces chisporroteaban con energía contenida.
En lo alto de una de estas torres, la Torre Vigía Épsilon, Kaeldor se frotaba los ojos cansados. El joven soldado técnico, apenas un par de ciclos mayor que Elirien, llevaba casi toda la noche en su puesto. Ante él, una consola de bronce y ámbar parpadeaba con runas y diagramas luminosos que representaban el flujo del maná atmosférico en la región. Su trabajo consistía en analizar estas señales, detectar anomalías, patrones inusuales o, como temían cada vez más en el Consejo Valmyriano, cualquier indicio de actividad mágica hostil proveniente del este.

Kaeldor ajustó uno de los diales de la consola, afinando el receptor de fluctuaciones etéricas. Llevaba el uniforme gris marengo de los Ingenieros de Campo de Valmyr, práctico y resistente, muy alejado de las sedas élficas. Su cabello corto, de un castaño indefinido, caía sobre su frente mientras se concentraba en una serie de lecturas erráticas que había detectado en la frontera con Larethian. No eran agresivas, no aún, pero sí inusualmente intensas, como un murmullo creciente bajo el ruido blanco del maná natural.



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En el texto hay: fantasia, ciencia ficción

Editado: 15.06.2025

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