El Río de Leche (milkriver)

LA GUERRA

Los gesuritas los superaban en número, mientras que el ejército de Salomón había veinte mil hombres, los enemigos rondaban entre los cincuenta mil, pero eso no le importaba a Salomón, porque creía que, con toda su madurez espiritual, podía enfrentarse a ese ejército sin problemas, sólo con la ayuda de Baal.

Urías y Joab estaban a los costados de Salomón. Y el primero, le preguntó.

—¿Ha visto quién está del lado enemigo?

Salomón contestó que no.

—Absalón y sus hombres. El antiguo heredero de su padre.

—No pensé que fuera tan tonto para venir directo a su muerte.

 

—¿Qué no es ese el que casi te mata en el monte de Sacad, Meliquedek? —preguntó Tut mientras los ejércitos se detenían cara a cara.

—Él me perdonó la vida, su nombre es Urías. No puedo matarle.

—Esto es una guerra, Meliquedek, —dijo Zamalech, quién los había escuchado — tendrás que matarlo.

Entonces el silencio llegó al campo de batalla.

Salomón miró a Absalón y éste le devolvió una mirada condenadora.

—¿A qué has venido Zamalech, de la tribu de Benjamín, que has arribado sin avisar? —gritó Salomón.

—¡Vengo a quitarte esa corona que traes en el cuello, porque me pertenece por derecho! ¡Ya has visto tú, que te ha quedado chica!

Salomón rio con desagrado.

—Antes de que se te ocurra hacer cualquier cosa, te informaré que no cumplirás con tu objetivo este día. Pues tu ejército se irá derrotado y yo seguiré gobernando Israel hasta los días futuros.

Pero las palabras de Salomón irritaron a Salot y éste le pidió a su padre que comenzara la batalla, pero Zamalech le dijo que aún no era el momento.

Los caballos de Urías y Joab comenzaron a galopar en dirección del enemigo y a éstos le siguieron los demás soldados.

—¿Qué estás haciendo Urías? ¡Aún no doy la orden! —dijo Salomón.

Pero nadie le hizo caso. Y el hijo de Saúl no ordenó un contraataque, porque los israelitas no estaban atacando. Solo extendió una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Ven eso? Eso es lo que pasa cuando matas al rey de Jerusalén. Por más fuerte que seas, si eres estúpido, la gente no te seguirá —dijo Zamalech.

Entonces el ejército de Salomón volteó hacia él, formando una fila eterna de enemigos en su contra.

—Urías —saludó Absalón.

—Su majestad —correspondió.

Salomón ahora veía cómo tenía a todos en su contra, a los gesuritas, a los hombres de Absalón y a los propios israelitas.

—¡Ríndase ya, no tiene ninguna oportunidad contra nosotros! —gritó Abiatar.

Pero no, Salomón sabía que, aunque no tuviera ejército, tenía algo más poderoso. Y decidió usarlo en ese momento.

Se bajó de su caballo y le enterró la espada en el cuello.

El pobre animal cayó gimiendo y Salomón bebió su sangre.

—Este día me has ayudado más que nunca querido amigo —le susurró.

—Mátalos a todos y así demostrarás que yo soy Baal, el más poderoso —dijo una voz en su cabeza.

Zamalech dio la orden a Absalón.

—Mátenlo —ordenó Absalón a su corte.

Cincuenta caballos arrastraron polvo al correr hacia el rey.

Y Salomón se levantó, les apuntó con su brazo izquierdo e hizo una figura circular en su dirección. Un aire sopló cerca de los cincuenta y los caballos que iban contra Salomón cayeron junto con sus jinetes muertos como moscas; antes de estar ante la presencia del rey.

No conforme con eso, Salomón hizo caer en ellos las llamas del infierno, que los consumieron en cenizas.

—Acérquense, no les haré nada —dijo y todos empezaron a temer.

Los enemigos quedaron incrédulos y su moral fue en declive. "No podemos ganarle" "¿Viste lo que ha hecho?" "Yo me largo" Murmuraban entre ellos.

Zamalech trataba de comprender qué había pasado.

Absalón se enfureció aún punto que fue no lo soportaba.

Salot quedó igual de sorprendido que su padre.

Y Haf sintió miedo por primera vez.

—Maldición ¿Qué vamos a hacer?

—¿Qué ha pasado? ¿Qué fue eso?

Zamalech calmó a sus hombres. Esperando que el terror no los poseyera.

—¡Voy a repetirlo! —gritó el rey— Date la vuelta y vete. O terminarás peor que estos hombres.

Pero el líder de los gesuritas no se iba a rendir tan fácil. No hasta usar todas sus armas posibles.

—Te haré una propuesta hijo de David —gritó Zamalech —Este es mi hijo, Salot —lo señaló— y él sólo ha conquistado las tierras de Got y Beerseba. La espada que trae es la misma que usó Goliat en el valle de Ela contra tu padre.

Salot bajó de su caballo.




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