El rincón de Disi (en físico)

CAPÍTULO 16

CONRADO

No conozco a ninguna persona que sea capaz de decirme que deje de llorar en este momento. Ni siquiera mis hermanos, que, a pesar de todo, están siendo fuertes, ellos me consuelan casi del mismo modo que lo está haciendo Silvana. Ha pasado una semana desde que dejamos a mamá en el cementerio y ella no ha dejado de estar para mí en todo momento. Me ha hecho el desayuno todos los días y me obliga a comerlo a pesar de que le digo que no tengo nada de hambre. Me ha ayudado a bañarme a pesar que le digo que no necesito hacerlo, y que “las personas muertas por dentro no deben levantarse de la cama”. Me regañó cuando le dije eso y se fue a su casa enojada, aunque, de todas formas, volvió en la noche a verificar si iba a cenar. Fue ayer y cenó conmigo, enojada, pero dijo que se quedaría hasta que me quedara dormido. Entonces desperté esta mañana y ella estaba dormida a mi lado, abrazándome del pecho.

—Es sábado. —Recuerdo, cuando estoy haciendo el desayuno, por primera vez en estos días me digno a levantarme de la cama para algo más que para ser llevado por ella a bañarme, incluso desayunamos en la cama.

Hoy debía ser el día de nuestra boda.

—Pero mamá ya no está. —Aprieto el plato en el que voy a servirle el huevo revuelto que hice y suspiro. Mamá me hizo prometerle que no iba a llorar cuando ella faltara y la defraudé en los últimos días. Hoy me siento un poco mejor, pero no dejará de doler. Quizás deba resignarme y continuar, volver a la rutina... Ni yo mismo me puedo dar ánimos reales.

—Ey, te levantaste solo.

La veo en la puerta, tallando sus ojos, lleva puesta una de mis camisas y mis shorts.

—Te hice el desayuno.

—Vaya, te sientes mejor, eso me alegra. Gracias —Se acerca a mí, besa mi mejilla y toma el plato para servirse ella misma, mi plato ya está en la mesa. Me hace sentarme para comenzar a comer juntos, como todos los días—. Por cierto, debo ir a mi casa.

—¿Vas a volver en la tarde?

—No. —Luce extraña, desde anteayer a decir verdad, pero hoy la noto distinta—. ¿Estarás bien? Te bañas, por favor. Debo hacer unas cosas con Constanza, entre las que está cancelar todo lo relacionado con la boda.

Siento una opresión en el pecho.

—Mamá quería que nos casáramos hoy —digo, melancólico. Ella quería ver eso.

—Sí. —Parece tan dolida como yo—. Pero no pudo verlo, no se logró esto, habría querido que ella hubiese visto al menos eso, aun cuando todo fue falso, vi cómo le gustaba vernos juntos.

¿Cómo que todo fue falso?

No soy capaz de decir nada. Nos mantenemos en silencio hasta que nos terminamos el desayuno. Ella es la primera en hablar.

—Conrado. —Toma una gran bocanada de aire, creo que no me va a gustar lo que quiere decirme, su tono ya me dice muchas cosas—. No te lo dije, pero saqué todas mis cosas a Vildan Laur. Renuncié a ella y a todo lo que respecta ser tu asistente ayer, hablé con Demetrio, el contrato de publicación ya no lo puedo cancelar, pero no quiero trabajar más contigo. Verás…

No entiendo nada.

—¿Por qué no?

—Porque fíjate que…

No quiere decirme la verdad.

—Dime la verdad —le pido, levantándome de la mesa y me intento acercar a ella, pero se levanta rápido y se aleja, rumbo a la habitación. La sigo—. ¿Por qué no me quieres decir la verdad?

—No hay ninguna verdad, solo ya no quiero trabajar. Aunque, bueno…

Comienza a recoger su ropa de trabajo que dejó en el suelo, supongo, cuando se puso mi ropa.

—Mientes. —La veo quitarse mi camisa y ponerse su sujetador.

—No quiero trabajar. Ya no quiero ser la asistente de nadie. Además…

—Que me estás mintiendo, hay algo más que eso. —Comienzo a sacar conclusiones de la nada—. Seguro me estás engañando.

Cuando ya está subiéndose la falda, me mira, indignada.

—¿Qué demonios estás diciendo?

—Que seguramente ya estás saliendo por ahí con otro tipo, eso hizo Tamara, ¿por qué no habrías de hacerlo tú? Todas son igua...

Siento mi mejilla arder, una vez que ella me da una bofetada.

—Eres un completo idiota. —Luce dolida y decepcionada—. Dices conocer todas mis manías, pero la verdad es que no conoces nada de mí, no me conoces, Conrado.

—Sí, te conozco. —Sobo mi mejilla cuando se aleja para terminar de cambiarse rápido—. Y estás mintiendo sobre lo de no querer trabajar, renunciaste por otra cosa.

Se está poniendo los zapatos cuando habla.

—Tienes razón, es por otra cosa, pero no es porque esté con alguien más, o te engañe, no puedo engañarte si no tengo una relación contigo. —Me acaba de dar un metafórico golpe en el hígado—. Y, sobre la verdadera razón, no te la mereces, eres un pendejo, te atreves a compararme con tu ex como si no hubiera sido suficiente humillación con lo del puto anillo.

Sorprendiéndome, me muestra que aún lleva el anillo rosado en su dedo. Pero me sorprende más que se lo quite y lo aviente en mi cara.




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