El Río del Amor

capitulo 1

La búsqueda del corazón

Isaac se encontraba en el balcón de la casa familiar, con las manos apoyadas en la barandilla de madera pulida, contemplando el amanecer que incendiaba el horizonte. Los rayos dorados acariciaban las colinas verdes y se reflejaban en los techos coloridos de las casas de la ciudad. Las calles empedradas, aún silenciosas, parecían esperar la llegada del día. El perfume embriagador del jazmín y las hibiscus flotaba en el aire, mezclado con el aroma del pan caliente de las panaderías y el humo ligero de las chimeneas. El canto de los pájaros se unía al susurro de las hojas, creando una melodía que parecía contar historias antiguas.

Isaac inhaló profundamente, cerrando los ojos por unos instantes, dejando que la calma de la mañana penetrara en él. Pensó en sus padres, Josué y Rebeca, casados desde hacía más de sesenta años. Su vida había sido un ejemplo constante de paciencia, dedicación y amor. Cada noche compartían sus recuerdos alrededor de la mesa familiar: historias de amor, luchas, victorias y fracasos convertidos en lecciones. Cada palabra parecía medida, pero llena de ternura y sabiduría.

Su madre le repetía a menudo:
«El amor, hijo mío, es como un jardín. Hay que sembrar, regar, proteger, y a veces esperar estaciones enteras antes de ver florecer lo que hemos cultivado.»

Estas palabras aún resonaban en Isaac, quien recordaba las sonrisas de antiguos amigos, los primeros enamoramientos, los momentos de ternura y las pruebas pasadas. Pero persistía un vacío, un deseo profundo de encontrar a quien comprendiera su corazón y compartiera sus sueños.

Como CEO de una gran compañía petrolera, Isaac sabía que sus responsabilidades eran pesadas. Cada decisión que tomaba afectaba a cientos de vidas: empleados, accionistas, socios y familias. La soledad, a pesar de su éxito, se había infiltrado en su vida como un compañero silencioso. Reflexionaba a menudo, a solas, sobre cómo equilibrar poder, carrera y vida personal, sabiendo que debía convertirse en un hombre capaz de amar plenamente y de ser amado a cambio.

Aquella mañana bajó al jardín familiar. Los hibiscos rojos, los jazmines blancos y los frangipanis perfumados parecían vibrar bajo la luz suave. Cada flor simbolizaba un recuerdo o un sentimiento: la pasión, la pureza, la fuerza. Isaac se arrodilló para tocar la tierra fresca y fértil, dejando que sus dedos recorrieran el suelo húmedo. El viento acariciaba su rostro y murmuró:
«Señor, guíame hacia quien comprenda mi corazón y mis sueños. Ayúdame a ser paciente y a reconocer el amor verdadero cuando se presente.»

Caminando por los senderos, se encontró con Thomas, su amigo de la infancia.
«Isaac, pareces pensativo. ¿Qué buscas realmente?» preguntó Thomas.
«Busco a alguien con quien compartir mis sueños y mis penas, alguien que comprenda que el amor es un compromiso diario, no solo un sentimiento», respondió Isaac, con la mirada ligeramente baja.
«Lo encontrarás», dijo Thomas con una sonrisa, «pero recuerda que el amor a menudo llega donde menos lo esperamos. Hay que estar preparado.»

Estas palabras impactaron profundamente a Isaac. Recordó sus experiencias pasadas: errores, malentendidos, oportunidades perdidas, los arrepentimientos que lo habían formado. Cada lección aprendida fortalecía su determinación de no dejar escapar lo que su corazón realmente deseaba.

Isaac dejó el jardín y se dirigió al mercado del centro de la ciudad. Las calles se animaban progresivamente: los vendedores instalaban sus puestos de verduras, frutas tropicales, pescados y especias, mientras los niños corrían riendo, jugando a las escondidas entre los transeúntes. El sonido de tambores, campanas y conversaciones formaba una melodía única, vibrante y viva.

Cada puesto parecía contar una historia. Las frutas maduras brillaban al sol, las verduras estaban cuidadosamente arregladas, los pescados recién pescados relucían sobre el hielo. Isaac saludó a varios vecinos y amigos, intercambiando algunas palabras cálidas y sonrisas sinceras. Cada interacción le recordaba cuánto podían enriquecer la vida los pequeños gestos y la atención a los demás.

Deteniéndose frente a un puesto de flores coloridas, se encontró con Marie, una vendedora que conocía desde la infancia.
«¡Hola, Isaac! ¿Siempre buscando la flor más hermosa?» preguntó con picardía.
«Hola, Marie», respondió sonriendo. «Hoy busco algo más raro que una flor: paz en el corazón y un amor que dure.»
Marie estalló en risas, pero su mirada parecía comprender la profundidad de sus palabras.
«Entonces espero que lo encuentres, joven. Pero recuerda, no se atrapa, se merece.»

Más adelante, una anciana vendía hierbas medicinales y plantas de virtudes misteriosas. Su rostro arrugado pero luminoso respiraba sabiduría y experiencia. Le ofreció una pequeña flor a Isaac y le dijo:
«A veces el amor aparece donde menos se espera. Pero hay que estar listo para recibirlo y cultivarlo.»

Isaac continuó su camino, observando a los niños jugar con cometas multicolores, a los transeúntes caminando y compartiendo risas y anécdotas. Se detuvo un momento para ayudar a una niña que había dejado caer su cesta de frutas. La gratitud en sus ojos iluminó su corazón y le recordó la belleza de la atención a los demás.

Mientras seguía su paseo, pasó frente a un anciano vendiendo tambores y flautas. El suave y rítmico sonido de los instrumentos parecía seguir el latido de su propio corazón.
«¿Tocas desde hace mucho?» preguntó Isaac.
«Desde que soy niño», respondió el hombre. «Y cada latido cuenta una historia, como el corazón humano.»

Isaac reflexionó: el amor, la vida, la fe… todo parecía conectado por un ritmo invisible, una armonía que debía aprender a reconocer. Sonrió a los niños que corrían con sus cometas multicolores, sus risas creando una sinfonía de pura alegría.

Aquella noche, en la calma de su habitación, Isaac se sentó junto a su ventana abierta. El viento nocturno hacía susurrar las hojas de los mangos y traía consigo el dulce aroma de las flores de frangipani. El cielo estrellado parecía narrar historias antiguas, y cada destello evocaba una esperanza o un recuerdo. Tomó su cuaderno y comenzó a escribir, dejando que sus pensamientos vagaran libremente.




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