El Río de Leche (milkriver)

LA SEPARACIÓN

A través de los años y las épocas, de las eras y de los siglos, la historia del río de leche sigue siendo contada de generación en generación, desde Roboán hasta Uzías y de Uzías hasta Jacob.

En los tiempos del rey David, cuando Zamalech el Segundo partió en dos a su hijo Salot, quien había nacido con un cuerpo extra, el río de leche fue profanado.

Salot estaba unido de pies a cabeza por una cosa aberrante, una deformidad, un castigo de Dios por los pecados de su padre, de su abuelo y su bisabuelo. El otro cuerpo de Salot tenía un corazón propio, latía al mismo tiempo y respiraba al mismo tiempo que el del propio Salot.

Zamalech se aterró bastante por aquel augurio, aquél monstruo unido al cuerpo sano, había asesinado a su madre por las complicaciones al momento de nacer. Betá ni siquiera conoció a la cosa que había salido de su vientre, murió en cuanto Salot respiró el aire de Gésur.

Una noche de luna llena, el mismo día en que Betá fue sepultada. El padre tomó a sus hijos y corrió por el bosque en dirección al río, cubierto de sudor y con el único sonido de sus pisadas en las hojas secas.

Llevaba consigo la espada de su padre, Saúl.

Cuando llegó, se detuvo a pocos pasos del río, el niño deforme comenzó a llorar y despertó a su hermano. Entonces Zamalech vio una roca blanca casi llegando a la caída del río y se dirigió a ella.

Desenfundó la espada y colocó al par encima de la roca, los separó de manera que una capa de piel dejó ver la unión entre los dos. Ahí fue donde Zamalech azotó el filo. Separando a los gemelos en un salpicón de sangre.

El monstruo lloró aún más fuerte.

Cuando la sangre corrió en aquella piedra blanca de las colinas de Gésur, perturbó la eterna paz del río. Un torrente de agua blanca y clara, dónde en él viajaban variedades de hojas silvestres y frutos del bosque. Un arroyo al que los habitantes llamaban, el río de leche.

El agua se tiñó de rojo cuando Zamalech arrojó al monstruo deforme río abajo, el bebé ahogándose y llorando en el agua bajaba a una velocidad estrepitosa, perseguido por el abandono y rechazo que Zamalech había sentido desde el momento de su nacimiento.

Aquel río, era el mismo que llegaba al palacio del rey David en Jerusalén.




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