CONRADO
No soy muy amigable, sociable, como se diga. Es decir, mi círculo de amigos es tan corto que podría decir que el novio de mi hermana, los socios de las empresas y mis empleados son mis conocidos más cercanos. La última vez que salí con alguien que consideré mi amigo, terminamos ebrios y él en la cama de algún Motel con una chica... Que después me enteré que era mi actual novia en aquel entonces.
Nunca juzgué eso. Llámenme estúpido, o lo que sea, pero incluso les dije que todo estaba bien si querían tener una relación romántica, que no me daba problema. Pero he de confesar que desde ese entonces tengo problema con los vínculos emocionales. O más bien, soy demasiado cobarde como para mantener una relación sin pensar que la cago o la voy cagar en algún punto de la relación o me van a terminar defraudando.
Por eso no me gusta tener amigos ni parejas.
Por eso, estoy ahora en un bar con Raúl, el novio de mi hermana, Demetrio, un tipo que ni conozco que creo que es el hermano de Penélope, se llama Ricardo. Ni idea. Y también está Elías, uno de los empleados de Vildan Laur y que es amigo de Dionicia. Este último, parece tan confundido como el hermano de Penélope de estar aquí, ni siquiera sé quién lo invitó, o por qué carajos era necesario hacer una reunión.
—Felicidades —dice Elías luego de volver de hablar por teléfono con no sé quién—. Aunque he de admitir que me siento confundido y halagado de salir a celebrar con mis jefes.
—Gracias. —Tomo un trago de lo que sea que haya pedido mi hermano. Cuando pasa por mi garganta, noto que es vodka—. Y pues eres el mejor amigo de mi futura esposa, tenías que estar aquí.
Diga lo que diga Dionicia, suena bien decir eso en voz alta. Al menos me gusta cómo suena. Pero también me disgusta un poco la situación.
No, no creo que casarme sea lo mejor de todo, pero sí importante para mamá y, lo que ella quiera ahora, para mí es ley. No sé qué día exactamente dejará de estar entre nosotros, pero yo quiero que sea feliz mientras tanto.
—Es inteligente, amable y hermosa. —Recuerdo que me dijo el miércoles que fui a ver si estaba bien y a llevarle el vino que Dionicia le regaló—. Y se nota que te ama mucho. Vi cómo te miraba, tan enamorada.
Mamá nunca miente, pensé al regreso, pero yo mismo descarté la idea, riéndome. Es tonto, demasiado tonto. Esa mujer no me ama ni yo a ella, pero, ¿por qué me ilusioné de pensarlo?
Fácil. Me ilusioné porque me admití a mí mismo el jueves, después de pensar mucho, que me gusta. Bueno, me gusta porque, sí, como dijo mamá: ella es inteligente, amable y más que hermosa, desde el momento en el que la vi en aquella fotografía, no pude creer que era ella hasta el día que la conocí en persona. Hermosísima. La noche en la que me puse a buscar todo de ella, hasta le mandé un mensaje a Demetrio con su fotografía y con la descripción “Esta preciosidad me cae mal, ¿puedes creerlo?”. Y mi hermano me mandó muchos emojis de risa y un “A mí se me hace que mal no te cae, es por otra cosa, ¿no? ¿Por fin estás decidido a superar a Tam? Me alegra tanto”.
Esa noche ni respondí a eso, más bien, apagué mi teléfono y fingí que no había leído ese mensaje.
Pero creo que sí tenía razón en ese instante: ahora ya no pienso en Tamara como la mujer que me dejó por mi amigo, sino como un ser de mi pasado que ya se ha esfumado de mi vida cotidiana. Y no duele ni se siente extraño.
Lo comprobé cuando le prepararé, sonriendo como idiota esta mañana, el regalo que le mandé a Dionicia con Penélope.
—Yo digo que nos pongamos hasta el pito. Yo invito esta. —De repente, Ricardo, que no había hablado en todo el rato, pide una ronda de tequila—. ¿Alguien será el conductor designado o vamos a pedir taxi?
Elías se suelta a reír.
—Ah, no sé, yo vine caminando, pero apoyo eso. ¿Vamos a tomar como despedida de soltero esto, jefe?
—Dile Conrado. —Demetrio responde por mí—. Estamos fuera del trabajo, aquí nos es tu jefe, es tu compa. Y no, en la despedida de soltero va a haber sexys strippers.
De nuevo hay risas, incluso la mía.
—No habrá strippers. —Me tomo de una lo que me queda del vodka para esperar el tequila—. Solo saldremos por ahí como ahora, y es todo.
—¡Ay, mírenlo! Ya empezó en modo mandilón. —Raúl finge limpiarse lágrimas de alegría cuando lo dice—. Pero yo sí quiero que haya strippers, así que copero con la causa, pagando la mitad.
Otra vez risa, pero no la mía. ¿Qué me pasa? Quizás habría aceptado esto, pero no quiero, mi ánimo con respecto a mamá y la boda no se me hace bueno para ninguna celebración.
—Chale, yo no tengo nada que aportar —dice Elías, avergonzado—. Yo vine porque Demetrio dijo que venía a embriagarme gratis. ¿Yo que podría aportar? ¿Hablarte de Silvana sirve como regalo de bodas?
—Sí —hablo cuando él apenas deja de hacerlo. Me interesa de verdad esa información.
Solo Demetrio es el que se ríe esta vez.
—Bueno, pues qué te diré, es rara.
No puedo evitar reír cuando lo dice, susurrando.
—Aunque es bien amable y comprensiva. También divertida, y, lo único que a Mariana y a mí nos parecía extraño, es que nunca quería que entráramos su casa hasta ahora que la invitó a ir. O sea, planteábamos cosas y eran de “en mi casa no”. Bueno, supongo que todo era para que no supiéramos que era Disi.
#2319 en Novela romántica
#776 en Chick lit
#825 en Otros
#288 en Humor
jefe empleada propuesta, jefe oficina empleada negocios, jefe empleda
Editado: 20.01.2025