Después de invocar a Baal le preguntó sobre la cicatriz. Y el demonio le respondió que al siguiente día fuera al río, se hiriera la palma de la mano y después la sumergiera en el agua, así, hallaría una respuesta.
Salomón ya esperaba que pasara algo.
Al día siguiente el rey ordenó un banquete para la bienvenida de Abiatar.
Al parecer el sacerdote no recordaba qué había pasado exactamente, no recordaba a Salomón en su caballo ni cuando éste le aplastó la cabeza. Pero sí recordaba que había ido a ver a Zamalech.
Esa mañana después del banquete, Salomón fue atrás del castillo donde pasaba el río e hizo lo que Baal le había instruido.
Al cubrirse la palma herida con el agua blanca, ésta volvió a cerrar, dejando una delgada cicatriz en ella.
Aquella agua sanaba las heridas al instante. Maravillado, Salomón hizo una herida más grande y volvió a meter el brazo. Esta vez tardó un poco más, pero el efecto fue el mismo.
Concluyó entonces que la cicatriz de Abiatar, pero sobre todo la de su costilla, había sido sanada sin duda, por el río de leche, a una edad muy temprana de su vida, y quería averiguar el por qué, e iba a hacer lo que fuera con tal de encontrar la verdad de su nacimiento. Aunque tuviera que enfrentarse a su padre o a quien se le presentase.
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Editado: 05.05.2020