El romance perfecto

XI

 

Veintidós de agosto…

 

Durante las tres semanas que llevo sin verla, mínimamente habré pensado en ella una vez, cuando Tom o mis padres preguntaban por Mar y su amiga. He echado en falta a la querida Oceanía, Yago me ha vuelto loco de remate durante todo, repito, absolutamente todo el tiempo que han estado separados. 

Cuando la veo al salir del coche, pienso en esa especie de tregua que tenía con ella para no aburrirme y pienso en dejarla de lado, al fin y al cabo, si no hubiese sido porque Yago era como un grano en el culo con sus lloros de “no tengo novia que triste es mi vida”, las tres semanas sin relacionarme con ellas, no fueron tan aburridas como creía que iban a ser sin amigos alrededor. En ese segundo que fijé mis ojos en ella, lo decido, la trataré como lo hice desde que la conocí, pasaré olímpicamente de ella. 

 

Nunca imaginé que a alguien le pudiera quedar tan bien un bañador en vez de un bikini. Cuando se da la vuelta y camina hacia el agua, mi vista se dirige a su espalda descubierta, su redondo culo y sus torneadas piernas. Mis manos pican, pensando cómo sería recorrer todo su cuerpo con mis manos. 

 

Hablaba sin cesar, respondiendo a todo lo que le preguntaba Yago, sobre su pueblo. Me recordó al día que comimos en su casa y empezó a hablar de libros, en ese momento mi intención era que no estuviésemos a la defensiva (algo que fue en vano, cuando le contesté lo mucho que me aborrecía), pero ahora no tenía por qué hacer ese papel, aun así, era inevitable no escucharla o dejar que mis ojos se fijaran en la forma de mover las manos, sonreír, enfatizar las cosas que más le gustaban y arrugar la nariz en las que no. 

Mar decide matar la conversación, girándose hacia su novio y acurrucándose. La mocosa se tumba sobre su espalda, dejando la cabeza a unos centímetros de mis piernas. Noto sus ojos sobre mi perfil, yo no la miro hasta que se duerme, y… No tendría que haberlo hecho, sus pechos resaltan más tumbada de esta manera, sus labios están entreabiertos y sus mejillas sonrosadas por el sol. Alcanzo de la mochila mi gorra, se la pongo sobre la cara para que no se queme más de lo que está, y me tumbo boca abajo, dejando unos centímetros de distancia con su cuerpo.

 

Abro los ojos e inmediatamente me los cubro con la mano, escucho de fondo unas risas. Estiro, mi cuerpo entumecido, todo lo que puedo. Me quedé dormido.

- Buenos días, princesa.- se burla Yago.

Ariadna, sentada a la altura de mi estómago con las piernas cruzadas, se gira y me mira mientras me incorporo. 

- ¿Cómo ha sido dormir en un lugar que no es su castillo?- sigue mi mejor amigo, burlón.

Mar y Ari sueltan una carcajada, la segunda lleva mi gorra sobre el pelo empapado.

- Estábamos diciendo, que podríamos ir mañana a algún bar de copas. Cerca de la costa.- informa Mar.

Me encojo de hombros, obligándome a dejar de mirar las gotas de agua que cae por la clavícula de la morena escondiéndose bajo el bañador.

- Está bien.- contesto- Vamos en mi coche.

 

Veintiséis de agosto…

 

Una de las cosas que se me daba mejor, era fingir indiferencia frente a gente que yo quisiera. Cuando conocí a Ariadna, no encontraba la necesidad de fingir, ni cuando fui a su casa por segunda vez, o cuando ella vino a la mía. Pero ahora sí, el día de la playa opté por pasar de ella como hacía al principio, pero las dos veces que nos hemos visto después, se me ha hecho difícil. No sé por qué motivo, mi cuerpo tiene la necesidad de acercarse, hablarle, escucharla, mirarla o contestarle cuando ella abre la boca. A pesar de lo que quiera mi cuerpo, no lo hago.

Esta noche nos acercaremos a probar un bar de copas, el plan estaba programado para el veintitrés, pero debido a qué no encontramos ninguno que nos llamase la atención, lo aplazamos. 

 

Según Mar, el sitio al que vamos, está un tanto lejos. Salgo a las siete de casa, avisando a mis padres que me llevo la furgoneta, y paso a buscar a Yago, a Mar, y por último a Ariadna, que en el coche no para de intentar entablar una conversación donde yo le conteste. Hace como si no le importase cuando no respondo a nada, pero por la forma que tiene de girarse hacia la ventana y cruzar los brazos, sé que sí.

A decir verdad, no la estoy tratando muy bien. Pero me da rabia no controlarme, y no poder pasar olímpicamente de ella. No lo entendía. Antes de la discusión que tuvieron nuestros amigos no la ignoraba, pero tampoco teníamos una relación muy estrecha, durante las tres semanas que no las vimos, me olvidé de ella como si nunca la hubiese conocido, y ahora, después del poco contacto que hemos tenido, me cuesta un demonio (aunque no lo parezca) que sea invisible para mis ojos. 

 

Me pido, igual que Yago, un Tom Collins, Mar y Ariadna, un mojito. El sitio está delante de la playa, tiene sofás por todos lados y mesas altas con taburetes. Suena una bachata de fondo, no hay un espacio específico para bailar, por lo que la gente lo hace donde quiere. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.