El taxi dejó a Elena frente a la verja de hierro forjado. "Mansión Vrolok", leyó Elena, el nombre sonando a susurros y olvido. El lugar era una silueta gótica contra el cielo gris, con ventanas oscuras que parecían ojos vigilándola. Había heredado la casa de una tía bisabuela que nunca conoció, Isabela Vrolok, una mujer de la que solo se susurraba que "se había ido" o "se había perdido" décadas atrás.
La entrada estaba cubierta de hiedra y un polvo de siglos. Al abrir la puerta de caoba, un aire frío y pesado la recibió, con olor a humedad y a un perfume de mujer que era a la vez dulce y desesperado. Elena encendió la linterna del móvil, sintiendo una punzada de excitación y miedo. La casa la llamaba.
Tras revisar la sala principal, llena de muebles cubiertos con sábanas blancas, se dirigió al ático. Era el único lugar que parecía haber sido habitado recientemente, aunque el polvo era igual de denso. En una pequeña mesa junto a la ventana, encontró una caja de madera vieja.
Elena la abrió. Dentro, había dos objetos: un collar de plata que parecía de época, y un diario encuadernado en cuero gastado. Los dedos de Elena rozaron las tapas y la sensación fue como una descarga eléctrica.
Abrió el diario. El papel era amarillento, la tinta tenue. Leyó la última página, el Fragmento del Prólogo, que le heló la sangre y encendió su curiosidad prohibida:
...Si alguien lee esto, que sepa la verdad: la mansión te llamará. Pero no huyas. Entrégate al Amo... Es la única forma de escapar de ti misma.
Elena soltó el diario, sintiendo que su corazón latía en su garganta. El texto no hablaba de locura, sino de entrega. No hablaba de enfermedad, sino de sumisión erótica. ¿Quién era la tía Isabela? ¿Y quién era el Amo?
Justo en ese instante, un sonido seco rompió el silencio de la mansión: el reloj de pie en el vestíbulo comenzó a dar las campanadas. Una, dos, tres... once.
Mañana será medianoche.
Elena se obligó a bajar del ático, sosteniendo el diario con ambas manos como si fuera un mapa hacia el infierno personal de su tía. Se encerró en el dormitorio principal, el único lugar que sentía vagamente habitable.
Se desvistió y se metió bajo las sábanas de seda que, sorprendentemente, estaban limpias y olían a lavanda, un contraste inquietante con el polvo que cubría el resto de la casa. Cerró los ojos, intentando ignorar las sombras que bailaban en el techo y el recuerdo de la frase: "Entrégate al Amo".
Pero el sueño no llegaba. La casa crujía a su alrededor, y el viento aullaba como un lamento en las chimeneas. Elena sintió el impulso de levantarse y abrir la caja de madera de nuevo. Sacó el collar de plata y el colgante frío se sintió pesado y correcto en su mano.
En ese momento, un susurro la hizo saltar en la cama. No era el viento, sino una voz gutural, profunda, que parecía venir de las mismísimas paredes.
—Ya casi es la hora, Elena. No intentes huir. El pacto de la familia te llama. El Ritual te espera...
El sonido era tan real que Elena se puso de pie, buscando el origen. El reloj en el vestíbulo comenzó a sonar de nuevo, esta vez de forma más lenta, más profunda. Una.
Medianoche.
En ese instante, el susurro se detuvo, pero fue reemplazado por un ruido metálico que venía de la planta baja. Un clank... clank... rítmico, como si una cadena pesada estuviera siendo arrastrada sobre el mármol. El sonido se acercaba lentamente a la escalera. Elena se tapó la boca con la mano, el misterio y el terror eran absolutos.
Editado: 30.10.2025