El Río de Leche (milkriver)

EL MANDATO DE ZAMALECH

—No hay rastro de Abiatar por el bosque, no hemos sabido nada de él durante días.

—Tal vez ha tenido dificultades con traerme la cabeza del hijo de David.

—Aun así, señor, ha tardado demasiado ¿No le parece eso extraño?

Zamalech daba vueltas por la tienda.

—Me parece extraño, pero, aun así, sabes que no podemos atacar el castillo con el príncipe vivo. Supiste lo que hizo en el monte de Gilboa.

—Pero ¿Usted cree en realidad eso? Digo, tal vez el sacerdote nos mintió y nos envenenó con el miedo ¿En serio cree que David mandaría a su hijo más pequeño a la guerra? ¿Sólo? Es increíble señor.

El hijo de Saúl reflexionó las palabras que su general, Haf, le había dicho.

—Ahora que me lo dices así suena más lógico. Pero conozco a Abiatar, confío en él.

—Yo una vez también le confíe algo muy importante a alguien que creía que no me fallaría, pero me traicionó señor.

—¿Cuál es tu sugerencia Haf? Aunque Salomón no haya derrotado a los filisteos, mi hijo aún no está listo. Necesita tiempo para volverse más fuerte, él tiene que matar a David.

—Sugiero entonces que te deshagas de Abiatar. Él conoce todos nuestros planes, si está en contra nuestra, nos delatará y mientras más tiempo pase, estaremos en desventaja.

Zamalech, quien confiaba más en su general que en el sacerdote de David, con todo su dolor, aceptó la propuesta.

—Entonces ordenaré a Tut y a Meliquedek para que vayan a darle muerte.

Y Tut y Meliquedek salieron por la tarde en busca de Abiatar, por el camino de Elboy, caminando río abajo, hasta el castillo del rey.

Y no tuvieron que descender del todo porque el sacerdote subía por el mismo camino.

—Señores, buenas tardes —saludó Abiatar.

Pero Tut era un hombre comprensivo y antes de atacarlo, le preguntó.

—¿Por qué tardaste tanto, Abiatar? Ya has hecho que Zamalech nos mande a buscarte.

—Me desmayé camino al palacio y les soy sincero, la verdad no recuerdo muchas cosas desde ese día, por eso decidí venir este día, porque hoy es cuando me reúno con Zamalech.

—Está mintiendo —dijo Meliquedek—Este estúpido sacerdote está mintiendo.

—Les digo la verdad, no tendría por qué mentir.

Tut y Meliquedek intercambiaron miradas y después voltearon hacia los árboles, analizando las hojas, para después lanzarse contra Abiatar, derribándolo y colocando su puñal en su cuello.

—¡Vamos a matarlo, así que quien esté con él salga en este instante! —gritó Meliquedek. Pero nadie salió.

—¿Qué están haciendo? —gimió Abiatar asustado.

—Zamalech nos ha enviado a matarte. Nos has traicionado, sacerdote —le dijo Tut mientras se aseguraba que nadie estuviera ocultándose.

—¡No he traicionado a nadie!

Pero nada más le dejaron decir y Meliquedek clavó su puñal en el cuello de Abiatar.

—¡No! ¿Qué hiciste? —exclamó Tut.

El sacerdote solo escupió sangre y miró a los dos con ojos suplicantes.

—La orden era asesinarlo ¿Cuál es tu problema? —replicó Meliquedek.

—¡Sí, pero podíamos mutilarlo para que nos diera información! ¿Te imaginas si llegábamos con noticias para Zamalech?

—Maldición, es verdad.

—Eres un estúpido.

—¿Y ahora dónde ocultamos el cuerpo?

Al ver que no había lugar, Tut sugirió echarlo al río y que se perdiera en el agua blanca.

Y así lo hicieron. La sangre cubrió una vez más la pureza del torrente.

—Creí que ese idiota no venía solo —dijo Meliquedek mientras ambos observaban el pigmento rojo.

—Pues viste que no. Me metiste un susto cuando gritaste eso.

No esperaron demasiado cuando antes de darse la vuelta y partir para Gésur, un cuerpo se levantó en el agua.

El espanto los petrificó. Abiatar seguía vivo y escupía el agua que se había tragado.

—¿Qué ha pasado? —gimió Meliquedek.

El sacerdote volteó y los vio ahí, de pie, mientras el agua le cubría hasta la cintura.

—¡Tut y el otro, ayúdeme a salir! ¿Qué hago aquí?

Y los dos cruzaron una mirada entre sorprendida y confundida.

Pero al observar lo que se suponía debía ser su cuello mutilado, vieron solo una pequeña cicatriz.

—Este pobre no recuerda nada —susurró Meliquedek.

—¿Decía la verdad?

—Mira su cicatriz ¿Ha sanado?

Así que lo ayudaron a salir y Abiatar mencionaba que se sentía muy bien, como nuevo, decía.

Ambos no podían creer lo que estaban viendo, el río había sanado a ese anciano.

Decidieron llevarlo a donde Zamalech estaba y al sacerdote no le mencionaron nada sobre lo sucedido.




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