El Ritual de Medianoche

Capítulo 6: La Lección del Deseo Prohibido.

​La tarde del domingo llegó con un aire pesado. Elena se encontraba en el pequeño salón privado, de rodillas sobre la alfombra de seda roja frente a la caja de madera. Vestía solo el collar de plata que le había dado su tía, y su cuerpo desnudo temblaba por la excitación y el miedo.
​Isabela Vrolok estaba sentada en la cama, mirándola con la misma intensidad de dominación que Lucián. La mesa auxiliar contenía varios objetos de cuero, pero la atención de Isabela estaba fija en Elena.
​—El castigo más efectivo es el que te infliges a ti misma, Elena. Demuestra que tu voluntad de sumisión es absoluta. Abre la caja.
​Elena abrió la caja. Dentro, encontró una paleta de madera oscura, pulida y pesada. El objeto era un arma de dolor y placer.
​—Tómala. Regla del éxtasis: La humillación es el combustible de la lujuria. Ahora, golpéate. Date tres nalgadas fuertes en el trasero. Y con cada golpe, describe la fantasía más oscura que te trajo a esta mansión. El dolor debe purificar el deseo.
​Elena se mordió el labio. Levantó la paleta sobre su cabeza.
​—¡Clank! (Golpe 1). —El ardor subió por su trasero—. Quiero que un hombre me posea con tanta fuerza que mi mente no pueda pensar. Quiero sentirme una esclava sin voluntad.
​—¡Clank! (Golpe 2). —Las lágrimas brotaron por la intensidad—. Quiero ser usada y humillada en público. Quiero llevar un plug anal y un collar mientras sirvo a mi Amo, y que nadie lo sepa.
​—¡Clank! (Golpe 3). —El trasero le ardía. Su coño se humedecía incontrolablemente—. Quiero que mi Amo me encadene, me azote y me folle analmente hasta que me corra sin control, gritando mi sumisión.
​El éxtasis se mezcló con el dolor, un torbellino de sensaciones prohibidas.
​Isabela se puso de pie, su rostro de aprobación era total. —El deseo es puro. Has aprendido la primera lección. Ahora, la segunda lección: la humillación verbal.
​La tía tomó a Elena del cabello y la obligó a mirarla. —Ahora, pídeme, no, suplícame, que te ate a la cama. Pide que tu placer sea controlado por el látigo, y que esta noche te duermas sabiendo que eres solo un objeto para Lucián. Usa las palabras más sucias

Isabela se puso de pie, su rostro de aprobación era total. —El deseo es puro. Has aprendido la primera lección. Ahora, la segunda lección: la humillación verbal.
​La tía tomó a Elena del cabello y la obligó a mirarla. —Ahora, pídeme, no, suplícame, que te ate a la cama. Pide que tu placer sea controlado por el látigo, y que esta noche te duermas sabiendo que eres solo un objeto para Lucián. Usa las palabras más sucias.
​Elena, con el trasero ardiendo por las nalgadas autoinfligidas, sintió que el dolor la liberaba. El límite entre el terror y el placer se había borrado. Se arrodilló a los pies de su tía.
​—¡Por favor, Ama Isabela! —suplicó Elena, con la voz ahogada por la lujuria y la vergüenza—. ¡Átame! ¡Encadéname a la seda roja! ¡Soy tu esclava sucia! Deja que mi coño gotee por la anticipación. ¡Solo quiero ser un objeto para el Amo Lucián! ¡Déjame temblar toda la noche esperando su polla!
​La sonrisa de Isabela se extendió, una expresión de dominación satisfecha.
​—Concedido. Su deseo de sumisión es el único ritual que honramos.
​Isabela la guio al dormitorio contiguo, el mismo que Elena había ocupado. Sobre la cama, no había esposas de seda, sino unas esposas de metal frío y pesado. Con una eficiencia metódica, Isabela ató las muñecas de Elena a los postes de la cama. La dejó en el centro, desnuda, expuesta y vulnerable.
​—Ahora, espera. El Amo vendrá cuando él lo decida. No intentes dormir. Siente cómo la anticipación te consume. Piensa en el látigo. Piensa en el sexo anal de anoche. Piensa en tu cuerpo como un sacrificio.
​Isabela se marchó sin una palabra más, cerrando la puerta con un clic final. Elena quedó sola, encadenada, el cuerpo desnudo y ardiente por el recuerdo de la paleta. El miedo había regresado, pero ahora era un compañero del deseo. Ella era la ofrenda para el Ritual de Medianoche. Solo podía esperar.
La habitación estaba silenciosa, bañada solo por la luz pálida de la luna que se colaba por las cortinas. Elena intentó forzar las muñecas, pero las esposas de metal frío eran inquebrantables. Cada movimiento solo servía para recordar su sumisión absoluta.
​Dejó de luchar. Se concentró en la sensación de la seda bajo su cuerpo y en el ardor de su trasero. El recuerdo de las palabras de Isabela —"Solo quiero ser un objeto para el Amo Lucián"— resonó en su mente, transformando el terror en un éxtasis lento y prolongado.
​En la oscuridad, se atrevió a susurrar, probando el poder de su nueva identidad:
​—Amo Lucián... estoy aquí. Soy tuya. Castígame.
​El reloj del vestíbulo comenzó a sonar. El sonido fue grave, resonante, llenando la mansión. Uno... dos... tres... Los segundos se hicieron eternos. Finalmente, el último toque.
​Medianoche.
​La puerta del dormitorio, que Isabela había cerrado con llave, se abrió sin un solo sonido. La figura alta y poderosa de Lucián Vrolok entró, envuelta en su capa negra. En su mano, no llevaba el látigo, sino el collar de hierro que pertenecía al ritual.
​El Amo no dijo una palabra. Simplemente se acercó a la cama, sus ojos fijos en el cuerpo desnudo y encadenado de Elena




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