El rincón de Disi (en físico)

CAPÍTULO 15

Me suelto el cabello, esta vez sin ningún recogido. Conrado dijo que había hecho una reservación en un restaurante elegante, así que opté por ponerme un vestido. Es rojo y volado, con mangas hasta los codos y un poco descubierto del pecho. Y hasta traigo unos tacones negros.

Salimos de mi casa a las ocho con cuarenta minutos y llegamos al restaurante a la hora exacta de la reservación. Todo es tan elegante que me siento un poco desubicada.

—¿Te gusta?

Me sonríe amplio y se lo devuelvo.

—Sí... Aunque, ¿a qué se debe la cena?

No me dice nada, el mesero aparece, interrumpiendo, y nos deja la carta. Hay comida italiana en el menú. Oh, Dios.

—¿Celebrar? Nos vamos a casar en una semana, quise celebrarlo con comida que conoces y amas —comenta, viendo la carta, como mostrando desinterés.

Habla claro, mujer, me repito por enésima vez pero no lo hago.

—Sí. —Mi voz sale baja, pero intento guardar compostura, no quiero llorar más—. Es el sábado, ¿no? No lo olvides, seré la del vestido de novia con encajes en los pechos. La del velo blanco y el ramo rosado.

Su risa me encanta tanto.

—Bueno, yo seré el del traje negro, el apuesto hombre del final del pasillo, no pierdas pista.

—Claro. —Apenas me río, fingiendo que estoy eligiendo la comida. Ni siquiera tengo hambre—. Aunque no será un pasillo, será en el jardín de tu casa, recuerda podar el césped antes de la boda, querido, no quiero que se me atore un tacón y caiga frente a las cámaras.

Otra vez su risa.

El mesero aparece para tomar nuestra orden y, tras pedirle, nos vuelve a dejar solos. Conrado me pregunta cómo vamos con la corrección de mi libro.

—Esteban es de mucha ayuda. Dice que no tiene demasiados fallos ortográficos, así que pueda que esté más rápido de lo que pensábamos.

Hablar de mi libro me pone un poco contenta, por lo que la conversación aligera el ambiente.

—Además, como ya sabes, Elías ya tiene el prototipo de la portada, la amé muchísimo. Le es fiel completamente a la trama.

—Eso pensé. —Me sonríe mientras toma mi mano y luego la besa—. Serás todo un éxito, preciosa, todo el mundo leerá lo maravilloso que escribe mi querida esposa Silvana Montibello.

Elegí al final ese nombre de autor, pese a que no haré ninguna aparición pública, consideré que era mucho mejor usar mi segundo nombre. Me gusta mucho.

—Gracias. —Me sonrojo por su manera de dirigirse a mí. Es la tercera vez que lo usa, el “mi querida esposa”, a veces me llama Disi o “mi doctora corazón”, aunque nada tendrá el mismo poder a cuando me dijo “cariño”, solo han sido dos veces y ambas fueron accidentales, pero mi corazón disfrutó el sentimiento—. Mamá me dijo que quería un ejemplar firmado, me sentí emocionada y extraña, mi familia no sabía que escribía hasta la semana pasada que les conté.

Me agarra una risa que él acompaña al mismo tiempo. Todo parece tan tranquilo que considero que esta cena podría ser adecuada para que ponga las cartas sobre la mesa respecto a nosotros.

—Bueno, ya fuera de broma, ¿qué hacemos en tan elegante lugar?

Él se pone nervioso cuando quiere responder a mi pregunta, pero intenta calmarse cuando por fin sale algo de su boca.

—Es que quería hablar contigo sobre algo importante.

Note ilusiones, no te ilusiones, la razón me dice, pero ya es demasiado tarde.

—¿Ah, sí? ¿Sobre qué?

No parezcas demasiado interesada al menos, tampoco le hago caso.

—Hablaremos de eso después de cenar mejor.

El mesero nos trae lo que pedimos. La verdad no tengo nada de hambre, pero doy algunos piquetes a lo largo de la cena. Conrado se mantiene comiendo en silencio, y lo único que hace es sonreírme de vez en cuando hasta que se termina el último bocado.

Otra vez tengo la oportunidad de hablar.

—Entonces, el motivo de la cena es...

Pone los ojos en blanco pero aun así se ríe.

—Eres muy ansiosa, cariño. —Toma mi mano y yo sigo ilusionándome—. Quería hablar contigo del trato.

Y no, no debí ilusionarme.

—Oh, claro. Pudimos haberlo hecho en casa. —Muerdo mis labios y él lo nota. Se ríe de nuevo.

—Ah, ya entiendo, entonces hablemos mejor en tu casa. ¿Qué tal en tu habitación?

No hagas que vea cuán decepcionada estás, ahora sí le hago caso.

—Por supuesto, hay que irnos ya.

Paga la cuenta y nos vamos en su auto. De camino, le suena el teléfono pero decide ignorarlo. Me dice que es Constanza.

—Seguro quiere avisarme que ya mandó todas las invitaciones —dice riendo—. Lo pondré en no molestar por una hora, sé que seguirá insistiendo, así es ella.

Me río con él. Sí, Constanza suele ser muy insistente.

Llegamos a mi casa y no perdemos el más mínimo tiempo. Todo me desespera, me abruma y me gusta. Siento como si fuera a quedar atrapada. Atrapada por el deseo, por el dolor y por mi soledad. No entiendo, no obstante, me dejo ir cuando se deshace completamente de mi ropa.




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