El rincón de Disi (en físico)

CAPÍTULO 10

DIONICIA

Me duele la cabeza. Tan fuerte que comienzo a recordar la última vez que había dolido tanto: cuando Patricio me abrió la frente de un golpe.

Recordar eso me da náuseas y por fin despierto completamente.

La casa está en un completo silencio: ¿de verdad las chicas se fueron? Dios, sí, yo de verdad arruiné todo anoche. Aunque he de confesar que, haber dicho aquello, me sacó un peso de encima. Contarles y explicarles muchas cosas, no pareció tan difícil, sin embargo, creo que no les dije todo y aun así, todo terminó en ellas hablándome de sus malas relaciones y todas lloramos mientras nos tomábamos las cervezas que Constanza encargó a domicilio.

Analizo la habitación, aún recostada de lado hacia el buró: no hay nada raro. Solo que siento la espalda desnuda y también que la cama está un poco inclinada hacia atrás de mí. ¿Mariana sí se quedó conmigo cuando se lo pedí anoche? No sé, no recuerdo el ochenta por ciento de lo que pasó anoche, al menos no después de que me encerré a llorar en la habitación. Mariana debió despedir a las chicas cuando llegaron por ellas y se vino a dormir conmigo, pero, ¿habrá intentado quitarme la ropa para dormir bien? No sé, pero el vestido está abierto y aún tengo los zapatos puestos. Los miro: son preciosos. Verlos me hace recordar que me acepté a mí misma que me gusta Conrado. Pero también me siento mal por entender que solo le interesan las apariencias ante su madre, teniéndome como pareja. Él no quiere una relación, solo quiere una esposa falsa.

—Mariana, ¿ya estás despierta? —le pregunto cuando se menea un poco de la cama y termina abrazándome.

Entonces, me doy la sorpresa más inesperada de toda mi vida: es un brazo masculino el que rodea mi cintura, me apretuja contra sí y gruñe antes de poner su cabeza en el hueco de mi cuello y suspirar.

Huele a...

—¡¿Conrado?! —Este no hace ningún ruido ni movimiento—. ¡Conrado!

Se queja, apretujándome más.

—¿Qué pasa? ¿Ya es de día, doc? —pregunta de repente. Su voz ronca hace que se me acaloren las mejillas y mi cuerpo sienta una reacción eléctrica—. Buenos días.

Me giro de a poco cuando él da señales de que está despertando. Lo noto y me aguanto un grito. Está desnudo, tapado de la cintura para abajo.

¡¿Tuvimos sexo?!

Podría pedirte que me hicieras cosas sucias.

La ráfaga del recuerdo hace que me duela más la cabeza. No puede ser, ¿yo dije eso?

—Conrado —digo, horrorizada, y cubro mi cara con ambas manos—. ¡Oh, Dios, no puede ser!

Entonces sucede lo inevitable: comienzo a llorar por dos cosas. Por haber estado con él en ese aspecto y por no recordar ni un solo roce.

—Tranquila. —Conrado me abraza, volviendo a apretujarme esta vez frente a frente—. No llores, cálmate, no ocurrió nada entre nosotros, solo...

—¿Solo qué? —chillo un poco pero comienzo a tranquilizarme. Aun así, su cara me mantiene alerta: está contrariado—. ¿Qué pasó anoche, Conrado? ¿Tú sí lo recuerdas?

—¿Tú no? —Parece dolido, pero creo que solo son figuraciones mías. Se separa de mí, sentándose en la cama. Así descubro que tiene razón: lleva sus pantalones puestos, aunque no entiendo por qué no lleva camisa—. ¿Quieres la versión corta, donde hablo del café que no nos tomamos o la larga, donde te digo qué pasó antes de que viniera acá?

—La larga, por supuesto —digo y también me siento, tratando de acomodar el vestido y mis ideas. Tomo las sábanas y me cubro por las dudas.

—Bien. Con una condición. —Me mira un momento antes de inclinarse y tocar su cabeza. Después, serio, vuelve a hacer contacto visual conmigo—. Cuéntame quién es Patricio y por qué fue el causante de que crearas el blog.

—¡No puede ser! ¿Te hablé de Patricio? —Quiero llorar más. Ahora también de vergüenza.

—En realidad no. Por eso quiero esa condición, quiero saberlo de verdad, Silvana.

Aprieto los ojos, pero hasta eso hace que me duela la cabeza. Estoy demasiado cruda como para negarme a algo ahora mismo. Así que asiento, aceptando el trato y vuelvo a abrir los ojos. Él sonríe.

—Constanza me mandó un mensaje, diciendo que todas estaban llorando. —Mira ahora hacia la ventana—. No entendía nada así que te llamé a ti, me dijiste muchas cosas como que te “había visto la cara de estúpida”.

No recuerdo eso, pero sé que eso lo siento porque él hizo que me gustara Macario... Ay, no.

—Así que vine para acá. Bueno, vinimos todos, los chicos por las chicas y yo vine contigo.

No me gusta el rumbo que va tomando esto.

—Me gritaste, me volviste a repetir que te vi la cara de... Bueno, eso, luego dijiste que porque yo había hecho que te gustara Macario.

MIERDA.

—¿Por qué tú sí recuerdas eso? Tú también estabas ebrio. —Una laguna de recuerdo me llega con su aliento a alcohol anoche.

—No estaba tan ebrio. —Me mira un momento y luego vuelve la ventana—. Disi, me dijiste que te gustaba.

—Ay, no, no. —Las lágrimas vuelven a salir a chorros, siento tanta vergüenza.




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