Me pongo el rosado vestido que me regaló Conrado, esta vez sin estar ebria y llorar mientras veo lo perfecto que me queda.
Atinó a mi talla.
Me pongo los zapatos y al final reviso por última vez mi peinado. Por primera vez en años, también me he atrevido a soltar mi cabello. Ya me llega a la mitad de la espalda. Siempre llevo una coleta alta o un moño mal hecho. Ahora, suelto, solo me recogí un mechón de cada lado, haciendo una pequeña corona de cabello. Amo cómo me veo. Sonrío al espejo. Había olvidado cuántos dientes se me pueden ver cuando estoy feliz.
¿Por qué estoy feliz? No debería, la verdad, voy a ir a esa fiesta solo a fingir que es mi anuncio de compromiso. ¡Incluso invité a Héctor y a Rosa! Pero, aun así, nada me hace abandonar la felicidad que me acompaña.
Mi teléfono suena, anunciando una llamada de Conrado. Contesto.
—Ya estoy en la puerta, no encontré la llave de tu macetero. —Se ríe de sí mismo. Lo escucho nervioso.
—La quité, lo hago cuando estoy bañándome o voy a dormir.
—Oh. —Parece una queja—. Debiste dejarla mientras te bañabas, mi doc, habría venido antes a bañarme contigo. Podríamos haber ahorrado agua como el otro día, fue divertido y ecológico.
Me río al tiempo en el que abro la puerta y me encuentro con unas flores naranjas, cubriendo su cara. Mi risa es tonta. Y él, cuando las hace a un lado para verme, termina tirándolas al suelo, sorprendido por mi apariencia.
“Oh, Dios” Es lo que susurra antes de decirme cuán hermosa me veo.
—Caray, de verdad... Vaya, te ves muy bien con el cabello suelto. ¿Por qué nunca lo habías soltado?
Porque Patricio me obligaba a tenerlo recogido y en la actualidad me sentía abrumada de intentarlo, no se lo digo, porque no quiero arruinar la noche. En cambio, me encojo de hombros y decido levantar las hermosas flores.
—Aún falta hora y media para la fiesta —comenta, pícaro—. Tus sobrinos se quedaron anoche aquí, así que no pude quedarme.
—¿Y eso qué? —pregunto, haciéndome la desentendida cuando estoy buscando dónde poner el ramo. Él cierra la puerta.
—Pues podríamos hacer tiempo. —Me abraza de la cintura desde atrás. Estoy poniéndolas en un florero—. Serán unos minutos, y luego nos iremos a recoger a tu hermano y su esposa, ¿qué dices?
Me río cuando hace cosquillas en mi hombro derecho mientras lo besa.
—Suenas como si fueras adicto al sexo.
O adicto a mí, me guardo para decir, porque sé que no es así, y porque es ridículo pensar que él podría llegar a considerarme así.
—Bueno, tenía dos años y medio sin otra cosa que no fuera mi fiel amiga manu...
—¡Ay, no! —Hago un gesto de disgusto y me giro a él—. No me cuentes cómo te toqueteabas, por favor.
Me río.
—Además, no es como que alguien como tú no haya tenido sexo últimamente... Antes del domingo.
—¿Qué? —Se ríe y me besa la mejilla—. Tú pasaste cinco años sin un minuto de sexo, ¿por qué yo no?
Creo que no debí contarle eso el domingo. Hablamos tanto que ya no sé si olvidé contarle alguna cosa. Sabe mucho. Dios.
No estamos tocándonos ni estamos tan cerca, pero todavía siento ese mismo comportamiento íntimo de ayer y esta mañana en la oficina. Estuvimos trabajando en los últimos detalles, por insistencia mía, en la última entrada de la revista, ayudando a Demetrio. En lugar de hacer todo en mi oficina, estuve metida en la de Conrado, incluso comimos ahí mientras hablábamos de cómo mis sobrinos habían amado el videojuego y que, gracias a ellos, estaban decididos a lanzarlo.
—Es que alguien como tú tiene muchas oportunidades de tener sexo cada semana, con cualquier mujer.
—Pues sí. —Pone los ojos en blanco y después me acerca a él para besarme el cuello—. Que tenga la oportunidad de frente no significa que la vaya a tomar nomás porque está ahí. También se pueden rechazar oportunidades si quieres rechazarlas. Eso aplica contigo y tus libros.
Baja sus besos hasta la entrada de mi escote. Gimo, contenida.
—Bueno, qué sé yo de tus admiradoras. —Lo hago ir a mi boca—. No hablemos de sexo, tengámoslo.
Comienza a quitar mi vestido, riéndose.
—Esta oportunidad sí no me la pierdo, mi doctora corazón. Prometo hacer que valga la pena.
***
Hay demasiada gente que no conozco. Están los hermanos de Conrado con sus parejas, Mariana y Elías, mi hermano con Rosa y los niños y la mamá de Conrado, y es lo único más familiar en todo el lugar. Hay otros familiares de Conrado, algunos socios de las empresas, incluso una mujer mayor que me presentó como la agente social que se encarga de buscar lo mejor para los niños de “Adopta un corazón” quien me dijo que fuera pronto a visitar a los niños para que me conozcan. Y yo, que no sabía qué hacer luego de ser presentada a tantas personas, le dije que claro que estaría ahí.
—La fiesta aún no se calma —me dice Conrado, susurrando, cuando por fin llego a sentarme en el comedor. Está a mi lado, se acaba de sentar en su silla. No hay nadie a nuestro al rededor, todos están en la sala bebiendo y celebrando—. Aún falta la cena y además se me había olvidado darte esto.
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Editado: 20.01.2025