El Ritual de Medianoche

Capítulo 2: El Despertar del Amo.

​El sonido de la cadena se detuvo justo al pie de la escalera. El silencio que siguió era peor que el ruido. Elena estaba inmóvil en la cama, el terror la paralizaba, pero una extraña lujuria se agitaba en su vientre, la misma que había leído en el diario de su tía.
​Ella se obligó a abrir los ojos. La luz de la luna llena que se colaba por la ventana iluminaba el dormitorio con un brillo fantasmagórico.
​Entonces lo vio.
​Una sombra alta y masculina se materializó en la puerta de la habitación. No entró; simplemente estaba allí, absorbiendo la poca luz que había. Elena no podía ver un rostro, solo una silueta poderosa, ancha de hombros, envuelta en una tela oscura que parecía mezclarse con las sombras de la mansión. Era el Amo.
​—No tengas miedo, Elena. El miedo es solo el inicio del placer...— La voz no vino de la sombra, sino de todas partes, un eco profundo y gutural que resonó directamente en su mente.
​Elena intentó gritar, pero su garganta se cerró. Quería levantarse y huir, pero su cuerpo estaba pesado. La sombra, sin hacer ruido, avanzó un paso.
​La figura se inclinó sobre la cama. Elena cerró los ojos, preparándose para el horror. Pero lo que sintió no fue violencia, sino un contacto frío y dominante.
​Una mano, fría como el mármol, se posó en su muslo desnudo, justo debajo del camisón. El tacto no era tierno, sino posesivo, como el de un herrero probando la calidad del metal. La mano subió lentamente por su piel, sin prisa, hasta llegar a su coño.
​El pulgar de la sombra rozó su clítoris sobre la tela.
​El roce fue un latigazo de lujuria. Elena gimió, un sonido pequeño y roto que fue tragado por la inmensidad de la habitación. Era la dominación sin palabras, la prueba de que él no solo controlaba la casa, sino también su cuerpo.
​El Amo retiró la mano con la misma lentitud con que la había puesto.
​—Esto es solo una muestra. Mañana, a medianoche, usted vendrá al sótano, Elena. Y me pedirá el castigo. La sumisión es el juramento de nuestra familia...—
​La sombra se disolvió tan rápido como había aparecido. Elena quedó sola, temblando de terror y con su coño empapado por el placer prohibido del primer toque.
La sombra se disolvió tan rápido como había aparecido. Elena quedó sola, temblando de terror y con su coño empapado por el placer prohibido del primer toque.
​La mañana llegó, pálida y silenciosa. Elena se levantó, su cuerpo aún marcado por el recuerdo del contacto helado. Se dirigió al armario para buscar ropa, pero sus ojos se detuvieron en la puerta de un compartimiento secreto que no había notado la noche anterior.
​Lo abrió con manos temblorosas. Dentro, el compartimiento no contenía ropa normal, sino una colección de lencería negra exquisita, encajes y sedas que gritaban pecado y lujuria. En la parte superior, descansaba un conjunto de cadenas ligeras y esposas de seda de un color burdeos intenso.
​Era el ajuar de su tía, Isabela. El vestuario del culto.
​Elena tomó una pieza de lencería negra, un conjunto de encaje transparente. El tejido era fino como una telaraña y se sentía extrañamente familiar. Al sostenerlo, pudo casi escuchar la voz de su tía en el diario: "Entrégate al Amo... Es la única forma de escapar de ti misma."
​La racionalidad de Elena luchaba contra el deseo oscuro. Debería huir, llamar a la policía, salir de esa mansión infernal. Pero el recuerdo del toque helado en su coño y la promesa del ritual de medianoche la mantenían anclada.
​Se miró en el espejo. Su reflejo era el de una mujer dividida. Ella sabía que el peligro era real, pero el miedo se había transformado en una anticipación perversa.
​La noche caía rápidamente sobre la Mansión Vrolok. Elena tomó una decisión. No huiría. Se dirigió al baño, abrió el grifo de la ducha, y se puso el conjunto de lencería negra que había pertenecido a su tía.
​—Aquí estoy, Amo...— Pensó Elena, la primera frase de su sumisión ya formulada en su mente. —Esperando tu castigo.—




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