El Río de Leche (milkriver)

EL DESCUBRIMIENTO DE JAZEEL

El río de leche corría detrás del palacio y un día, cuando Jazeel se encontraba lavando la espada del rey y sus ropas de batalla, se dio cuenta que un sonido extraño en el río bajaba de la montaña en dirección a ella. Lo reafirmó cuando un llanto nítido de un bebé interrumpía el sonido del agua contra las piedras. Ese extraño cuerpo no tardó mucho en presentarse. Era un niño hermoso y no tenía ningún defecto.

Jazeel miró a aquel niño con pena, alguien lo había olvidado en el río.

Inmediatamente después de eso, lo cubrió con una túnica del rey y lo llevó hasta la corte real. Pensó que David debía enterarse de su descubrimiento.

Pasando por los pasillos del complejo, los guardias y los sacerdotes se preguntaban por qué la mujer iba tan apurada.

El rey no se encontraba en su trono, la sala estaba vacía, parecía que todo el mundo en ese lugar había desaparecido.

El niño lloraba con un llanto que llenaba la sala ausente.

Jazeel no encontró otra solución más que sentarse en el trono y comenzar a arrullarlo, acto que calmó al niño inmediatamente.

Ella le cantó arrullos y el niño se acomodó en su regazo.

—Oh niño de leche, no llores más, ya estás en la sala real, el rey pronto vendrá, y te cuidará —cantó.

No tuvo que esperar mucho tiempo para que su canto se volviera realidad. El Rey David entonces se presentó, con una copa en la mano y cansado, porque ese día había salido de campaña. Venía solo, situación que era rara en un rey.

Al contrario de muchos reyes, David no se perturbó por ver a aquella mujer en su trono. En cambio, se acercó curioso y quiso mirar lo que había dentro de la túnica.

La mujer le mostró su descubrimiento. Y la reacción de David no fue de horror, ni de rechazo. Él vio a un bebé perfecto que le sonrió.

Sin preguntar siquiera, tomó con cuidado al bebé en brazos y comenzó a mecerlo, adoptándolo como su nuevo hijo.

Como aquel bebé había emergido del lago, su nombre fue Salomón.

 

El niño creció en el palacio, y el corazón puro que poseía, hizo que David le tomara un afecto especial.

David creía que Dios le había mandado una señal por sus plegarias y de esta manera, ya tenía un heredero nuevo para su trono, solo había dejar que creciera.

Absalón sintió celos cuando se enteró. Y enloqueció cuando supo que el hijo favorito de su padre, ahora era Salomón. Ni su hermano Amnón ni su hermana Tamar. Sino que era aquel que se sentía especial por la cicatriz que tenía en la costilla derecha. Cicatriz que, según David, la tenía desde su nacimiento.

Cosa que a Salomón le inquietó desde una edad temprana, porque no conocía a su madre y a la única que consideraba cercana era a Jazeel, quién David había nombrado como su madre adoptiva.

Aun así, el niño mostraba facilidad para aprender. A los siete años era tan sabio que hacía que los ancianos del consejo lo escucharan cuando hablaba en el gran salón del castillo. Salomón se interesaba mucho en los temas del reino y a los diez, ya juzgaba a las personas que llegaban a la casa del rey siendo acusadas de algún crimen. A veces él mismo vigilaba las calles de Jerusalén junto con una guardia de soldados reales comandados por Urías el hitita.

A los 11 ya era muy bueno en combate con armas y lucha cuerpo a cuerpo, aspecto que había sido perfeccionado por los mejores guerreros del ejercicio de David. Entre ellos, el mismo Urías.

Había aprendido a usar la espada, la lanza y acostumbraba acompañar a su padre en las batallas contra los filisteos y los sirios, peleando con una espada corta a una mano, destacando de entre Amnón y Absalón. Hechos que le habían arrebatado su niñez, y lo habían convertido en un hombre.

Sin mencionar que era un niño muy educado con la servidumbre y que cuando no estaba metido en asuntos del reino, le gustaba pasearse por la sala de lectura y estudiar algunos pergaminos que contenían la historia de Israel y de los jueces.

Absalón no podía estar con alguien así en la misma mesa. Lo detestaba tanto como su padre odiaba a los descendientes de Saúl, quienes se encontraban exiliados en Gésur.

Las preferencias de David por Salomón fueron más grandes que por Absalón. El rey ya había tomado la decisión de herencia.




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