DIONICIA
—El problema es que me gus... —No puedo—. El problema es que tú...
No, de verdad no puedo admitirlo en voz alta así que mejor me pongo a llorar, como no lo he hecho en años. Es de esperarse, considerando que hace años no me pasan cosas como estas. De tener la sensación de hacer las cosas mal, de fallar a alguien, de no saber cómo se tomará mis acciones la otra persona. De tener sentimientos por alguien a tal grado de no querer arruinarlo.
—Es estúpido —me digo, porque es verdad. No puedo sentirme así por un tipo que ni siquiera conozco ni por fotos. Las alertas zumban en mi cabeza y me encuentro pensando en todos y cada uno de los consejos que creé siendo Disi, en el primer testimonio, el mío. Pienso en ese consejo específico donde animo a la gente que ha pasado por un daño así, lo supere y vuelva a ser feliz con alguien más; que no los detenga una mala experiencia.
Un consejo que por supuesto no he querido seguir en los últimos cinco años.
—¿Está bien, señorita Silvana? —Bea aparece en el jardín y hago lo posible por borrar mis lágrimas aun cuando sé que ya las vio.
—Sí.
—No es cierto —dice riendo y yo no entiendo qué le parece tan gracioso—. Primero que nada, no voy a decir tonterías como “Ay, se peleó con Conrado” porque, aunque mi señora Candelaria se haya tragado la mentira, esté ilusionada con boda y todo, yo me di cuenta muy rápido que Conrado debió haberte ofrecido dinero a hurtadillas por seguir la mentira. Fue en ese instante, tu cara lo decía todo. Y ni se diga de la actitud de Conrado al presentarte como “Silvana” y no como “Elissa” como les oí discutir, aunque ahora creo que sí, tu nombre es Silvana.
Pero qué intuitiva, caray. No, qué metiche, Dios.
—El otro día lo escuché hablar con Constanza sobre buscar una esposa por conveniencia, tonto, en realidad.
No sé qué decir.
—Y bueno, debes llorar por otra cosa, no voy a preguntar, respeto el dolor ajeno y no quiero incomodar. Pero sí que puedo decirte que, a pesar de la manera de ser tan impulsiva de Conrado, es un buen chico. Solo que mi señora Candelaria piensa que pasará el resto de su vida dependiendo de su ausencia y quiere a toda costa verlo casado.
—¿Dependiendo de su ausencia? —Es lo único que puedo preguntar.
—Bueno, no creo que deba ser yo la que te cuente, eso ya te lo arreglas con Conrado. De igual manera, esto de la prometida falsa es para poner feliz a mi señora y te pido yo de favor que al menos lo finjas hasta que dejen la casa.
—Claro.
En realidad no me siento capaz ya de seguir después de la escena que acabo de hacer hablando por teléfono con Macario, llorándole porque sentí la sensación de serle infiel, de hacer cosas malas a escondidas de mi novio.
—Bueno, iré a dormir. Una cosa más: puse en el ropero almohadas extras y un cobertor, por si quieres mandarlo a dormir al suelo.
Riéndose, Bea desaparece de mi vista. Bien, al menos ella entendió que yo no tengo nada que ver con ese estúpido. Pero me dejó con la curiosidad de saber las razones por las que Conrado quiso contactar a Disi para buscarle esposa. Más bien, para qué exactamente quiere una esposa. Una razón es hacer feliz a su madre, pero a mí no me parece suficiente.
Entro a la casa. Subo las escaleras lento, pero son tan pocas que llego rápido y no me siento bien todavía. Cuando entro en la habitación, encuentro a Conrado dormido en el suelo, con las almohadas de las que Bea me habló y ha dejado la cama libre y acomodada solo para poner mi cansado cuerpo ahí.
Pongo mi teléfono en el buró al lado de la cama y medito un rato. Mi ropa de trabajo es incómoda para dormir. Pienso quitarla pero necesito un plan antes: Conrado no tiene que verme en ningún momento en ropa interior, ni a hablar. Me quito mi falda y la coloco a los pies de la cama para ponérmela en cuanto abra los ojos. Desabotono mi camisa despacio. Al final, termino por recostarme solo en sujetador y bragas.
Me recuesto boca arriba y suspiro. Qué desastre soy, insisto. Pienso en todo. En Conrado, en la señora Candelaria, en Elissa, en Disi, en mí y en Macario... En lo que siento por él.
No. No puede ser ni será. ¡Yo soy lista, por Dios! Debo seguir siendo lista. Macario está en un anonimato en el que yo no estoy para él, y que sepa más de mí que yo de él complica muchas cosas. No será, de ningún modo lo será. Además es posible que él solo me esté molestando. Ha actuado tan bien, se ha comportado como un buen tipo y eso me hace dudar. Pero, de no estar molestando...
Tomo mi teléfono. Tengo que acabar con esto. Simplemente es tonto todo y ya. Escribo un mensaje para él con tan solo dos renglones. El impulso solo me da para eso.
Yo: Ya no podemos hablar jamás, adiós para siempre.
En cuanto doy enviar, un nudo se forma en mi estómago. Se intensifica cuando escucho un sonido emergente en el suelo, por donde está Conrado profundamente dormido. Mis cejas se juntan y una descabellada idea aparece en mi cabeza. ¿Aquí descubro si mis teorías eran ciertas? Miro con recelo el número de Macario y, dispuesta a salir por fin de mis dudas, marco.
Me siento burlada cuando comienza a sonar de nuevo algo por donde está él. Me levanto lentamente y me acerco al lugar donde se escucha el tono. Está casi al lado de la cabeza de Conrado, con la pantalla brillante a mi vista y en ella un “llamada entrante de Disi” bien presente.
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Editado: 20.01.2025