La música comienza, y empezamos a emerger de nuevo. Como figuras de agua que danzan al son de la música, con el público esperando fuera de las aguas de la fuente. Muchos, ni siquiera nos miran, mientras que otros, se quedan absortos en el espectáculo.
Lo peor es ese preciso momento en el que se apaga la música, y volvemos a desaparecer. Es una sensación parecida a la de ahogarse, solo que cuando nos queremos dar cuenta, podemos volver a respirar.
Solo que allí abajo, se revela de nuevo nuestra verdadera forma.
Esa que nuestro público nunca podrá ver.