Mi agitación era absoluta, el corazón no paraba de latirme con un ritmo fuera de lo normal. Mi excitación era ya incontrolable, una suave sensación de dolor tan dulce como la miel deseosa del pecado de lo prohibido me invadió por completo al compás de una indescriptible melodía indecorosa.
Su sexo húmedo contra el mío se apoderaba lentamente de mi pureza desterrándola para siempre. Mientras se movía sobre mi ejerciendo una presión desmedida sometiéndome en cuerpo y alma. No podía ver su rostro con claridad, su cabello me lo impedía. Sumiso era yo del placer carnal que desconocía. Era suyo.
Aquello no era más que un simple sueño. Un sueño que como tal no era real, pero si recurrente y vivido pero un sueño al fin. La realidad en cambio era diferente y distante, fría y pretenciosa como una estrella inalcanzable y solitaria en el firmamento de una noche vil. Siempre así. Siempre ella.
Una mañana como eran todas por aquel entonces, me desperté pensando en ella, al igual que como me había dormido. Antonela era una chica que había conocido hacía ya algunos meses. En realidad, para ese entonces no la conocía del todo.
Estaba en la misma aula que yo cursando Antropología en el Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires y había ingresado tarde no sé por qué.
Mis temores, dudas e inseguridades se complotaban creando un muro inquebrantable que me impedía acercarme a ella siquiera para mirarla a los ojos o bien para decirle un simple “hola”.
Sin embargo, una tarde, mientras aguardábamos en la entrada del aula la llegada del profesor, me había acercado aún no sé cómo, a las dos chicas que habitualmente estaban con ella. Pensando que aquello sería la oportunidad perfecta para acercarme a Antonela.
Minutos más tarde levanté la vista y me quedé sin decir palabra mirando hacia el pasillo. Caminaba hacia nosotros con superioridad angelical, soltándose su abundante y largo cabello castaño que caía sobre uno de sus hombros, mientras una de sus cejas se alzaba instintivamente. Vestía una remera con flores algo escotada, con una camisa de jean claro arremangada, un pantalón negro ajustado y botas de caña alta al tono. No me salían las palabras, se acercó y saludó a las dos chicas con un beso y una sonrisa cordial para luego dar media vuelta y dirigirse al aula. En cuanto a mí ni siquiera un saludo de cortesía, ni siquiera me dirigió una mirada a pesar de que me encontraba hablando con esas chicas, dejándome como un perfecto imbécil.
Luego de la entrada del profesor, lo seguimos cansinamente y tomamos nuestros correspondientes asientos. Yo me había ubicado detrás de ella. A los pocos segundos, intuitivamente se dio vuelta, esta vez sí mirándome a los ojos.
_No sabía que conocías a las chicas, perdón por no saludar. Me llamo Antonela_. Dijo con aquella dulce voz en la tonalidad perfecta.
Y allí fue donde todo comenzó o eso más bien fue lo que yo creí.
Estaba completamente enamorado, me levantaba pensando en ella, me acostaba haciendo lo propio, soñando despierto, pensando en lo utópico que sería una relación entre nosotros.
Mas adelante pasábamos todo el tiempo juntos cuando estábamos en la universidad y coincidíamos con los horarios. Incluso había días en los que no me tocaba asistir a clase y generaba falsos encuentros casuales para verla tan solo cinco minutos, creo que nunca sospechó de eso. Hubiera sido vergonzoso.
Todo era perfecto y por momentos pensaba que el sentimiento era recíproco. Pensé en que todas las señales conducían a eso. Bromeábamos entre nosotros de forma cómplice, había momentos en los que nos quedábamos en silencio mirándonos sin decir ni una sola palabra. Sin embargo, ella siempre rompía esos placenteros momentos de silencio plácido preguntando siempre socarronamente lo mismo.
_ ¿De verdad no sabés quién soy todavía? Mordiéndose el labio inferior de forma algo tímida y sensual a la vez, creando una dualidad indómita, levantando su ceja derecha de manera interrogativa.
A lo que yo respondía en tono divertido como siempre lo hacía a esa pregunta.
_Sos Antonela, tenés veintiún años, estudiás diseño y... ¡Estás muerta hace dos años! Enfatizando en la última frase que para ese entonces era un chiste muy común que se había hecho popular en las cadenas de E-mails que se enviaban automáticamente. Aunque por dentro me moría por decirle. “Sos Antonela y sos el amor de mi vida”.
Pero al igual que nos pasa a todos los hombres las señales no habían sido leídas correctamente, había estado muy equivocado.
Por primera vez en mi vida estaba absolutamente seguro de mis sentimientos, no podía demorarme más, algo tenía que hacer. Había tomado la decisión de confesarle mi amor.
Los gritos eran desgarradores como si de almas en pena torturadas por toda la eternidad se tratara. ¿Dónde estoy? Me preguntaba para mis adentros sin obtener respuesta mientras en una faraónica posición me encontraba. Sin embargo, mi brazo derecho extendido se encontraba, en mi muñeca una cadena se enrollaba sosteniéndola con un clavo en una pared. Manteniéndola en alto. No podría salir de allí aunque quisiera y era lo que más deseaba. Levanté la vista mientras mis ojos volvían a ver con mayor claridad. Una enorme y despreciable serpiente amarronada y verdosa se arrastraba lentamente hacia mí. No me podía mover, ella en cambio seguía reptando. Desvié mi mirada hacia otro sitio ignorándola para que desapareciera sin lograrlo. Lentamente se acercaba y comenzaba a enroscarse sensualmente sobre mi cuerpo bífidamente, apretando, mientras abría sus fauces en una posición completamente antinatural.